Los halcones del euro boicotean los esfuerzos de España y diluyen la propuesta que había presentado para proteger a los trabajadores
31 mar 2019 . Actualizado a las 22:30 h.Una de las lecciones que la Eurozona debería haber aprendido con la crisis es que ninguna unión monetaria puede sobrevivir incompleta. Ha pasado una década desde que estalló el Armagedón financiero en la UE y 26 años desde que entró en vigor el Tratado de Maastricht, pero el gran proyecto para una unión política, económica, financiera, presupuestaria y monetaria sigue en barbecho. A pesar de los ingentes esfuerzos de los más europeístas, la realidad es que la moneda única sigue experimentando peligrosos desequilibrios entre sus economías. Bruselas ha intentado en los últimos años dar un impulso definitivo a la culminación de la Unión Económica y Monetaria (UEM) y dotarla de mecanismos de estabilización automática para reducir las divergencias entre el norte y el sur, pero ha chocado de frente con las reticencias de los sospechosos habituales.
Los halcones del euro, franqueados por la todopoderosa Alemania y alienados en la bautizada como Liga Hanseática (Finlandia, Holanda, Suecia, Dinamarca, Estonia, Letonia, Lituania, Irlanda, República Checa y Eslovaquia), insisten en torpedear una y otra vez cualquier iniciativa ambiciosa en el proceso de integración del euro. Entre ellas, el famoso y casi utópico fondo europeo de desempleo. Ni existe ni se le espera.
¿Qué es el seguro de desempleo europeo?
Ciencia ficción, por el momento. La idea todavía está en pañales, pero sus defensores quieren crear este instrumento de estabilización concebido para amortiguar el impacto asimétrico de una gran crisis en los países de la zona euro. La idea es contar con una herramienta que permita sostener las ayudas para desempleados en los países más golpeados y expuestos a los vaivenes cíclicos. De esta forma, los países más debilitados no se verán en la tesitura de tener que decidir si recortan en las prestaciones sociales o en las inversiones públicas, necesarias para no perder productividad y competitividad. El seguro de desempleo europeo permitiría a un país recurrir a una hucha común para garantizar las ayudas a los parados, dejando margen de maniobra para seguir sosteniendo la inversión, crucial para evitar el frenazo económico experimentado en la última década en la Europa meridional.
¿Cómo funcionaría?
Hay varios modelos sobre la mesa. El debate no es nuevo. La idea surgió hace décadas, pero tomó impulso al calor de la crisis. A pesar de la urgencia que despierta en países como España, Grecia o Italia, los gobiernos de la ortodoxia fiscal tratan de frenar y aguar por todos los medios su alumbramiento. Tanto es así que la ministra de Economía española, Nadia Calviño, admitió el pasado mes de febrero que no se podrá poner en marcha «antes de las elecciones europeas» del próximo 26 de mayo. España es favorable a crear un fondo específico con capacidad propia y función estabilizadora al que poder recurrir cuando un país experimenta un aumento anual del desempleo de dos puntos porcentuales. Las ayudas, en forma de créditos, se activarían de forma automática.
Bruselas no lo ve claro. Su postura está a caballo entre la española y la de los halcones. La Comisión no tiene previsto desarrollar un fondo europeo específico para el desempleo y mucho menos un mecanismo de transferencias nacionales sin condiciones: «Aunque estoy muy a favor de un seguro de desempleo europeo, este no tiene que ser una carta blanca para que los países no emprendan reformas y, como resultado, se pongan a sí mismos en problemas», aseguró el pasado mes de enero el Jean-Claude Juncker antes de aclarar que lo que sugiere es crear dos instrumentos financiados con fondos europeos para proteger a los países más vulnerables en casos de crisis grave. Estos dos mecanismos estarían regados con 55.000 millones de euros. A uno se podría acceder para poder mantener las inversiones públicas en el país y al otro como aval para los esquemas nacionales de desempleo. De esta forma, países sometidos a un programa de reformas estructurales como España o Grecia, podrían recurrir a estos préstamos para evitar un frenazo de las inversiones y recortes en los subsidios para los parados: «No está bien que un país tenga que reducir las prestaciones por el aumento del paro en una crisis que no ha provocado. Es importante no responder a las crisis con el tipo de recortes equivocados, rebajando las inversiones, la educación o las prestaciones para desempleados», asegura Juncker.
