El Rashtrapati Bhavan, en Deli, es el corazón político y simbólico de la India. Allí se alza, junto al Museo Nacional y otros edificios, el Parlamento de la mayor democracia del mundo; un palacio gigantesco (uno de los mayores que existen) que los británicos construyeron para alojar a su virrey, pero que en seguida se convirtió en el sitial de la nación independiente. No solo es un lugar apropiado por su tamaño, sino también por su estética. El gran arquitecto Edwin Lutyens lo concibió de manera paternalista en una mezcla de estilo europeo, hindú, budista e islámico, pero el hecho es que esa combinación representa bien lo que es la India: una convivencia de culturas y religiones en un estado de derecho inspirado en el británico. Y es precisamente por eso por lo que el Gobierno actual del Bharatiya Janata Party (BJP), o Partido Popular Indio, ha empezado a demoler los edificios del Rashtrapati Bhavan, con la intención de construir otro parlamento en otro lugar. El BJP es una organización ultranacionalista hindú y le incordia esta herencia colonial, pero, sobre todo, le molesta del edificio esa presencia de elementos budistas e islámicos.
Soy de los que creen que los edificios tienen alma y que los parlamentos, en concreto, dicen mucho sobre las democracias que los albergan. El Capitolio de Washington se levantó sobre una colina y en estilo neoclásico para reafirmar los valores romanos de una república patricia. El Parlamento de Westminster, en cambio, se hizo en estilo neogótico para subrayar que las libertades inglesas venían de la Carta Magna medieval. El Parlamento del Congo está inspirado en el de China, que lo financió, y el de Rumanía, en el de Corea del Norte, cuyo régimen fascinaba a Ceaucescu. A veces, un parlamento ocupa el edificio cuyo simbolismo quiere abolir: el de Portugal fue monasterio benedictino, el de Italia la sede de la curia pontificia, el de la República Griega un palacio real que se convirtió en hospital, el de Mongolia una lamasería que luego fue basurero... Otras veces, el parlamento es un fantasma de otro parlamento, como el Bundestag alemán, al que se le sacaron las entrañas para limpiarlo de su asociación con los nazis (dejaron los grafitis de los soldados rusos que decían «Hitler kaput»). Algunos parlamentos muestran las cicatrices de la lucha política, como los de Rusia y Turquía, que fueron bombardeados por el gobierno y la oposición, respectivamente. Otros expresan sueños utópicos, como el de Corea del Sur, que reserva escaños vacíos para cuando llegue la reunificación con Corea del Norte. Y no solo la democracia afecta a la arquitectura, sino que, al parecer, también la arquitectura afecta a la democracia, porque se ha estudiado que las salas de plenos amplias hacen que los oradores hablen más despacio, y que los escaños enfrentados, como en el Parlamento británico, favorecen las tensiones. Es una grave responsabilidad esta de idear un parlamento.
Por eso me interesa ver el diseño final del nuevo parlamento que quiere construir el BJP en la India. En su campaña por borrar cualquier alusión a una cultura que no sea la hindú, ya ha cambiado nombres en todo el país, desde los de estaciones de tren a los de ciudades enteras; ha erigido por todas partes estatuas gigantescas de dioses y héroes hindúes con la misma furia que otros las derriban en otros lugares; y, yendo más a lo práctico, ha desposeído de la nacionalidad a millones de miembros de la enorme minoría musulmana del país. Si es cierto que los parlamentos cuentan la historia de sus democracias, me pregunto si todo esto se podrá leer en el rostro de la nueva cámara de representantes.