Siempre me ha gustado ese cuento en el que un hombre explica su indignación por un supuesto insulto. «Chamoume cabrón; chamoume porco, pero cando me chamou indivíduo, agarreino polo peto e díxenlle: ¿Individuo eu?». Esa confesión de la propia ignorancia es casi tierna y entrañable comparada con la que, cada vez con más frecuencia, vemos reflejada en las redes sociales. Ayer, un titular de La Voz volvía a poner de relieve que, como decía Domingo Faustino Sarmiento, la ignorancia es atrevida. Algunos no dudan en mostrar su incultura en el gran escaparate virtual y, no contentos con ello, se erigen en dedos acusadores y pontifican, crecidos desde un balcón en el que se sienten encumbrados sin notar que enseñan sus propias vergüenzas. Y como bien decía Niels Bohr: «Un tonto siempre encuentra a otro más tonto que le admire»; así que algunos no dudan en compartir esa ignorancia. Bien les vendría recordar aquello que decía Aristóteles: «El ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona». Si al ver escrito «jira», con jota, hubiesen dudado de estar en posesión de la sabiduría absoluta, quizá habrían acudido al diccionario. Solo por si acaso.
La RAE define «jira» con dos entradas: «Pedazo grande y largo que se corta de una tela»; y «merienda alegre y bullanguera, especialmente campestre, que se hace entre amigos». Y en esto último fue precisamente en lo que pasó la tarde del jueves, en Avión, el hombre con la mayor fortuna del mundo, al que se refería la información de la contraportada del viernes.