Neuronas y mariposas

Ariana Fernández Palomo FARMACÉUTICA, INVESTIGADORA EN COMUNICACIÓN EN LA USC Y PRESIDENTA DE LA ASOCIACIÓN LA CIENCIA ES FEMENINO.

OPINIÓN

María Pedreda

04 oct 2022 . Actualizado a las 21:56 h.

Ramón y Cajal llamaba «las mariposas del alma» a las neuronas. De esta forma comienzan las clases de Biología del profesor Francisco José Esteban Ruiz, pero la educación formal sigue dividiendo a los alumnos entre ciencias y letras, convirtiendo a la mayoría de los científicos en unos iletrados y a los humanistas en analfabetos científicos, con honrosas excepciones, claro está.

El pasado 6 de agosto me invitaron a participar en un coloquio sobre Ciencia y Literatura en la Feria del Libro de A Coruña. Compartí opiniones con esas honrosas excepciones, Estíbaliz Espinosa, Iria Veiga y Jorge Mira, y moderaba Ana Correas. Estíbaliz defendió que ambas disciplinas, cuando llegan a la excelencia, son coincidentes en la búsqueda del descubrimiento y requieren de intuición, creatividad, tesón y constancia. Hubo debate, e incluso la intención de organizar, por orden de importancia, ambas disciplinas.

En la antigua Grecia, presocráticos como Parménides y Empédocles explicaban la ciencia a través del lenguaje poético. Con el Renacimiento, quizás por el acceso a los libros, tras la invención de la imprenta, el saber humano parece hacerse inabarcable y se requiere una especialización, apuntó la bióloga Ana Correas. Aquí comienzan a separarse.

Hay lenguajes que no se nos enseñan de pequeños y qué, por falta de uso, requerirán una curva de aprendizaje algo más exigente, como ocurrió en la Edad Media con el latín y las lenguas vulgares, de ahí lo de la palabra divulgación; pero aprender algo que no necesitamos en nuestro desempeño habitual siempre exige un esfuerzo adicional. Ocurre igual con el lenguaje musical, el chino o el finés, si no los hemos aprendido desde el nacimiento todos exigen un esfuerzo.

Por los datos de ventas de auriculares y altavoces se podría creer que no hay nadie que no escuche música. Incluso aquellos que no pueden oír sienten la percusión en su interior, el ritmo, pero para escribirla tenemos que comprender el código. La música tiene un componente matemático y físico, que ya demostró Pitágoras hace más de 26 siglos, dividiendo en octavas su monocorde, el tono es el número de vibraciones por segundo que se registran en el oído. Afinamos los instrumentos musicales con el tono de la nota la. Es decir, 440 vibraciones por segundo. Pero, como dijo Luis Seoane, investigador del CSIC, en su intervención como público en el debate, la ciencia y la literatura son creaciones humanas y están influidas por la sociedad donde son gestadas. Llegan a este cuerpo de concreción anatómica y nos producen tristeza, pasión, ira, amor, calma, alegría, van más allá de su definición científica, son algo único que se construye con toda nuestra carga cultural. Somos agua, oxígeno y aminoácidos, pero también nanas, caricias y arañazos.