LA VISIÓN de Bush sobre la situación en Irak ha ido evolucionando desde el ciego optimismo del principio hasta la cautela actual, que se manifiesta en una reiterada petición de paciencia y en el reconocimiento de errores en el proceso de estabilidad y reconstrucción del país ocupado. Las opiniones de quienes sostenían que era fácil ganar la guerra pero muy difícil afrontar la posguerra ya no le parecen ahora flaquezas de derrotistas, porque la realidad está demostrando que tenían razón. Las encuestas, por otra parte, son también ilustrativas: aumentan los que creen que la guerra fue una mala ocurrencia (48%), y son cada día más los que no confían en que las políticas de Bush vayan a tener éxito (54%). Dicho en plata, se dispara el pesimismo. Y se dispara, entre otras cosas, porque los propios generales estadounidenses están ofreciendo unas evaluaciones realistas que contradicen las promesas de una solución rápida del conflicto. Por el contrario, ya se habla de una intervención militar larga («de muchos años») y se admite que no se va a poder reducir el número de tropas a corto plazo. En estas condiciones, hasta Bush ha dejado de mantener su pétreo discurso acerca de una pacificación inminente y democrática. No está el horno para esos bollos. EE. UU. se ha metido en un avispero, lo ha hecho con tropas poco numerosas (como quiso el belicista Donald Rumsfeld y en contra del buen criterio de Colin Powell) y carecía de planes para la posguerra. Quizá porque en el fondo los halcones acabaron por creer que un pueblo enfervorizado y amante de las libertades iba a aclamar a sus tropas tras la liberación. No fue así (no podía serlo) y el escenario actual aconseja releer las «lecciones de Vietnam» elaboradas por Richard Nixon. Una de ellas habla de las dificultades de una democracia para mantener una guerra larga lejos de casa sin una perspectiva cierta de que sus objetivos triunfen. Es entonces cuando la opinión pública acaba por volverse en contra, y a partir de ahí todo se orienta a buscar una salida precipitada. Todavía no se está en esta situación, pero el horizonte no es nada esperanzador. Y el tiempo corre en contra. Hasta Bush lo sabe.