Bruce Willis no hará más cine. Sus problemas de afasia lo empujan a retirarse. El anuncio ha reactivado la mirada nostálgica sobre sus trabajos pasados, como las escenas de acción de John McClane en La jungla de cristal y el confuso limbo del doctor Malcolm de El sexto sentido. Pero el origen de toda la fama que llegó después se remonta a Luz de luna, una de las series más célebres y ambiciosas de los ochenta. Luz de luna fue un primer avance de lo que años más tarde se llamó televisión de calidad. Aparentaba ser una simple comedia de detectives, pero la aspiración cinematográfica se hacía patente en cada episodio. Las comedias de enredo de Howard Hawks marcaron la relación entre David Addison y Maddie Hayes. El cine negro de los cuarenta alimentó sus tramas. Un capítulo que adaptaba a Shakespeare estaba escrito en versos de cinco pies y otro más incluía una escena musical dirigida por Stanley Donen, el hombre detrás de Cantando bajo la lluvia. Orson Welles firmó el prólogo de un episodio grabado en blanco y negro. En su introducción, el cineasta aclaraba al espectador habituado a la tele en color que la imagen monocromática que vería a continuación no era un fallo técnico.
La retirada de Willis ha reavivado el recuerdo de Luz de luna, pero recuperarla en los catálogos de las plataformas es tarea imposible. Porque otra de las señas de identidad de la serie fue su cuidada selección musical. Y pagar sus derechos de autor la convierte hoy en día en un producto demasiado costoso.