Pócimas y cuentos de la rebotica

La Voz

PONTEVEDRA

Praza da Ferrería Es la más antigua de Pontevedra y los frascos guardan las historias de toda una vida. Después de 130 años, la farmacia de siempre tiene bien fresca la memoria

16 oct 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

?a plaza de la Verdura ha cambiado mucho durante la última década. Los centenares de hojas secas que se acumulaban en el suelo mojado durante el otoño, han sido sustituidos por terrazas que nunca terminan de cerrar. En la plaza de la Verdura, en el corazón de Pontevedra, todo cambia y nada queda. Nada, excepto el color de la piedra y los arcos... y el perfil de las calles que suben hacia A Ferrería. La farmacia Eiras Puig preside el comienzo de una de ellas. Nació en el año 1872, y desde entonces, sus encargados no han dejado que el encanto que atrae a los turistas caduque. «Los guías pasan por aquí para que entren por una puerta y salgan por la otra, y todos se paran a hacerse fotos subidos sobre la báscula», cuenta Lucho, trabajador del negocio desde hace más de cuarenta años. El escenario sigue decorado con decenas de frascos antiguos, la báscula de siempre (a la que algunos parecen haberse afiliado) y el recuerdo de una rebotica en la que en otros tiempos se jugaba a las cartas, se bebía aguardiente y se preparaban pócimas. Pasar la puerta, es atravesar el tiempo porque «la estética de la farmacia es la misma, aunque los detalles del negocio han ido cambiando», dice Lucho. Mismo aspecto La farmacia de Enrique Eiras ha pasado por las manos de una larga lista de dueños, pero mantiene el mismo aspecto más de 130 años después de abrirse. Los sobrinos de su titular la heredaron cuando él murió, hasta que Antonio Puig, uno de ellos, le traspasó el negocio al actual propietario. Hace más de 20 años. Mientras, frascos, báscula, recuerdos y el empleado más antiguo, Lucho, siguieron su camino imparable hacia la modernidad. «Yo llevo aquí muchos años, y antes aquí dentro se hacía todo. Uno pasaba a la rebotica y trabajaba en medicamentos y en remedios durante todo el día», cuenta. Ya no. Los envases y distribuidores sustituyen las manos cultivadas de los empleados. «Ahora exigen tener un laboratorio adecuado a una normativa, y muchos farmacéuticos deciden dejar morir esa costumbre». Ahora se vende con receta, y si se trabajan remedios caseros no se pueden vender, así que van desapareciendo. En Eiras Puig, era habitual que algunos expertos trabajasen pócimas para la caída del cabello y para la piel. De aquello, casi no queda nada. «Hubo un tiempo en que lo bueno de esta farmacia era el trabajo en la rebotica», añade este empleado. La trastienda era un museo. Ahora quedan los frascos originales, medicamentos de otra época y hierbas dentro de los envases. Cosas de toda la vida. Lucho se coloca detrás del mostrador de madera y camina haciendo sonar sus pasos con firmeza detrás de la barra, ubicado en medio de una decoración que respeta el pasado. Atiende con nostalgia a quien le visita, mientras cuenta que los estantes comparten la historia. Lucho lamenta que las farmacias sean ahora un comercio como otro cualquiera, «no cómo se imagina la gente. Muchos productos se venden ya en supermercados o parafarmacias, y hay secciones que casi no tienen movimiento». Los pañales, las papillas, el maquillaje... pasan meses asentados en el mismo mostrador. Cuarenta años en el mostrador A las doce, el empleado deja la farmacia y visita un viejo local de la plaza de la Verdura para hacer un descanso a golpe de café. Lucho acaba de cumplir cuarenta años detrás del mostrador. «Empecé el día 6, del mes 6, de 1966, desde niño». Quizás guarde alguna pócima para mantener la juventud, porque no aparenta su edad. Él ha sido testigo, también, de la grabación de la tradicional serie Los gozos y las sombras, a mediados de los 80. «Eusebio Poncela grababa una escena en la rebotica a media noche -recuerda el trabajador- . Tomaba una copita de aguardiente servido en una probeta porque no teníamos ni copas. Hubo que repetirla mil veces porque siempre salía mal... El pobre terminó gritando que ya no podía seguir, que ya no podía seguir». Entre sus paredes, recuerdos. Los años pasan, e incluso Lucho, cuatro décadas después, se siente parte de esta historia en la plaza de A Verdura.