Desconocemos la identidad del publicista que propuso llamarles Avril a los trenes de alta velocidad que desde ayer circulan por Galicia, pero forzar el castellano hasta el límite de la falta de ortografía podría haber sido interpretado como un mal presagio.
Ayer el AVE cruzó por vez primera Galicia más allá de Ourense y lo hizo con avería y retraso incluidos, en una de esas malas patas técnicas que a veces rectifican el camino del progreso.
La historia de la aviación podría haber sido otra sin el colosal desastre del Hindenburg, el último gran zepelín que surcó el cielo. Con sus impresionantes 245 metros de longitud, sucumbió a un dramático incendio cuando intentaba aterrizar en Nueva Jersey, tras cruzar el Atlántico el 6 de mayo de 1937, y zanjó en poco tiempo la carrera comercial de los dirigibles. Otro accidente, el del Concorde, el 25 de julio del 2000, interrumpió hasta hoy la leyenda de estos aviones supersónicos que te recogían en París y te dejaban en Nueva York en tres horas y media. En un pispás, vamos.
El de ayer fue un incidente menos tremendo, pero la avería del primer Avril, su remolcado por un Alvia y el retraso que conllevó coronan una historia que podría haber sido mucho más gozosa. Además de la chafallada de este primer viaje, conviene no olvidar el trilerismo lingüístico que durante años nos mareó entre la velocidad alta y la alta velocidad; los retrasos en el despliegue de una tecnología que llegaba a Andalucía hace treinta años y la inaceptable circunstancia que obliga a Vigo, la ciudad más poblada de Galicia, a dibujar un pintoresco tirabuzón hacia Compostela para salir del país. Por eso quizá las pistas estaban en ese Avril que hace sangrar los ojos ortográficos hasta que se despliega el acrónimo y se descubre que lo de Avril significa Alta Velocidad Rueda Independiente Ligero. Y no es un chiste.