La gran habilidad que precisan los directivos

Guillermo A. Barral Varela

MERCADOS

MABEL RODRÍGUEZ

Los empáticos poseen una visión integral, de conjunto, y no resulta sencillo encontrar esto en el mundo de la empresa. Resultan mucho más comunes los reinos de taifas, en los que cada departamento hace la guerra por su cuenta

05 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Me enfrento hoy a un apasionante reto: transmitir por qué considero que la empatía (ponerse en el lugar del otro) es la habilidad entre las habilidades. Lo hago tomando en cuenta mi experiencia profesional y, a la vez, con ideas que me ha transmitido mi buen amigo Javier Fernández Aguado, referente indispensable del management contemporáneo. Las denominadas habilidades directivas reciben ese apelativo, porque resultan relevantes si se desempeña una tarea de gobierno. La toma de decisiones, la gestión de equipos y conflictos, el liderazgo, etcétera... son destrezas necesarias para quienes deben timonear. Entre ellas, la empatía es transversal y debe impregnar toda la organización, desde los niveles jerárquicos inferiores hasta los más altos.

La empatía posibilita la comprensión, el entendimiento del otro. Un profesional empático tendrá mayor sensibilidad a las necesidades o experiencias de sus pares, de su jefe, de los clientes y de otros grupos de interés (stakeholders en su terminología anglosajona), como pueden ser los proveedores. Los empáticos disponen de una visión integral, una idea de equipo, de conjunto. No es fácil encontrar esto, porque a menudo escasea. Resultan más habituales los reinos de taifas y que cada departamento o área intente jugar su propio partido olvidando lo que constituye la esencia de cualquier organización: la coordinación y la sinergia.

Contar con quienes gocen de esta virtud constituye una ventaja excepcional, porque la empatía va de la mano con la escucha activa. En cualquier organización saber escuchar y comprender supone ser capaz a la vez de obtener información valiosa y de poder sugerir o decidir medidas correctoras de errores, mejoras en procesos, productos o servicios. En definitiva, alinear la empresa con aquello que realmente sucede tanto en el interior como en el entorno externo.

Ser empático nada tiene que ver con aceptar todo aquello que se escucha. Permite, esto sí, pulsar lo que percibe o sienten los demás y, en consecuencia, reaccionar de un modo adecuado para la organización en su conjunto. Fernández Aguado, intelectual y conferenciante multifacético, gusta de proponer ejemplos extraídos más que de su exitoso recorrido profesional de la historia. Para la cuestión que hoy abordo, me proponía como paradigma a exponer lo que sucedió en un momento clave de la reforma carmelitana promovida por Santa Teresa de Jesús. Mencionó la anécdota, pero solo tangencialmente, en su enciclopédica investigación: 2000 años liderando equipos (Kolima, 2020).

La incansable emprendedora nacida en Ávila se había ganado el apoyo de Juan Bautista Rubeo, superior de la orden, para su innovador proyecto de retorno a los orígenes del proyecto carmelita. Desafortunadamente, años después, las cartas de respuesta remitidas por Teresa a determinados requerimientos de Rubeo desde Roma no llegaron a las manos del general. Indignado, despotricó de la santa abulense y remitió a España a un visitador, El Tostado, que desembarcó en la península con intención expresa de demoler lo logrado por la brega de Teresa de Ahumada.

Si Juan Bautista Rubeo hubiera dispuesto de un poco más de empatía, habría sabido esperar, pues le hubiera resultado impensable que la emprendedora española hubiera desatendido su solicitud de aclaraciones. A pesar de los pesares, el proyecto sigue adelante y hoy en día más de 10.000 monjas descalzas y unos 5.000 monjes descalzos tratan de plasmar un modo muy específico de seguir a Dios. Toda esa multitud ejemplar podía haber quedado en nada por falta de capacidad empática de un directivo italiano del siglo XVI.

De otro siglo y de un entorno muy diverso extrajo Fernández Aguado para mí otro ejemplo. Puede encontrarse parcialmente en su interesante estudio El management del III Reich (LID, 2014). Cuando en diciembre de 1942 el sexto ejército alemán quedó sitiado por los rusos en Stalingrado, un exaltado Hitler en lo único en que pensó fue en su propia imagen de marca. Con una carencia abismal de empatía, desde su lujosa residencia alpina, ignoró las necesidades de los hombres de Von Paulus. Consecuencia de su torpeza, técnica, ética y comportamental, cientos de miles de germanos perdieron la vida.

Mi buen amigo me explicitó otros ejemplos. Me limito a mencionar uno más. En los meses previos al 22 de junio de 1941, se multiplicaron las señales de la traición que los alemanes estaban preparando al tratado de alianza nazi-comunista de agosto de 1939. Stalin, terco y ensoberbecido, fue incapaz de ponerse en los zapatos, no solo de sus enemigos, sino también de sus asesores. Su inmensa torpeza impidió frenar la operación Barbarroja que, en pocas semanas, dañó gravísimamente a Rusia y a sus ciudadanos. Pueden verse muchos pormenores en: ¡Camaradas! De Lenin a hoy (LID, 2017).

Concluyo ya estas líneas, proponiendo al lector que procure esforzarse en el desarrollo de su capacidad empática. Mucho le ayudará en sus decisiones personales y profesionales. Y reitero el agradecimiento a Javier Fernández Aguado, a quien, con toda razón, Ricardo Hernández García dedicó un ensayo con el título, El sabio discreto (HGBS, 2019).

Guillermo A. Barral Varela Abogado de Abanca. Profesor de Introducción a la Empresa en CEDEU (Universidad Rey Juan Carlos). Mediador civil, mercantil y familiar.