LOS CONCERNIDOS se sienten sumamente emocionados ante, por y con el grito lanzado al triunfante Zapatero: «¡No nos falles!». En la antigua Roma, el triunfador disponía de un mandado que le acompañaba entre las aclamaciones con el único fin de susurrarle al oído las palabras con las que debía medir las cosas: «Recuerda que sólo eres un hombre». El relato acaba ahí, y no se sabe si en los registros de la historia figura la biografía de algún susurrador de aquellos; parece que no. Tampoco se sabe el promedio de vida de los susurradores, si tenían algún título o estudios que los acreditaran como tales o si formaban parte de un gremio, clan, logia o cosa por el estilo. «¡No nos falles!», dicen muchos, y lo dicen a gritos, que es como se dicen ahora las cosas. Es un grito curioso. Un grito plural, pues reúne opiniones diversas, así como esperanzas y recelos de una variada gama, atenidos a diferentes aspectos de una realidad siempre cambiante. Es polisémico. Significa, o puede significar, muchas cosas. Y entre ellas, la transformación de Zapatero, de sus efectos y consecuencias -esperados e inesperados, previsibles o no- en patrimonio colectivo de la masa que se fija en todo, y patrimonio personal del que lo grita sin quitar la vista de lo suyo. Un significado de «¡No nos falles!» es «atento a lo nuestro». Otro: «Ojo con lo mío». Lo nuestro forma, junto con lo mío , parte fundamental de lo que más nos toca en lo vivo. En cuanto eso que para cada cual es lo nuestro y lo mío comience a verse críticamente afectado por lo que Zapatero haga o deje de hacer, el «¡No nos falles!» se convertirá en «Zapatero, no me jodas» o, dicho de un modo más cordial -si cabe-: «No me jodas, Zapatero». El grito se modifica y altera, pero conserva, como se ve, su polisemia. La polisemia siempre tiene algo de caja de Pandora, de ahí que los viejos aconsejen medir las palabras, y que los niños prefieran hablar aullando. Teniendo muy en cuenta eso de la polisemia, Josu Jon Imaz, presidente de la ejecutiva del PNV, aprovechó la presión y temperatura del Aberri Eguna para señalar que «el PSOE lo tiene todo por demostrar». Con eso quiere decir muchas cosas, entre las que figura la disposición de Imaz a darse por fallado. También se infiere de esas palabras que Imaz cree, a pie juntillas y de todo corazón, que el PNV y él mismo, el presidente de su ejecutiva, lo tienen demostrado todo. Es una creencia ingenua, algo cándida y algo fatua, pero Imaz es joven, no tan joven como el PNV, pero, bueno, bastante joven. Los jóvenes entienden que han de andar a la caza de demostraciones ajenas, y si alguna demostración no les cuadra, no les fascina suficientemente o se les hace esquiva para sus entendederas, se mosquean y entran en un estado de nervios inquietante para la autoestima. Por eso, cuando un joven alcanza la presidencia de algo, debería contar con un susurrador idóneo. Un susurrador que en el caso de Imaz, le susurrara: «Recuerda que sólo eres un hombre, y si no me crees, pregúntaselo a Arzalluz».