Algunas personas, ante el abandono de la pareja, reaccionan como lo hizo Medea, personaje de una tragedia griega que asesinó a los hijos para castigar a Jasón, su pareja. El caso de Gabriel, presuntamente, tiene similitudes con el mito griego. Sucede que Medea se entera que va a ser abandonada por Jasón, que quiere unirse a la joven Glauce, hija del rey Creonte, lo que puede proporcionarle más poder y prestigio. Medea, en su venganza, prefiere infligirle el mayor dolor posible matando a sus hijos. Pocas circunstancias concretas conocemos sobre este suceso, pero nos da la oportunidad de comentar estos hechos cada vez más frecuentes, de proyectar sobre un tercero la ira y la venganza dirigida a un segundo. Lo que conocemos sobre el caso de Gabriel nos hace pensar que no se trata de una reacción impulsiva, sino de una decisión meditada, de efectos calculados, lo que permite que la supuesta asesina, lejos de sentirse culpable, se justifique responsabilizando a su entorno o pareja de lo sucedido. Somos testigos mudos de que conductas como estas son bastante comunes, entre ellas las cada vez más numerosas rupturas de parejas con hijos menores.
¿Qué está pasando? ¿Es normal? Docentes, trabajadores de servicios sociales, de los juzgados de familia, psicólogos y psiquiatras nos ofrecen una explicación bastante lógica. La frustración y el dolor activan la rabia, la cólera, y cuando esta es repetida y sostenida en el tiempo, se va construyendo el odio, el resentimiento y, al final, el deseo de venganza.
Hay psicoterapeutas que defienden que cuando se produce un intercambio negativo dentro de la pareja, el que ha sido objeto del daño debe compensarlo vengándose con amor o por amor. En este caso, vengarse por amor significa devolver el daño, pero en una cantidad suficientemente menor. Si devuelve el daño procurando que sea un poco menor, restablece el equilibrio y la igualdad. Si por el contrario devuelve el daño en una medida con mayor ensañamiento, entonces no solo no se restablecerán vivencias de justicia, sino que se lastima la relación.
Todo agravio precisa un perdón, pero este puede ser peligroso cuando deja por encima, moralmente, al otro miembro de la pareja. El verdadero perdón es el que efectivamente ayuda, pero significa aceptación e incluso comprensión de los hechos, tal y como son, aunque duelan.