La guerra ha hecho saltar por los aires los planes de recuperación. La escalada de los precios energéticos ya ha obligado a parar a las empresas y el poder adquisitivo de las familias está en serio peligro. Para colmo, el fin de la compra de deuda pública se acerca
20 mar 2022 . Actualizado a las 13:03 h.Hace aproximadamente dos años, la economía española frenó en seco. La pandemia provocó la mayor caída en términos económicos que se recuerda desde la Guerra Civil. Todos los indicadores que nunca deben caer lo hicieron, y con la fuerza necesaria para romper series históricas. Una debacle que se llevó por delante empresas, puestos de trabajo y que hizo más pobres a las familias, pero de la que nos estábamos recuperando. Las catástrofes influyen en la historia, y de la crisis financiera del 2008 se tomó buena nota. Por eso, Europa y España se habían propuesto esta vez una recuperación distinta. Y cuando ambas se disponían a intentar retomar el paso, en el medio se puso Putin.
La guerra causada por la invasión rusa en Ucrania ha cambiado todos los planes. La dependencia energética con Moscú ha impactado de lleno en el que ya era uno de los principales problemas de la economía española: el precio de la energía. El alza de los costes de la luz, el gas y los carburantes repercute directamente en otros sectores y la espiral inflacionista hace que vivir sea cada día más caro.
El IPC cerró febrero con una subida del 7,6 % en términos interanuales. Iluminar y calentar la casa cuesta en Galicia un 56 % más, y llenar el depósito un 12,5 %. También se han encarecido un 9 % los cereales y el grano (Ucrania es el principal exportador del mundo), una subida que a su vez repercute en el coste de la producción de pienso para los animales, lo que inevitablemente hará incrementar el precio de la carne o la leche. Esta escalada se traslada cada día a familias y empresas.
Los ejemplos se multiplican en cada jornada. A fecha de cierre de este reportaje, varios sectores han demandado ayuda urgente para no tener que parar hasta que amaine la tormenta. La siderúrgica Megasa fue la primera en detener su producción por la factura eléctrica. La pesca ha alertado de desabastecimiento en los últimos días, por la imposibilidad de llenar el depósito de los buques. Lo mismo el sector agrícola y el lácteo, que no pueden alimentar a los animales.
El 9 de marzo, apenas diez días después del estallido del conflicto, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, dijo en el Congreso que «la inflación y los precios de la energía eran única responsabilidad de Putin». ¿Tenía razón? Lo cierto es que sin duda la invasión rusa se ha llevado por delante las previsiones que apuntaban a que la inflación se moderaría a finales de curso. Pero el fenómeno no es ni mucho menos repentino.
El IPC inició el 2021 en tasas muy reducidas, en torno a cero, y cerró diciembre en un 6,7 %, batiendo récords nunca vistos en treinta años. La subida empezó motivada por el precio de los componentes energéticos, que habían sufrido caídas en el 2020, sobre todo el petróleo, y terminó impulsada por el encarecimiento de la electricidad y de los alimentos. Por el medio, la crisis de suministro empeoró el asunto. Luego, las Navidades llegaron y la variante ómicron terminó de poner nerviosos a los mercados.
Con todo, la subida de precios debía ser temporal. Así lo defendió el Banco Central Europeo durante los últimos meses, y bajo esa hipótesis estructuró su política monetaria, centrada en alargar todo lo posible las medidas de estímulo y en retrasar la subida de tipos. Lo pensaron también los expertos: «La inflación se consideraba un episodio transitorio, que difícilmente podía mejorar en invierno por la alta demanda energética de la época, pero que sí apuntaba a ir paliándose durante este año» explica Josep Lladós, profesor de Economía de la UOC. Una previsión similar publicó en su momento la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas), que planteaba en sus informes previos al conflicto que el IPC se quedaría en el 3,6 % en el 2022. Una cifra que reduciría la capacidad de compra de los salarios en otro 3 %.
En definitiva, lo esperable era que la inflación fuese un mal sueño y que no perturbase más de lo necesario al crecimiento económico. Un 5,6 % era lo que debía crecer España durante el 2022, según los cálculos de la Comisión Europea. Una cifra que, aún lejana de las estimaciones del Gobierno que la situaba en el 7 %, suponía para este curso el mayor crecimiento de toda la Unión después de Malta. Y mantenerse entre las tres primeras para el próximo, con un ritmo muy superior al de las grandes potencias.
¿Cuánto queda de esto? Por ahora, el Consejo General de Economistas ya ha rebajado en cuatro décimas la subida y nada indica que las cifras puedan mantenerse. «Es muy pronto para tener una imagen clara de la dimensión del impacto, pero está claro que nuestras previsiones de crecimiento de este invierno parecen demasiado optimistas», dijo el comisario de Economía Paolo Gentiloni. El Banco Central Europeo sí ha puesto blanco sobre negro y Christine Lagarde ya ha anunciado que esperan que el PIB de la eurozona crezca este año un 3,7 %, en vez del 4,2 % anticipado en diciembre.
