Demagogia

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

BIEL ALINO | EFE

05 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El cielo abrió las escotillas y Valencia se convirtió en un infierno. El agua, que es fuente de vida, dejó un reguero de muerte y fango. Los huertos de azahar, la flor del naranjo, la blanca barraca y el Turia de plata del famoso pasodoble de José Padilla devinieron en danza macabra en pleno puente de Difuntos. La voz del agua pasó de ser canto de alegría al compás de la guitarra mora del himno valenciano a tonada estridente de lamentos y sufrimiento. Todo quedó bañado en lágrimas y gritos de desesperación. Se nos dan mal, muy mal, las catástrofes. A este lado de la piel de toro tenemos una larga experiencia: Casón, Prestige... Aún andamos implorando justicia ante los tribunales británicos. El edén mudó de la noche a la mañana en escenario de calamidad, de todas clases de calamidades. Siempre se busca un culpable. Es la inclinación humana primaria, hasta que encuentren un cabeza de turco al que le hagan pagar la tragedia. Nadie se acuerda de los que contribuyeron a la desertización, de los que alimentaron un urbanismo a golpe de prebenda o voto cautivo, los garajes convertidos en ratoneras, infraestructuras de postín que en nada se vuelven trampas mortales, la ausencia de la cultura del riesgo... De poco han servido los escarmientos de 1957 y anteriores. En esta se han multiplicado las víctimas. Es el resultado del desarrollo mal entendido, del revés, la desgracia se multiplica y el dolor adquiere otra dimensión. La indignación, también. A la desgracia la está sucediendo una inundación de demagogia. Sobran vísceras. Se necesitan toneladas de solidaridad y empatía para eliminar el fango y mitigar la pena.