Estos días azules y aquel sol de infancia… Dos líneas, acaso lo ultimo que escribió el viejo y vencido Machado en su pensión del exilio francés. Fue en Colliure, dos días antes de morir. Su hermano encontró un papel doblado en un bolsillo de su viejo abrigo. Ese texto era su testamento literario.
El tren que me lleva a Galicia, un AVE que sitúa Ourense en el centro del mundo y que distribuye destinos de ciudades con los viejos tics de las velocidades clásicas, el mismo día que Madrid está mucho más cerca de Gijón, tras salvar el puerto de Pajares. El tren que me lleva por Castilla dejó en mi ventana, en el vagón un día azul que refleja este sol de otoño, casi invernal, a través de la cortina de lluvia mansa que parece correr compitiendo con el convoy que discurre por la meseta.
Me trae recuerdos de todos los caminos de ida, de los viejos y los nuevos trenes, de los que tenían asientos de madera, renqueantes trenes surcando las rutas europeas de los caminos de hierro, de los fachendosos convoyes alemanes viajando por el corazón de Europa, del moderno y orgulloso frecha azzurra que me llevó del sur italiano al norte más al norte del país alpino, vertebrando el espinazo de toda Italia. Los añorados trenes expreso que salían de la madrileña estación del Norte y me conducían cabalgando la noche entera a una terminal lucense recién amanecida. Viene hasta mí el humilde, achacoso y plácido tren de la costa, el romántico tren de vía estrecha que comunica mi pueblo, Viveiro, con el resto del norte serpenteando la costa, y que en el verano, siguiendo el efecto Cenicienta, se convierte en el lujoso Transcantábrico.
El tren es un universo en si mismo, es el viaje, la forma mas amable de unir ciudades, de abrazar paisajes, de recuperar placeres olvidados como leer un libro, o escribir este artículo mientras el tren va cabalgando distancias. Me gusta frecuentar sus vagones, que el AVE me transporte cruzando el antaño temido Despeñaperros sin enterarme, viajando a bordo de una caricia veloz.
Gusto asimismo de esperar su llegada o su salida en las viejas o nuevas cantinas de las estaciones ferroviarias, las más literarias de las estancias, donde habitan las tabernas del tiempo que fue construyendo leyendas de amores imposibles que nunca cumplieron con la cita acordada.
Estoy llegando a Ourense, desde donde haré un transbordo para A Coruña. Llueve, como sucede todos los otoños, y en la ventanilla se ha difuminado aquel, este sol de invierno, que me trajo estos días azules. El tren.