
Si nunca ganas las elecciones y, además, consigues vez tras vez los peores resultados de la historia del PSOE, te montas tus propias elecciones en el CIS de Tezanos y ahí las ganas siempre. Si la contabilidad nacional no da los resultados que apeteces, cambias la cúpula del Instituto Nacional de Estadística y, ¡zas!, de repente, España es la que más crece. Si pese a todo, el Banco de España pone peros, colocas allí a un ministro y ya. Si los jueces dictan sentencias incómodas, invades el Tribunal Constitucional y les esperas allí para corregirlas, por grave y feo que haya sido el delito. Si el paro no baja como debería, basta con redefinirlo: desaparecen los fijos discontinuos y voilá! Si quieres controlar empresas clave como Indra o Telefónica, no hay problema: para eso está mi dinero, para que te las compres. Si has convertido el canal de referencia en un órgano oficial y las audiencias rehúyen Televisión Española, no pasa nada: siempre puedes contratar a Broncano con mi dinero, pero sin dejarle bromear con lo de Ábalos ni con lo de tu mujer ni con lo de tu hermano, que para eso TVE es tuya, aunque pagada con mi dinero para manipularme. La gente ya empieza a hablar entre líneas —como decía aquel—, a farfullar como se farfullaba, entre risas, en los tiempos franquistas. Miedo e incredulidad despectiva. Nos está dejando sin defensas. Ahora, sin Parlamento para decidir el rearme.
El presidente del diario El País te ha llamado franquista, de manera apenas disimulada, por mandar a Francia, con desfachatez infinita, a un ministro y a un sicario recién investido en Telefónica con mi dinero, para intentar comprarle a Vivendi, otra vez con mi dinero, su parte en El País. ¿Falta muchooooo?