De las recesiones latentes y el contexto

Julio G. Sequeiros CATEDRÁTICO DE ESTRUCTURA ECONÓMICA DE LA UDC

MERCADOS

MONICA IRAGO

La incertidumbre que acecha sobre el escenario internacional podría resultar decisiva para determinar el rumbo a corto plazo de la economía. El binomio globalización versus proteccionismo, el dilema entre energías fósiles y renovables y la aparición de algunas doctrinas abstractas y de inspiración populista que empiezan a imponerse en algunos países serán tres variables cuyas consecuencias pueden decantar la balanza global hacia la senda de la ralentización

22 dic 2019 . Actualizado a las 05:09 h.

Muchas veces en la economía ocurre lo mismo que en la medicina. Vas al médico y te dice que, sin haberte dado cuenta, acabas de pasar una gripe y esa es la razón de tu debilidad actual. Esto viene a cuento de la discusión de si estamos entrando en una ralentización del crecimiento más o menos duradera o, según los más pesimistas, que en el 2020 vamos a tener una recesión, aunque esta sea suave. Como en el caso del médico, la información disponible apunta a que la ralentización ya la hemos pasado y que el crecimiento en los próximos ejercicios va a ser lento pero sostenido en el tiempo. Estos mismos datos parecen indicar también que el punto más bajo de la ralentización tuvo lugar en el segundo trimestre -o en el tercero- de este año en curso y que esta ralentización pudo haberse iniciado ya a mediados del 2018. Por supuesto, cada país siguiendo su ciclo y Alemania adelantada a todos los demás, marcando el ritmo de la eurozona. Un ejemplo de lo que estamos diciendo es el comportamiento de las bolsas de valores. En el 2018 acabaron en mínimos de ese año y en el 2019 recuperaron las pérdidas y se ubican en máximos al final del ejercicio.

Esta ralentización del crecimiento en España ha sido muy suave. Nuestra economía siguió generando empleo neto (aunque a un ritmo más lento que en el pasado) mientras que el crecimiento del PIB ha sobrepasado ligeramente el 2 % en tasa anual. Menos que en años anteriores, pero crecimiento al fin y al cabo. Todo ello en un contexto en el que la inflación ni está ni se la espera.

Una de las razones de esta ralentización del crecimiento es un entorno internacional que está prediciendo una inflexión importante en el contexto institucional en el que se mueve la economía. Esta inflexión afecta a tres cuestiones clave: el binomio globalización versus proteccionismo, el dilema entre energías fósiles versus renovables y, en tercer lugar --pero no de último-, el pensamiento económico ortodoxo (en sus distintas variantes) frente a doctrinas abstractas, frecuentemente demagógicas y con un impacto sobre la opinión pública realmente notable. Vayamos por partes.

El conflicto entre globalización y proteccionismo alcanza su valor máximo el año pasado cuando el presidente Donald Trump impone aranceles a China, Brasil... y renegocia los tratados comerciales que vinculan la economía norteamericana al comercio internacional, rompiendo así el tablero de juego en el que se había movido la economía mundial en las últimas décadas. En el 2018, el comercio internacional creció por debajo del PIB mundial, arremedando los peores años de la crisis reciente. Pues bien, a finales de este año tenemos ya claras algunas cosas. El presidente Trump no va a dejar para después de las elecciones presidenciales de noviembre próximo la firma de los tratados internacionales que regulen sus relaciones comerciales y financieras con China. Lo va a hacer antes, y presentarse a la reelección con el acuerdo bajo el brazo.

Otro fleco del conflicto entre globalización y proteccionismo es el brexit. Pues bien, este tema deja de ser un foco de inquietud mayor para mantenerse en actitud vigilante sobre las condiciones en las que se van a regular las relaciones económicas y financieras entre esos dos espacios. En síntesis, este conflicto entre globalización y proteccionismo tiene como consecuencia la modificación del mapamundi: las distancias entre el Reino Unido y la UE, o entre China y EE. UU., se han incrementado notablemente.

