Hay quienes sostienen que, para evitar la amenaza de una catástrofe para el bienestar humano que representa el calentamiento global, debemos cambiar radicalmente nuestro comportamiento: dejar de volar, usar bicicletas y olvidarnos de las carnes rojas. Otros creen que las nuevas tecnologías nos permitirán un crecimiento sin emisiones de dióxido de carbono. ¿Quién tiene razón entonces, Greta Thunberg, que está a favor de la primera opción, o Bill Gates, que recientemente publicó un libro a favor de la segunda?
A largo plazo, el optimismo tecnológico parece justificado, como señalan dos nuevos informes de la Comisión de Transición Energética: la electricidad y el hidrógeno sin emisiones de dióxido de carbono, que representan el 20 % de la energía, podrían alcanzar el 75 % para mediados de siglo -y la energía limpia sería para entonces más barata que la energía sucia en la actualidad-. La electricidad solar ya es más barata que la generada con carbón, los costos de las baterías se desplomaron y continuarán cayendo. Además, el costo de producir hidrógeno mediante la electrólisis también caerá en picado en los próximos diez años.
Será necesario un aumento masivo de la producción eléctrica mundial: de los 27.000 teravatios hora (TWh) actuales a cerca de 100.000 TWh para el 2050. La capacidad de almacenamiento total en baterías aumentará vertiginosamente y harán falta inversiones gigantescas para ampliar las redes de transmisión y distribución.
Pero existen recursos naturales abundantes para sostener esta electrificación verde. Cada día el sol brinda 8.000 veces más energía de la que necesita toda la población humana para mantener un elevado nivel de vida. Incluso si los 100.000 TWh provinieran de recursos solares (sin generación eólica), solo tendríamos que cubrir aproximadamente el 1 % de las tierras del mundo con paneles solares.
Tampoco hay escasez de minerales claves necesarios. Para mantener en funcionamiento 2.000 millones de automóviles eléctricos, cada uno con su batería de 60 kilovatios hora, serían necesarios 15 millones de toneladas de litio puro, que podríamos reciclar indefinidamente una vez que estén en uso. Los recursos de litio conocidos son de 80 millones de toneladas en la actualidad. También hay amplias existencias de níquel, cobre y magnesio, y la preocupación por la falta de disponibilidad de cobalto llevó a avances tecnológicos que permitirían la construcción de baterías sin ese material.
En todo lo vinculado a la conversión de fotones en electrones y de electrones en lo que los físicos llaman trabajo (impulsar motores) o en calor (o frío), no hay límites planetarios a largo plazo al nivel de vida de los humanos. Para el 2060 podríamos volar sin remordimientos y disfrutar de climatización y crecimiento económico sin culpa alguna.
Pero, por dos motivos, aún afrontamos un posible desastre, con probabilidades cada vez más reducidas de limitar el calentamiento global «bien por debajo de los 2 grados Celsius» que prometió el acuerdo climático de París en el 2015.
En primer lugar, comenzamos a actuar demasiado tarde. Si los países ricos se hubieran comprometido en 1990 a lograr economías sin emisiones de dióxido de carbono para el 2030, ya nos estaríamos acercando a esa meta y el calentamiento global se estaría reduciendo, pero no lo hicimos, y, considerando nuestra situación actual, lo ideal sería que reduzcamos las emisiones de dióxido de carbono un 50 % en los próximos diez años.
Lograr una disminución a esa escala es mucho más difícil que conseguir que las emisiones sean nulas para mediados de siglo. Incluso si todos los automóviles nuevos que se vendieran en el 2030 fueran eléctricos, la mayoría de los que seguirían funcionando aún tendrían motores de combustión interna que arrojarían CO2 por el tubo de escape. Aun si todo el crecimiento en la provisión de energía eléctrica se lograra ahora a partir de fuentes sin emisiones de dióxido de carbono, cerrar las plantas de carbón que ya existen en la India y China llevará tiempo.
La segunda amenaza reside en nuestros sistemas alimentarios y de uso del suelo. El desafío no tiene que ver con la cantidad de energía que consumimos en forma de comida, sino en las ineficiencias en las que incurrimos para producirla. Si los 9.000 millones de habitantes del mundo que habrá en el 2050 hicieran una ingesta, la adecuada, de 2.200 calorías diarias, necesitaríamos 7.400 TWh de energía (que solo representan cerca del 6 % del uso energético probable no destinado a los alimentos).
Pero, aunque podemos usar electricidad limpia para la mayor parte de nuestras necesidades de climatización, industriales y de transporte, no podemos sustituir los carbohidratos y proteínas de los alimentos que comemos por electrones. En lugar de ello, derivamos alimentos de la fotosíntesis de las plantas, que es mucho menos eficiente que la conversión de fotones en electrones en un panel solar.
Las investigaciones del Instituto de Recursos Mundiales muestran que incluso la caña de azúcar, de rápido crecimiento en tierras tropicales extremadamente fértiles, solo convierte el 0,5 % de la radiación solar en energía alimentaria aprovechable. Un campo de paneles solares, por el contrario, puede lograr un 15 % de eficiencia, que aumentaría con los avances tecnológicos. Y cuando usamos el estómago de una vaca para convertir las proteínas de las plantas en carne, perdemos más del 90 % de la energía almacenada.
Por ello, la producción de alimentos y fibra es el mayor impulsor de la deforestación tropical. Junto con las emisiones de metano de los animales de granja y las emisiones de óxido de nitrógeno de los fertilizantes, la deforestación representa el 20 % de todas las emisiones de gases de efecto invernadero y amenaza con crear ciclos de realimentación que acelerarán el calentamiento global.
Es probable que a largo plazo las nuevas tecnologías también solucionen este problema. Las carnes sintéticas producidas con biología de precisión requieren entre 10 y 25 veces menos tierra que la producción basada en animales y, si las técnicas sintéticas se tornan más eficientes y las vacas no lo hacen, su costo terminará siendo menor. Es posible que para mediados de siglo se demuestre que Gates está en lo cierto y Thunberg es demasiado pesimista, incluso en términos de alimentos y de uso de la tierra. Toda la producción depende en última instancia del conocimiento de la energía y no hay límites para el conocimiento humano ni límites relevantes para la energía que el sol ofrece de forma gratuita.
Pero, aunque los rápidos avances tecnológicos nos brindan las mayores esperanzas para mitigar el cambio climático a largo plazo, Thunberg está parcialmente en lo cierto hoy. Los niveles de vida en los países ricos amenazan con crear tanto un cambio climático catastrófico como la destrucción de los entornos locales, por lo que las elecciones responsables de los consumidores también son importantes. Deberíamos volar menos, usar bicicletas y comer menos carnes rojas. Y debemos garantizar -Gobiernos, empresas y personas- lo antes posible la financiación masiva necesaria para detener la deforestación antes de que sea demasiado tarde.
ADAIR TURNER es presidente de la Comisión de Transiciones Energéticas, fue presidente de la Autoridad de Servicios Financieros del Reino Unido del 2008 al 2012. Es el autor, más recientemente, de Between Debt and the Devil. © Project Syndicate, 2021