Siempre fue gota fría, cuya definición tiene imprecisiones, por eso, técnicamente, ahora es una dana (depresión aislada en niveles altos). Sea como sea, los efectos no dependen del nombre que le asignemos. Como se ha podido comprobar estos días, sobre todo en el Levante español, la dana almacena una tremenda cantidad de agua que se suelta de golpe (o en varios golpes), debido a una distensión de esfínteres de la madre naturaleza, que provoca tremendas riadas en donde no hay ríos, cuyo caudal aumenta repentinamente y se mueve a gran velocidad arrastrando todo lo que encuentra a su paso: lo más visible son los automóviles, que navegan enloquecidos por las aguas turbulentas, llevando personas dentro o en el techo. Como se ha visto en prensa y televisión, las aguas anegan vías de comunicación (entorpeciendo la circulación), campos de cultivo (destrozando las cosechas), viviendas (bajos y primeros pisos arruinados), puentes derribados por la fuerza del agua...
Lo peor de todo es que, a consecuencia de la dana, hay personas fallecidas y otras desaparecidas. Y lo que se descubrirá cuando las aguas vuelvan a donde solían.
Lo que ha sucedido en el Levante español no tiene nada que ver con el cambio climático, sino con las fuerzas de la naturaleza (danas, volcanes, terremotos, huracanes), que están ahí para demostrarnos, de vez en cuando, que los seres humanos somos una insignificancia frente las acciones de la naturaleza.