Para qué querrá cuatro teléfonos el amigo de Silvio Berlusconi, si para pedir una pizza Margarita o desatar una guerra nuclear llega con uno. Seguramente sea porque este hombre no se fía ya ni de su sombra, que acaso dispone de tal cantidad de artilugios por si un general, o dos, o tres, se niegan a cumplir sus órdenes. La posibilidad de encargar una pizza o una bomba con una combinación de números demuestra que el teléfono no es, por naturaleza, malo, que al teléfono lo hacen malo o bueno las personas que lo usan. En una llamada se puede concentrar todo el amor del mundo o todo el odio del mundo. Haciendo cuentas, podríamos llegar a la conclusión de que Vladimir Putin, con cuatro teléfonos vintage a tiro, es cuatro veces más malo que la persona más mala que haya sobre la faz de la Tierra. Pero basta contemplar su rostro imperturbable, como de museo de cera, para pensar que a lo peor nos estamos quedando cortos.