El «trilema» maldito de Ceuta y Melilla

OPINIÓN

17 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Es probable que situar las fronteras de la UE en Ceuta y Melilla -fronteras clásicas, con barreras, alambradas y Guardia Civil- sea algo tan irracional que no pueda ser gestionado correctamente. También es evidente que si a la Guardia Civil se la obliga a mantener a rajatabla la política europea de inmigración, acabará encarnando la crueldad inhumana que toda Europa genera. Y por eso no hay más que tres respuestas posibles al maldito trilema que tenemos planteado.

La primera, más lógica de lo que parece, es abrir las fronteras de la UE a una inmigración laboral y humanitaria de carácter masivo, y esperar que sus límites se establezcan por la propia saturación de la oferta laboral o por el desarrollo fuertemente auxiliado -en lo económico y lo político- de los países emigrantes. Ya sé que la totalidad de los Gobiernos y partidos, y la inmensa mayoría de los ciudadanos, rechazan esta solución. Pero hay que decir que si se quisiese afrontar en serio podría funcionar, sería justa y humanitaria, y en ningún caso daría resultados más dramáticos que lo que vemos ahora.

La segunda posibilidad es mantener la orden dada a la Guardia Civil para que selle -dentro de Ceuta y Melilla- la frontera más dramática del mundo, porque así hay que llamarle a la línea que separa la opulencia y la libertad europeas de la violencia y la miseria subsaharianas, y a la que se ven abocados todos los que no pueden pagarse un avión o un cayuco. Pero en este caso no se puede jugar a dos barajas. Porque si hay algo de inmoral en este asunto es apoyar el cierre legal de cara a Europa, y pedir que se ablande la vigilancia para que -¡los pobriños!- puedan colarse. Y es doloroso reconocer que esta inmoralidad es la que practican -con la sola excepción del Gobierno de turno- los políticos españoles, que institucionalmente respetan la norma, mientras maldicen y reniegan de sus inevitables efectos.

La tercera opción -que el lenguaje correcto considera delito de traición a la patria- es reconocer que la condición de enclaves de Ceuta y Melilla no permite concentrar sobre ellas el control de las migraciones, y abrirse a una de estas tres resoluciones: entregarle las plazas a Bruselas y convertirlas en el primer territorio no estatal de la Unión Europea; sustituir la Guardia Civil por la gendarmería francesa, que podría hacer -¡y haría!- lo mismo que nuestros agentes pero no levantaría las furibundas protestas de nuestro Parlamento; o descolonizar Ceuta y Melilla, traer la frontera a la Península y a las islas, y gestionar razonablemente el problema.

Este es el debate real, muy difícil, pero verdadero. Porque lo que hacemos ahora -poner fronteras al gusto europeo y pedir que se gestionen al estilo africano, como una coladera- es una absoluta indecencia, por más solemnes y dignos que se pongan Cayo Lara y Elena Valenciano.