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Adiós al mago que domó los mercados

Mercedes Mora REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

POOL

La llegada de Lagarde a la presidencia del BCE abrirá una nueva etapa más política en la institución con mayor poder efectivo de Europa. Se va un hombre crucial en la salvación del euro

14 jul 2019 . Actualizado a las 05:16 h.

Corría el mes de julio del 2012 y los feroces ataques contra Italia y España en los mercados amenazaban con hacer saltar el euro por los aires. Y entonces... llegó Draghi, arqueó una ceja -gesto muy típico en el italiano- y soltó aquello de que haría todo lo que fuera necesario para evitarlo. «Y, créanme, será suficiente», remachó clavando la mirada en los presentes. Un puñado de palabras le bastaron al jefe del guardián del euro para encauzar la crisis de deuda. Todo el mundo supo a qué atenerse. Y eso que lo de entender los discursos de los banqueros centrales no resulta fácil las más de las veces. «Si usted cree que ha entendido lo que he dicho es que debo haberme expresado mal», dijo una vez un influyente banquero central estadounidense.

Mucho ha llovido desde aquel conjuro. Por supuesto que no a gusto de todos. Tanto, que a Draghi le ha llegado el momento de dejar el timón del BCE. Y nadie con dos dedos de frente discute que ha sido el presidente más importante que ha tenido hasta el momento la institución europea. La de mayor poder efectivo.

El romano llegó a lo más alto del BCE casi por accidente. Después de que Axel Weber, entonces presidente del todopoderoso Bundesbank y favorito en todas las quinielas para suceder a Jean Claude Trichet, dejase a Merkel plantada tras años planeando el asalto germano al trono del guardián del euro. Fue llegar y besar el santo. Draghi cogió las riendas el 1 de noviembre del 2011. Y dos días después, ordenó recortar los tipos de interés. Dejando claro con ello que el suyo no iba a ser, ni mucho menos, un mandato al uso.

Y vaya si no la sido. Porque, con el italiano al frente, el Banco Central Europeo ha llegado hasta donde pocos se atrevieron a soñar que llegaría. Ni los más osados. Ha bajado los tipos de interés hasta donde nunca antes habían estado, ha regado como ninguno la banca para que abra la mano y conceda créditos con los que alimentar la maltrecha economía europea y ha manejado como nadie los mercados, acostumbrados a escrutar cada una de sus palabras como si del mismísimo oráculo de Delfos se tratara. Pero... ¡Si hasta ha comprado deuda! Es más, se ha gastado más de un billón en ello. Lo inimaginable. Sobre todo, para los alemanes. En tierras germanas los hay que le achacan todos su males, incluso el resurgir de la extrema derecha. Y todo, por comprar bonos.

En resumen, que las decisiones más arriesgadas que se han tomado nunca en la eurozona llevan la firma del italiano. Y tiene por ello en la historia del BCE un lugar reservado. Y no precisamente pequeño. De eso nadie alberga dudas.

Pero Draghi ya es eso (o casi): historia. A partir de noviembre, si nada se tuerce, la batuta es cosa de Lagarde. Y de su lugarteniente, el exministro español de Economía, Luis de Guindos.

Se abre una nueva etapa al timón de la autoridad monetaria. Y por primera vez en la todavía corta historia de la institución, ninguno de sus dos primeros espadas han pilotado antes un banco central. Lo suyo es la política. Los dos han sido ministros. Los dos con gobiernos conservadores.

Como Draghi en su momento, Lagarde también llegó al puesto que ahora ocupa, el de la dirección del FMI, de rebote. En el caso de la gala porque su antecesor, otro francés, Dominique Strauss-Kahn, hubo de salir a toda prisa del despacho, envuelto en un escabroso caso de agresión sexual. Todo un señor escándalo que, al final, quedó en casi nada. Pero esa es otra historia.

También Lagarde ha tenido sus líos con la Justicia. Pero a nadie parece haberle preocupado en las altas instancias de las finanzas mundiales. Al poco de estrenar despacho en el FMI, un tribunal francés ordenó una investigación sobre su papel en un caso de desvío de dinero público (403 millones de euros) del que se benefició el empresario Bernard Tapie en el 2008. La imputaron por negligencia pocos meses antes de ser reelegida para un segundo mandato en el 2016. Y la declararon culpable con este ya iniciado. No hubo consecuencias. Ni penales. Sorprendente. Ni profesionales. Increíble. El FMI le declaró públicamente su apoyo y confianza... y santas Pascuas. 

Equilibrio de poderes

Tampoco ha sido aquello un obstáculo para que ahora la hayan elegido para ponerse al volante del guardián del euro. Su nombramiento responde a los siempre complicados equilibrios de poder europeos, en los que Alemania y Francia han impuesto -otra vez- su dominio. En el reparto de cartas, Alemania se ha quedado con la presidencia de la Comisión, y el presidente francés, Emmanuel Macron, ha colocado al frente de la política monetaria a una compatriota. Y eso que políticamente andan en bandos rivales. Pero París bien vale una misa.

A Draghi no se le conocen escándalos. Pero también hay cosas que enturbian su halo. Era vicepresidente de Goldman Sachs International y, por lo tanto, uno de los principales responsables del todopoderoso banco de inversión estadounidense en Europa, cuando este ayudó al Gobierno de Kostas Karamanlis a maquillar las cuentas públicas con las que Grecia engañó a Europa, ocultándole un déficit desbocado. La mecha que encendió la voraz crisis de deuda que años después al italiano le tocó sofocar. Dicen que en el pecado se lleva la penitencia.

Labor continuista

Pero, trayectorias personales aparte, lo que a inversores y analistas les preocupa ahora es si el cambio de aires en las altas esferas influirá en el rumbo de la nave. La impresión que manda es la de una Lagarde continuista. O la de que incluso podría ir más allá que su antecesor. Lo malo, advierten algunos, que la próxima crisis -que la habrá- le va a pillar con el arsenal casi agotado.

Por lo demás, andan los analistas con el corazón partío . Valoran la capacidad de Lagarde para tejer consensos y alianzas, de la que ha dado sobradas muestras a lo largo y ancho de su trayectoria profesional y que no ha faltado durante su etapa al frente del FMI; y las dotes de la francesa para la comunicación, todo un lujo tratándose de banqueros centrales como señalábamos al principio de la información. Pero van a echar de menos muchas cosas de Draghi. Para empezar, que nadie sabe mejor que él cómo respiran los mercados financieros. Tan despiadados ellos, pero a los que el italiano domó sin casi despeinarse, al tiempo que metía en cintura a los gobiernos de la periferia.

 Lo resumían muy bien los analistas de ING en una nota hace unos días, en la que ironizaban con que ya no tendremos un presidente del BCE «al que parecía que si se le despertaba en medio de la noche podría recitar de memoria todos los componentes del último indicador de datos adelantados de la economía europea». «Lagarde será probablemente más una moderadora que un genio intelectual de la política monetaria», apuntillaba. Con todo, hay quien recuerda que es el Consejo de Gobierno en pleno del BCE el que toma las decisiones. Aquello de que lo importante son los equipos. Ya veremos.