Equilibrar armas y diplomacia
Tras dos meses de guerra, hay quien tiende a descuidarla. Hay quienes dicen que durará años. Esa relajación y descuido de algunos puede provocar la ira del más fuerte, llevándole a dar un golpe decisivo —incluso para todos—, como sería hoy la «solución» nuclear. Así acaba de hacerlo, recibiendo la más imprudente respuesta —para el mundo entero—» de EE.UU., al reírse de ello como una mera «bravuconada» de una Rusia que, con mayor o menor potencia operatividad, tiene más armas nucleares que nadie. También ha sido muy imprudente —o sacada de su contexto— la afirmación de Borrell de que esa guerra se resolverá en el campo de batalla, condenando así a Ucrania a ser pueblo aún más martirizado y agravando las probabilidades de un muy cercano apocalipsis mundial. Contra un pacifismo insensato o cómplice, la agresión exige una respuesta firme que pueda hacerle frenar de momento y mover al contrario a parlamentar en los términos, si no mejores por ser más justos, sí aquellos que puedan dar algún pie al potente agresor a aceptar un mínimo acuerdo que le permita salvar la cara. Buscar una solución del todo justa, como muestra mil veces la historia, lleva casi siempre a perpetuar la guerra o renovarla después con resultados aún más catastróficos. Diego Más.
Terceira Guerra Mundial
Non se pode subestimar un «risco serio e real dunha Terceira Guerra Mundial». As palabras do ministro de exteriores ruso, Sergei Lavrov, pronunciadas recentemente, son unha desacougante frase para o futuro da humanidade. Esas palabras deberían facer tremer a voz de quen as pronuncia. Pero nada máis lonxe da realidade. Están pronunciadas con frialdade e ousadía. A nova guerra, posiblemente atómica, traería como consecuencia inxentes perdas de vidas humanas así como outras consecuencias negativas difíciles de predicir, entre elas a posible aparición dunha única potencia mundial. Seguimos empeñados en non querer aprender do pasado nin sacar conclusións positivas dos erros cometidos. Seguimos empeñados en emponzoñar a nosa existencia con continuos problemas de falla de empatía, de solidariedade, de respecto, de colaboración, de sosego. Seguimos empeñados en non querer gozar da paz e as belezas do nosos planeta. Polo ben de todos, agardamos que esas palabras do ministro ruso non sexan máis ca un farol e que a cordura salpique sobre todo a aqueles gobernantes que tanto a necesitan. Manolo Romasanta Touza. Sigüeiro.
No nos enteramos qué ocurre en nuestro planeta
Se ha descubierto una nueva «isla» en la Antártida y no es una buena señal. Todos sabemos que el hielo de la superficie de esta zona lleva derritiéndose hace años, pero ¿somos conscientes de las consecuencias? ¿A largo plazo? Partimos desde el conocimiento de que este nuevo territorio lleva mucho tiempo sin ver la luz. Entonces, podemos darnos cuenta de que el mundo ha cambiad, esto incluye a las especies de animales y también a las enfermedades. Ya tenemos la experiencia de la pandemia del covid-19 y las catastróficas consecuencias económicas y sanitarias que supuso. En mi opinión, no conocemos a lo que nos vamos a enfrentar en el futuro, pero debemos ser inteligentes ahora y darnos cuenta de que esta última pandemia no es lo peor que nos podría llegar a pasar. Por otra parte, les felicito por la profesionalidad de su periódico. Elia Martínez Moral. Madrid.
Ahogados y ahorcados
Con la llegada de la nueva reforma laboral parece que algo empieza a mejorar. No parece ser mal recibida la subida del salario mínimo (a muchos aún no les da para pagar parte de las facturas de los suministros básicos pero ayuda poco a poco a salir del pozo). Los trabajadores continuamos rezando para que esta situación mejore y se tomen medidas útiles que nos hagan recordar que trabajar no es sinónimo de esclavitud. Trabajamos para vivir, no para seguir malviviendo con el agua cada vez más al cuello. Me hace especial gracia cuando escucho al de turno decir «en España se paga menos que en Europa». ¡Ya!, querido o querida, es cierto. El resto de Europa cuenta con un salario mucho más decente; el resto no tiene que sobrevivir con un sueldo que no supera los 900 euros y un precio del gas cuya factura asciende a 200-300 euros cuando uno enciende la calefacción (sin hablar de la luz que bate récords históricos 214,84 euros por megavatio y hora). Sálvese quien pueda porque aún nos queda saber lo que nos costará en las próximas semanas el agua y la comida , que se están convirtiendo en bienes de lujo. Mientras pasa la tormenta, seguiremos escuchando el mismo eslogan desde que se inició la crisis inmobiliaria: «hay que hacer sacrificios». D. Garcia Mercedes Barcelona.