La guerra
Desde que Putin tomó la decisión de invadir Ucrania, se puso de relieve el talón de Aquiles de Europa: su dependencia energética. La Unión recibe de Moscú un 42,5 % del total del suministro de gas que exporta el Kremlin. La influencia en España es algo menor: apenas importa un 9 %. Pero esto no ha evitado que la subida del precio del gas repercuta directamente en el de la luz, a causa del sistema marginalista que rige el mercado: todas las energías se pagan al precio de la más cara. Un planteamiento al que España pretende poner remedio, si Europa le deja, y que se debatirá en las próximas semanas. Para Lladós, la tarifa marginalista sí tiene sentido para incentivar la transición a las energías renovables, «porque aunque son las más baratas, se pagan más caras y se rentabilizan antes, lo que permite recuperar la inversión fácilmente».
El crudo
Mención aparte merece el petróleo. El barril de Brent, índice de referencia en Europa, llegó a superar los 127,9 dólares tras el estallido de la guerra, lo que se tradujo en que llenar el depósito fuese más caro que nunca. Durante la última semana se ha moderado la subida del precio del barril, que se ha colocado ya en cifras cercanas a las anteriores a la invasión. ¿Es de esperar que la gasolina y el diésel acompañen la bajada? «Aunque la sensibilidad a las bajadas es menor, es de esperar que se produzcan», apunta Rafael Fernández, profesor e investigador de la Universidad Complutense de Madrid. «No obstante», precisa, «100 dólares sigue siendo un nivel muy alto; el año 2021 cerró en niveles cercanos a 70 y el precio medio en el 2019 y el 2018, también estuvo próximo a esas cifras, sin que se apreciasen tensiones inflacionistas».
Soluciones
Ante este panorama, el primero en cambiar la hoja de ruta ha sido el Banco Central Europeo. Su presidenta, Christine Lagarde, anunció hace diez días la retirada paulatina de estímulos financieros. Antes de la guerra, el plan era reducir la compra de deuda progresivamente hasta septiembre. Ahora, si nada cambia, a partir de verano el BCE dejará de comprar. La decisión impactará en la economía española, que perderá las condiciones favorables de financiación, una circunstancia que se hará visible con un casi inevitable incremento de la prima de riesgo.
La subida de los tipos de interés, que equivale al dinero extra que se paga por pedir dinero prestado, tendrá que esperar. Aunque la Reserva Federal de Estados Unidos sí se ha lanzado a dar el paso. Esta semana decidió subir los tipos hasta situarlos en un rango de entre 0,25 % y 0,5 %. Es el primer incremento en el precio del dinero en el país estadounidense desde diciembre del 2018.
Más allá de estas correcciones, el margen de actuación a nivel nacional es limitado, según apuntan los expertos. El Gobierno ya ha tomado la decisión de bajar los impuestos, aunque no ha concretado cuánto ni cómo, y la rebaja fiscal parece la única herramienta disponible para minorar el impacto de la inflación. No porque pueda incidir directamente en ella — las bajadas de tributos no tienen ese poder— sino porque evitarán un peligro mayor: la caída pronunciada del consumo. El gasto de las familias ya se moderó a finales de año, fruto precisamente de la subida de precios, que ya rozaba el 7 %. Si el consumo decayese, le seguiría después el PIB.
Un retroceso en el crecimiento, junto con una reducción en la compra de deuda pública, es un caldo de cultivo propenso para una palabra que nadie quiere escuchar. La temida recesión no está ahora sobre la mesa. Ni las peores previsiones apuntan a ese escenario pero, por ahora, solucionar el problema energético a corto plazo vía bajada de impuestos parece la opción más sensata. Más en un momento en el que «la financiación de deuda es todavía alta», apunta Josep Lladós. El déficit público es, por ahora, el precio a pagar.
Lo positivo
Sobre todo lo malo que atraviesa la economía española, hay un factor que invita al optimismo. Las cifras de empleo se mantienen sólidas. No es poca cosa, hay una enorme correlación entre el empleo y la actividad productiva, que directamente influye en el PIB y el crecimiento de un país.
El nivel de creación de puestos de trabajo se ha mantenido por encima de lo esperado. Los afiliados a la Seguridad Social crecieron en el conjunto del año, en comparación con el 2020, un 8,8 %. Las cifras ya eran buenas y no se deterioraron con el estallido de la guerra. Según los últimos datos disponibles, los de febrero, el empleo creció en 67.111 trabajadores. Habrá que esperar a la estadística de marzo para confirmar la tendencia, pero en el ámbito laboral no hay alertas sobre la mesa para los expertos.
Un informe de Funcas elaborado en enero sostenía la misma idea: «El mercado laboral reflejará la recuperación de la economía, aunque en menor medida que en el 2021 por la desaparición de los efectos de reapertura de la actividad». Las previsiones situaban en 850.000 los puestos de trabajo a tiempo completo que se crearían durante los dos próximos años. Una mejora que se reflejaría luego en la tasa de paro, que podría descender por debajo del 13 %.
