El Gobierno alemán ha dado un giro drástico en sus previsiones económicas para el 2024. Tras proyectar un modesto crecimiento del 0,3 % a inicios de año, el vicecanciller Robert Habeck ha anunciado que el país enfrentará una nueva contracción económica del -0,2 %. Este ajuste confirma que Alemania experimentará dos años consecutivos de recesión. En el 2023 ya fue la única economía del G7 que terminó el año en recesión, con una caída del PIB del -0,3 %. La esperada recuperación no se ha materializado, y lo que parecía ser un episodio aislado ha revelado ser un problema más profundo y persistente. Ahora, el país enfrenta un futuro incierto, con sectores clave como la manufactura y la construcción gravemente afectados.
Los factores que explican esta segunda recesión son múltiples. En primer lugar, la subida de los tipos de interés, impulsada por el BCE para controlar la inflación, ha golpeado duramente la inversión. La construcción, en particular, se ha visto perjudicada por una drástica reducción en la demanda de proyectos inmobiliarios. Además, ese encarecimiento del crédito ha ralentizado las inversiones en infraestructuras y nuevas tecnologías.
Otro problema central es la crisis energética. Desde que Rusia interrumpió el suministro de gas a Europa en el 2022, los costes energéticos han aumentado considerablemente en Alemania. A pesar de los esfuerzos por diversificar sus fuentes de energía, la transición ha sido más lenta de lo previsto. La apuesta por las energías renovables y el cierre de las plantas nucleares han incrementado la presión sobre el sistema energético, encareciendo aún más los costes de producción.
Alemania se ha convertido en víctima de su propio éxito. No solo no ha cambiado su modelo económico, sino que tampoco ha invertido en infraestructuras físicas, humanas y digitales. Un ejemplo: el Reino Unido tiene ahora una mayor proporción de estudiantes de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas que Alemania. Otra es que Alemania no está en ninguna parte cuando se trata de explotar las posibilidades de la inteligencia artificial.
Este debilitamiento de la economía germana también tiene implicaciones para el resto de Europa. Como uno de los mayores exportadores del continente, una Alemania débil significa una menor demanda de bienes y servicios para sus socios comerciales, lo que puede frenar el crecimiento en la Eurozona. La incertidumbre económica ha hecho que los hogares alemanes opten por ahorrar más y consumir menos, lo que agrava la caída de la demanda interna.
Para mitigar la crisis, el Gobierno de Olaf Scholz ha lanzado un paquete de medidas con un enfoque en el gasto público en infraestructuras digitales y energías renovables. Sin embargo, muchos economistas se muestran escépticos sobre su efectividad a corto plazo, y persisten las preocupaciones sobre el aumento del gasto en áreas como las subvenciones a las empresas zombis, la sostenibilidad del sistema de pensiones (por el envejecimiento de la población) y la atención a refugiados y migrantes.
Alemania, que durante décadas fue un símbolo de estabilidad y crecimiento, enfrenta ahora un reto crucial para adaptar su economía a un nuevo entorno global. La innovación y la inversión en tecnología serán claves para superar la crisis y recuperar su estatus como potencia económica.