España es ansí. Todo se convierte en una polémica. El teletrabajo ha caído en el cuñadismo. Dos cosas son muy españolas: cualquiera es un experto en diez minutos y los expertos, que nacen espontáneos, tienen una fuerte tendencia a discutir una cosa y su contraria sin despeinarse. Saber mucho y de todo, y discutir mucho y por todo, es sagrado en este país. Ahora el teletrabajo, ¿infierno o paraíso? Es el temazo. Por supuesto, nadie se aclara. Para unos el teletrabajo ha venido para quedarse. Es una maravilla. Te permite conciliar, algo fundamental cuando los colegios y las guarderías han desaparecido del horizonte. También la mayoría de campus de verano o campamentos deportivos. Los fans del teletrabajo añaden que da gusto organizarte sin esa manía absurda del presencialismo en el chollo, de calentar la silla para que el jefe te vea en tu puesto, aunque estés contando moscas y, sobre todo, esperando a que se vaya tu superior para largarte detrás. El teletrabajo, con los hachazos salariales que han caído y los que vendrán, ha permitido a los que se han quedado en casa ahorrar en gasolina y en comidas fuera de casa. Pero ese mismo español con dos gin-tonic se convierte en el mayor odiador de esta fórmula de currar en el salón de tu casa. España tiene esos giros. Si vuelves a hablar con el teletrabajador por la tarde, está disparando desde la otra trinchera. El teletrabajo es un desastre. La red va fatal. El jefe me controla todavía más. No hay quien pueda atender a la empresa, cuidar a los niños que se te cuelgan de los brazos, hacer las cosas de casa. El teletrabajo es un infierno. Echo de menos coger el coche, el atasco y volver a sumar horas y horas en el curro. El cabreado sigue con su relato del caos: el teletrabajo, además, es tarifa plana para la empresa. Se creen que te pueden pedir cualquier tarea a cualquier hora. No hay franjas horarias. Estás más conectado que un astronauta en una estación espacial, solo que el espacio es reducido y es tu casa. El jefe te chilla a través de las mayúsculas de los gmails que te llegan. Los niños chillan porque son niños. Y tu pareja también te chilla. Ya tenemos las dos posturas en un solo español. El paso siguiente del lío monumental como las Ventas del teletrabajo es complejo de entender. Llega la empresa y dice que empieza la desescalada. Que hay que ir volviendo al tajo presencial, a la placenta del polígono. Y entonces los que despotricaban del teletrabajo dicen que imposible, que tienen que atender a los hijos, que tienen problemas diversos que lo impiden y que tienen en su casa a dos o tres bisabuelos y un tatarabuelo que están cuidando. España en histeria pura. Qué difíciles y enrevesados somos. Expertos en enseñarle a picar a un mosquito.