Lo malo de prometer

Ruth Nóvoa de Manuel
Ruth Nóvoa DE REOJO

OURENSE

10 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Tengo una amiga que tenía un novio que era lo más encantador que te podías echar a la cara. Todo eran buenas palabras, planes y promesas, sobre todo, promesas. Será que yo soy un poco tojo pero, cuando mi amiga me las contaba embonada, yo no me creía ni una palabra. Miña pobre. Después de las primeras promesas llegaron las primeras decepciones. Al principio ella le compraba las excusas. Incluso las hacía suyas cuando nos contaba por qué no se habían ido de fin de semana o por qué no la había llevado a comer con sus padres. Luego las promesas empezaron a tener más calado y, por tanto, los disgustos también. Le empezó a molestar más y las explicaciones dejaron de convencerle. Poco después, directamente, las justificaciones la ponían de los nervios. Fue cuando los demás (ella tardó un poco más) nos dimos cuenta de que aquello no tenía futuro. Cuando ocurrió lo inevitable -citando a Rocío Jurado, se les rompió el amor- ella pensó durante mucho tiempo los motivos por los que él se había empeñado en prometerle tantas cosas para luego romper, uno por uno, sus juramentos. Venía a decir que, en realidad, no le hacían falta aquellos castillos en el aire (¿o dijo rascacielos?) ni planes ambiciosos parecidos a esas burbujas de jabón gigantes que son tan bonitas, y brillan mucho, pero que se te rompen en la cara si te acercas y te la dejan mojada y pegajosa.

Mi amiga hace tiempo que se olvidó de aquel novio, con el que había empezado con mucha ilusión pero que fue el responsable de que empezase a darle menos importancia al enamoramiento y más a las cosas (los sentimientos, las relaciones, los planes) de verdad. Sus amigas a veces aún nos acordamos de él. Y nos echamos unas risas. Y seguimos preguntándonos si cuando hacía promesas ya tenía el firme propósito de romperlas o él también se las creía.