Los halcones quieren el mínimo esfuerzo. Ni transferencias norte-sur, ni función estabilizadora. Solo están abiertos a un fondo para impulsar las inversiones cuando los países se queden sin margen de gasto y cumplan de forma estricta con las recomendaciones de la ortodoxa política presupuestaria de la UE.
El economista estadounidense Joseph Stiglitz sugiere otro enfoque en su libro Reescribiendo las normas de la Economía Europea: «La UE necesita un programa más amplio para compensar el desempleo, no como un medio para transferir dinero de los países miembro más ricos a los pobres, sino como un plan de garantía común donde los trabajadores en países donde el desempleo es bajo podrían financiar los pagos a los trabajadores en países donde el desempleo es alto», sostiene haciendo un símil con la Seguridad Social: «Los sanos pagan por los enfermos». Esta propuesta también presenta dificultades porque las razones detrás del desempleo estructural de algunos países difieren de los problemas temporales de debilidad económica que pueden experimentar algunos países, por eso Stiglitz sugiere crear un sistema específico de compensación más allá de las fluctuaciones cíclicas o las situaciones críticas coyunturales: «No sería un movimiento hacia lo que Alemania ha criticado como una unión de transferencias. Sería un auténtico programa de seguro europeo que potenciaría el gasto contracíclico, evitando recortes en la inversión y permitiendo una mayor convergencia europea», sostiene lanzando una crítica feroz a los halcones que se oponen a cualquier herramienta para compartir responsabilidades: «El miedo al llamado riesgo moral es una excusa autopromovida por los países ricos para no ayudar a sus vecinos en tiempos de necesidad».
En la Eurocámara también hay voces que presionan para que la UE adopte un enfoque más ambicioso. Es el caso del eurodiputado socialista Jonás Fernández, quien acusa a Alemania, Francia y a los conservadores europeos de frenar la ya de por sí encorsetada propuesta de Juncker. «Los socialistas presentamos enmiendas para que ese fondo no se enfocase solo en las inversiones, para que también funcionase como complemento a los sistemas nacionales, como una garantía, pero los populares votaron en contra», lamenta el asturiano. A pesar de las malas perspectivas, no renuncia a ver alguna vez consagrado el seguro de desempleo europeo: «No se puede descartar».
¿Ayudaría a España?
El seguro europeo habría mitigado los recortes salvajes que tuvieron que acometer economías como la española en la última década para poder ajustar sus presupuestos. Desde el 2009, España experimentó una caída del 58 % del gasto público, provocando un auténtico terremoto en el mercado laboral y disparando el desempleo hasta alcanzar su pico del 26,1 % en el 2013. Ese desplome de la inversión tendrá efectos a largo plazo en la productividad y dinamismo de la economía, y muestra que los estabilizadores como el seguro de desempleo europeo son necesarios, aunque la crisis haya dado una tregua.
España sigue arrastrando problemas estructurales en torno al mercado laboral que ha de solventar. Bruselas admite que «casi la mitad de los desempleados han estado sin trabajo más allá de un año» y que «la proporción de los empleados con contratos temporales está entre los más altos de la UE». La precariedad solo ha servido para maquillar las cifras, pero el tejido laboral no resistirá otra crisis si los contratos temporales no se transforman en larga duración. La economía seguirá perdiendo potencial de crecimiento de la productividad si no mejora la calidad del empleo. La Comisión Europea asume que la red de seguridad que supondría un seguro europeo de desempleo podría ser útil, pero exige a España que haga sus deberes y acabe con las disparidades entre los sistemas de empleo regionales: «Como resultado, gente en situación de necesidad no reciben apoyo». Los efectos de la crisis seguirán latentes en la zona euro y seguirán pesando en el futuro económico y laboral de España o Grecia, que podrían ser los principales receptores de la ayuda por sus altas tasas de paro. El caso griego es el más sangrante. El desempleo en la república helena todavía alcanza el 18,5 %, frente al 14,1 % de los españoles. Ambos países duplican prácticamente la media de la zona euro (7,8 %). Aunque a Bruselas lo que más le inquieta es el desempleo juvenil: en España alcanza el 38 % y en Grecia, el 43 %.