Sigo con honda preocupación lo que sucede en la costa oriental de África desde hace tiempo. Desde el 2006, cuando el grupo terrorista islamista Al-Shabab empezó a actuar en Somalia, hasta la actualidad, la región ha ido desestabilizándose cada vez más debido al aumento de la violencia generada por el fanatismo religioso y por los facinerosos que se aprovechan de la inseguridad para dedicarse a cometer crímenes de todo tipo. Los atentados y los ataques se han sucedido tanto en tierra, más allá incluso de las fronteras somalíes, llegando a Kenia y Uganda; como en la costa, donde el crimen y el terrorismo confluyen en su objetivo económico.
Lamentablemente, como si de una infección se tratara, el terrorismo islamista ha ido extendiéndose hacia el sur, por los territorios en los que el control gubernamental es más laxo, como es el caso de la provincia mozambiqueña de Cabo Delgado, donde, además de ser más de la mitad de la población de confesión musulmana, se están iniciando la explotación de los importantes recursos minerales por compañías extranjeras, fundamentalmente francesas y estadounidenses.
La insurgencia islamista en Cabo Delgado data del 2017, a manos del grupo Ansar al Sunna, de nombre y trayectoria similar al grupo homólogo de Irak. Pero sus ataques se han recrudecido desde comienzos de año, cuando atacaron la localidad costera de Olumboa o cuando secuestraron el autobús con un equipo de fútbol ocasionando la muerte de al menos cinco personas. La situación ha adquirido tintes dramáticos desde el 24 de marzo, cuando el grupo terrorista atacó la ciudad de Palma desde diversos puntos estratégicos, haciéndose con la comisaría de policía, robando los bancos, atacando instalaciones extranjeras y directamente asesinando a todas las personas que se encontraban en su camino. Equipados con armamento pesado, forzaron la retirada de las escasas fuerzas de seguridad. Y mientras el Gobierno mozambiqueño decide qué hacer, la suerte de todos los extranjeros y de la mayoría de los locales, que han denunciado el abandono en el que se encuentran, se vislumbra tan negra como la de los yazidíes de Sinyar en el 2014.