No solo es que la creación de empleo siga cuesta arriba, es que además, la contratación indefinida sigue ganando terreno. En concreto, en el mes de febrero, 316.841 personas firmaron contratos indefinidos, más del doble que en el mismo mes del año pasado. Ahora está por ver si la guerra permite sostener este ritmo.
¿Qué son los temidos efectos de «de segunda ronda»?
Hace casi sesenta años, el 17 de noviembre de 1965, el ministro de Finanzas británico, Ian Mcleod, se dirigió a la Cámara de los Comunes para explicar la situación económica que atravesaba el país. «Tenemos lo peor de los ambos mundos», dijo, «no solo inflación por un lado y estancamiento por el otro, sino los dos a la vez». La frase concluyó con la invención de un nuevo término: «Tenemos una especie de estanflación». Esta es la partida de nacimiento de una palabra que había aparecido de refilón y con cuentagotas, hasta que la realidad económica la ha puesto sobre la mesa. ¿Qué significa? En pocas palabras: que los precios suben sin freno mientras la economía se mantiene estancada. Es uno de los peores escenarios posibles, porque, con la teoría en la mano, no hay una receta exacta para combatirlo.
Tampoco es que sea nuevo, se vivió primero en los años 70, cuando la subida del petróleo y las materias primas provocaron una inflación que llegó a rozar el 45 %. Esas cifras estratosféricas no las contempla ahora ni el más pesimista de los analistas.
De hecho, la preocupación de los expertos no es tanto la estanflación, que necesita otras chispas para prender, como los temidos efectos «de segunda ronda». Durante todo el 2021, la subida de precios la acaparaba el ámbito energético. Hacia final de año, empezaron a verse las primeras transferencias hacia otros productos, motivadas sobre todo por la crisis de suministro. Todo debía ser temporal. Pero el estallido de la guerra está consolidando el traslado de costes a otros sectores. Lo demuestra la subida del precio de los alimentos, así como de la ropa, el menaje del hogar, la hostelería o incluso el turismo. Cada vez suben más componentes del IPC. «No sabemos cuánto va a subir la inflación, ni hasta cuando lo hará», resume el profesor de economía Josep Lladós.
La lógica inflacionista tiene una máxima: alguien tiene que pagarla. Nadie quiere ver mermado su poder adquisitivo, pero la solución no puede pasar por estimularlo subiendo los salarios. Porque si eso pasa, se cronificará el asunto. Si los convenios suben, entonces sí, aumentará el peligro de estanflación.
La guerra obligará a Europa a buscar nuevas alianzas comerciales con otros países
Durante los primeros días de invasión, una pregunta se instaló en los titulares: ¿Puede Rusia cortar el suministro de gas a Europa? ¿Qué pasaría entonces? Rafael Fernández, profesor de la Universidad Complutense que conoce bien la economía rusa, apuntó entonces que lo previsible era que la relación comercial entre ambos se mantuviese. Preguntado por lo mismo tras 25 días de guerra, se mantiene: «Los costes para Europa de una interrupción, aunque sea parcial, serían enormes. No solo por la dificultad para encontrar alternativas de abastecimiento a corto plazo, sino por el impacto que ello tendría sobre los precios del gas en todo el continente». De hecho, la Comisión Europea ya ha dicho que dejar de comprar gas a Rusia no es posible. Al menos por ahora. La única decisión tomada es reducir en dos tercios las importaciones de aquí a final de año. Además, el gasoducto que conectaría a Alemania con Moscú ya es historia.
En la primera semana del 2022, Europa compró 1.720,6 millones de metros cúbicos de gas ruso. Sustituir el suministro no será gratis ni sencillo, pero por el camino, España puede verse beneficiada. La propia Von der Leyen viajó a nuestro país hace unas semanas para empezar a trabajar en el asunto. «España tiene una amplia infraestructura de plantas de regasificación», apunta Fernández. En otras palabras: una gran capacidad de almacenar gas. La clave estará en cómo distribuirlo. En esto sí hay asignaturas pendientes. Fuentes consultadas aseguran que reactivar el proyecto del gasoducto Midcat es la llave maestra para que el suministro fluya hacia Europa.
Pero el petróleo será otra cosa y es ahí donde el tablero de relaciones comerciales puede darse la vuelta. «Aumentará la importación de países como Venezuela, Irán o Arabia Saudí», explica de nuevo Fernández. Estados que han sido tradicionalmente aliados del Kremlin y que ahora pueden convertirse en competidores. ¿Y qué pasa con la alianza de Pekín y Moscú? «Ambos tienen una relación asimétrica, en la cual China tiene una clara ventaja. Sin embargo, Rusia no cuenta con muchas más opciones de crear vínculos estratégicos y los dos ganarían más con la cooperación que con la competencia abierta» asegura en su análisis Mira Milosevich-Juaristi, investigadora del Real Instituto Elcano.