Sigo con interés -empiezo a verme como un bicho raro- el juicio del procés. Y cada día descubro algo nuevo: impresiones subjetivas y de carácter provisional, sobre las que me reservo el derecho a desdecirme.
La primera, el impecable papel arbitral del juez Marchena, más permisivo con las soflamas de los acusados, severo y estricto con los demás actores. Papel implacable también, con profusión de tarjetas amarillas a fiscales, acusación privada y abogados defensores. Conduce el proceso con mano férrea y garantista, tal vez porque mira de reojo a Estrasburgo, donde probablemente acabará esta historia, o porque aun le escuece el bochornoso email de Cosidó, o simplemente para demostrar su independencia insobornable.
La segunda, la endeblez de la fiscalía, especialmente llamativa por contraste con las graves acusaciones que mantiene. A la vista de sus errores, lapsus y titubeos, parece que los fiscales acudieron a la sala del Supremo sin haberse aprendido la lección. Cunde la sensación de que, hasta el momento, no han conseguido esbozar el cuadro de violencia concertada y organizada que justificaría una condena por el delito de rebelión. E intuyo que tampoco ayer, inicio de la prueba testifical, cosecharon respuestas o hallaron argumentos que refuercen sus tesis.
Mi tercera impresión es de asombro al escuchar los testimonios de Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría. Y no por lo que dijeron: Rajoy advirtió que ningún Gobierno puede permitir que se liquide la ley, afirmó que la soberanía nacional no se negocia -«España es lo que quieran los españoles y no una parte de los españoles»- y justificó sobradamente la aplicación del artículo 155. El asombro surge al observar lo que callaron, olvidaron o no sabían: precisamente aquellos hechos que se están juzgando y que tendrán uno u otro encaje penal.
Resulta pasmoso comprobar, a tenor de lo oído, la escasa información de que disponían el presidente y la vicepresidenta del Gobierno. Cualquier ciudadano mínimamente informado podría haber aportado lo mismo que ambos testigos. Soraya no sabe si los seis mil policías y guardias fueron a Cataluña a apoyar a los Mossos o a sustituirlos, se reunió tres veces con Oriol Junqueras pero no hablaron del referendo, «no estaba en los temas operativos» del 1-O ni se enteró de que las cargas policiales cesaron a mediodía, vio por televisión «imágenes que a ninguno nos gusta ver», pero desconoce si un millar de personas resultaron lesionadas «o atendidas». La ex responsable del CNI sabe que hubo «acoso violento» a la policía, porque lo vio en los medios o se lo dijeron, y sabe que finalmente «no hubo referendo», porque así lo dictaminó la Junta Electoral Central.
Todavía más desmemoriado, Rajoy fue incapaz de indicar quién era el responsable del dispositivo policial del 1-O. Sobre la violencia se mostró ambiguo: «No es algo ciertamente edificante lo sucedido». Y poco más, porque él no estuvo «en los temas de detalle». ¿Quién le informaba, pues? «Me informaba la vicepresidenta del Gobierno».