Muchos filósofos se esconden hoy en día en sus cátedras y despachos tratando de iluminar nichos de saber poco concurridos y enfrascados en estudios teóricos sobre asuntos trascendentales. Ya es hora de que abandonen sus escondites académicos y bajen a la arena para abordar de forma activa los problemas que acucian a nuestra sociedad, como hizo en el pasado siglo XX el gran filósofo y genial matemático Bertrand Rusell.
El británico (galardonado con el Nobel de Literatura en 1950) fue también un impenitente pacifista que se mostró en contra de la intervención británica en la Primera Guerra Mundial (fue expulsado por ello del Trinity College de la Universidad de Cambridge) y se movilizó para protestar contra el servicio militar de los jóvenes, por lo que fue detenido y recluido en prisión durante seis meses.
Russell también lideró un movimiento en contra de la bomba atómica. En 1955 redactó un manifiesto, junto a Albert Einstein y otros líderes e intelectuales, posicionándose en contra de la guerra, pues creía que «el deber del filósofo en esos tiempos es evitar a toda costa un nuevo holocausto, la destrucción de la humanidad».
Los filósofos tienen el deber de pronunciarse sobre la invasión de Ucrania y la contienda abierta entre Rusia y Occidente, interpelando a políticos y gobernantes para que frenen esta gran amenaza capaz de subvertir nuestro orden mundial. ¿Cómo? Formulando argumentos sólidos y aportando soluciones desde la autoridad de su saber y la neutralidad de su ejercicio profesional, encaminado a la búsqueda de la verdad. ¡Los estamos esperando!