En lo que respecta al modelo energético (fósiles o renovables), lo que inquieta realmente es el período transitorio desde una economía basada en el carbón y el petróleo a una basada en energías renovables. Esta migración de un sistema a otro amenaza con borrar del mapa a países enteros como Polonia, o a regiones como As Pontes. Por cierto, en Europa hay muchas regiones con una central térmica de combustibles fósiles, todas ellas con un futuro incierto. Eurostat recoge unas 300 factorías ubicadas en Europa y con este perfil (incluyendo al Reino Unido).

Estos dos conflictos (globalización contra proteccionismo y renovables contra fósiles) se manifiestan de forma muy particular en Alemania. Una economía volcada sobre el comercio exterior que se encuentra con unos mercados internacionales cambiantes e inestables, y con una especialización productiva muy orientada a la producción de automóviles y camiones con motores a base de combustibles líquidos. Por si eso no bastara, Alemania aún abastece dos tercios de su consumo eléctrico interno en base de producción convencional (nuclear ahí incluida). En este sentido, Alemania está en una situación delicada. No está claro que su hegemonía pueda ser traspasada fácilmente al coche eléctrico. Al igual que en las tecnologías denominadas 5G, el desarrollo chino está muy adelantado también en este terreno.

Doctrinas sin fundamento

El tercer elemento al que nos referíamos más arriba era la proliferación de doctrinas y planteamientos aparentemente económicos y que carecen de la más mínima racionalidad, pero que, sin embargo, son capaces de anidar en la opinión pública con una fuerza extraordinaria. Lo que podríamos denominar populismo económico.

Un buen ejemplo es un brexit que se ha votado en referendo afirmativamente por un 51,9 % de los votantes que, en esta ocasión, significaban el 37,44 % del censo electoral. Una decisión que afecta a sus nietos (y a los nuestros) se toma por algo más de un tercio del censo. Además, los planteamientos a favor de la salida eran de una inconsistencia manifiesta: pura añoranza sentimental de un pasado ficticio. Por cierto, en las elecciones generales celebradas este mes, donde Boris Johnson obtiene una mayoría absoluta en diputados, ha habido más votantes a favor de un segundo referendo que a favor de la salida propuesta por el partido conservador. Paradojas de la ley electoral británica. Me resulta muy difícil de entender esta idea de la democracia. En fin…

Recuerdo de la primavera

Hay más ejemplos. En España se están dando movilizaciones de pensionistas exigiendo unas pensiones dignas y su revalorización de acuerdo con el IPC. Me pregunto qué pasará cuando se revaloricen las pensiones el 0,9 % en sintonía con el IPC español del 2019. Esto, frente al 0,25 que era el factor de revalorización casi automático que estaba previsto en los presupuestos de Rajoy y Montoro todavía vigentes. Seguramente muchos pensarán que la diferencia no justifica el esfuerzo en la movilización. Algo semejante sucede en Francia con los chalecos amarillos y la subida del precio del gasoil o los acontecimientos en Chile con las subidas del precio del transporte en metro. Todos estos acontecimientos me recuerdan a las primaveras árabes en los países del norte de África a principios de la década del 2010. Todo aquello empezó por las subidas en el precio del pan.

En lo que respecta a España, el gráfico adjunto pone de manifiesto que estos acontecimientos en el contexto institucional de la economía mundial no afectan a nuestra actividad económica, al menos, de una forma frontal. La razón está en el anclaje de nuestra economía en la Unión Europea, a la que llega a destinar un 65 % de sus exportaciones totales. En concreto, a la zona euro España destina más de la mitad de sus exportaciones. Como contrapartida, nuestra conexión con el Reino Unido (7 % de nuestras exportaciones) o con Estados Unidos (un 5 %) es mucho más modesta y, en consecuencia, manejable.