Vivimos en colisión. Hay personas en el paro con más de cuarenta y cincuenta años que no logran un empleo. Esta realidad coexiste de forma explosiva con los cientos de compañías que no consiguen cubrir los puestos de trabajo que necesitan. Sectores como el de la hostelería, la construcción o el del reparto, donde las bajas son entre difíciles o imposibles de solucionar. Los motivos son muy complejos. En Estados Unidos hace un tiempo se le puso nombre a este fenómeno. La gran renuncia o el gran abandono. El concepto de esa explosión de bajas laborales tras la pandemia tenía implicaciones también de búsqueda desesperada de mejorar la calidad de vida. Personas que decidían y deciden ir poniéndose en pausa en sus empresas hasta que daban el paso de irse, para tentar otras posibilidades y explorar así nuevas formas de construir sus biografías.
La duda que se plantea es si está llegando a España la gran renuncia y el elemento más polémico de este debate es si la multiplicación de las ayudas públicas, tan necesarias en muchos casos, no influye en que personas activas decidan acogerse a los beneficios sociales y no aceptar según qué trabajos y según en qué condiciones. Los empresarios de hostelería niegan que las condiciones de trabajo sean las que durante años caracterizaron al sector. Los que las sufren dicen que poco o nada ha cambiado. ¿Alguien miente?
Hasta los filósofos se están metiendo en materia y hablan de que no se debe solo al empujón cierto que supone la garantía o el seguro de cobrar el paro o alguna otra ayuda sin la necesidad de trabajar. Dicen que mucha gente da el paso de ponerse de perfil porque se niegan a trabajar más allá de un horario y con unas condiciones garantizadas por decreto. Hay un cambio generacional. Antes nadie se planteaba que era un uso y un abuso que te hiciesen ir por la mañana a aprender el trabajo y por la tarde a hacer tu turno. Y que te tuviesen de esa manera, doblando las horas sin explicaciones.
Es más: tus padres te animaban a que acatases ese desempeño salvaje en el que a tantos se nos fue la vida, al tiempo que te recordaban que ellos lo habían pasado mucho peor. Hoy, no es así. Las nuevas generaciones tienen claro que primero están ellos, y luego los trabajos. No les falta razón. Hasta cuando trabajas en lo que te gusta, si lo haces sin límites, puedes acabar quemado. Los expertos dicen que se está dando una mezcla de todo, una tormenta perfecta: cambio de mentalidad, mejora de las coberturas sociales y que muchas empresas no han entendido este cambio de paso de la sociedad. La evidencia, por ejemplo, de que, a veces, es mucho mejor pagar en tiempo libre que ofrecer sobrepagas. El teletrabajo había venido para quedarse, pero enseguida ha vuelto a ser un privilegio del que disfrutan más en las empresas públicas, donde el despido apenas existe. ¿Faltan ganas de currar, hay demasiadas ayudas? En el fondo estamos hablando de lo siempre: trabajar para vivir, no vivir para trabajar.