En el cuartel general del gigante chino Huawei en Shenzhen -al sur del país- velan armas. Se preparan para la guerra comercial que hace ya meses libran en el campo de batalla la economía más poderosa del planeta y la que está llamada a ser su sucesora. Estados Unidos y China llevan meses enzarzados en esa pelea. Y Huawei, atrapada en el fuego cruzado. Rehén de esa escalada bélica en la que ha derivado la pugna por la hegemonía. Tecnológica, sin duda. Y militar, por extensión, claro está.
Primero -y después también- fueron las acusaciones de que el coloso amarillo de las telecomunicaciones no hace otra cosa que espiar con sus equipos. Más tarde, las de saltarse a la torera el embargo de Irán, episodio aquel que desembocó en la detención en Canadá de Meng Wanzhou, directora financiera y más que posible heredera de la multinacional que levantó su padre, un antiguo ingeniero del Ejército chino. Y ahora, la inclusión de la compañía en la «lista negra» de empresas que suponen una «amenaza para la seguridad nacional», lo que significa que nadie en Estados Unidos puede hacer negocios con Huawei salvo que tenga la bula de Trump.
De ahí que Google se apresurara el lunes a romper relaciones con los de Shenzhen, sumiendo al gigante amarillo en una profunda crisis. El problema -y de los grandes-: que los móviles y las tabletas de Huawei podrían quedar obsoletos en menos que canta un gallo porque no podrían actualizar el sistema operativo Android bajo el que operan. Tampoco podrían descargarse aplicaciones al quedar fuera de la Play Store o el correo electrónico Gmail. Aunque, eso sí, seguiría teniendo acceso a la versión de Android disponible a través de licencias de código abierto, al alcance de cualquiera que quiera utilizarlas. En la práctica, una sentencia de muerte para sus futuros smartphones.
Para sortear tamaño escollo, a la asiática no le quedaría otra opción que inventar su propio código. Así de complicadas se le están poniendo las cosas.
Tanto, que hasta el fundador de la empresa, Ren Zhengfei, se ha visto obligado a abandonar su retiro dorado para salir en defensa de la niña de sus ojos. Poco amigo de los focos, el antiguo ingeniero militar ha preferido mantenerse en un discreto segundo plano durante todos estos años, mientras Huawei se hacía mayor, hasta convertirse en lo que hoy (todavía) es: el segundo mayor fabricante de móviles del mundo, por detrás de Samsung. El año pasado vendió la friolera de 208 millones de teléfonos inteligentes en todo el planeta y elevó sus ingresos por telefonía hasta los 52.000 millones de dólares (46.500 millones de euros), un 50 % más respecto al 2017. Nada más y nada menos.
«Los políticos estadounidenses subestiman nuestras fuerzas», soltó Ren poco después de tragarse el sapo que le puso Google en la bandeja del desayuno.
Pero, no ha sido Ren el único que ha salido estos días a la palestra para defender el honor de Huawei y, de paso, enseñar los dientes. Lo propio ha hecho el presidente de turno de la compañía, Guo Ping. Nacido en 1966 y con un máster en Ciencia y Tecnología por la Universidad de Huazhong, lleva desde los 22 años en Huawei, en la que ha desarrollado diferentes cargos de responsabilidad. «Estados Unidos no representa a todo el mundo; Huawei puede seguir sin Estados Unidos», es su reflexión ante el charco en el que los ha sumergido Trump y su guerra con los chinos por el control de la tecnología. «Nunca antes nos habían hecho tanto caso. Algo debemos estar haciendo bien», sentencia el directivo del gigante asiático.