A la mesa con parte de su familia gallega, Adolfo Pérez Esquivel recuerda cómo fue el primer encuentro con sus raíces y el camino hasta llegar a Combarro
19 jul 2009 . Actualizado a las 02:00 h.Premio Nobel de la Paz en 1980 e Hijo Adoptivo de Poio en el año 2000, este argentino de nacimiento, con raíces indígenas y gallegas confiesa en Casa do Sear, dedicada al turismo rural, cuáles fueron sus primeros sentimientos al saber que la familia de su padre lo esperaba en Combarro.
-El 25 de marzo del 2000 visita Galicia por primera vez, junto a su mujer Amanda, para conocer a la familia de su padre. ¿Cómo comenzó la búsqueda de esas raíces? ¿qué sintió al llegar a esta tierra?
-Esta búsqueda es fruto, por un lado, de la curiosidad. Mi padre siempre hablaba de Galicia, de Pontevedra. Sabía que él era de un pequeño lugar de Pontevedra, y que había sido marinero, pero siempre fue un hombre bastante reservado y yo tuve pocas referencias sobre esta parte de la familia. Mi padre, a pesar de vivir allá, tenía el corazón y su mente aquí. Con los años comencé a recordar que siempre íbamos a un bar allí, en Argentina, que tenía un cuadro... un cuadro del que él decía una y otra vez : «Eso es Combarro». Por otro lado, esta búsqueda es el resultado del convencimiento de que todos tenemos que volver a nuestros orígenes. Yo había viajado con Amanda en ocasiones anteriores a España y nunca habíamos venido a Galicia. Viajábamos sobre todo a Madrid, a Barcelona, a Valencia, al País Vasco... Sin embargo, siempre soñábamos con venir.
-Desde el desconocimiento, prácticamente absoluto sobre la existencia de algún pariente de su padre, llegó a Poio y se encontró con más de medio centenar de familiares. ¿Qué sintió en ese momento? ¿Esperaba tener una familia tan numerosa al otro lado del Atlántico?
-Fue muy emotivo. Cuando supimos con certeza, gracias al trabajo de Xosé Manuel Martínez González y de Lois Pérez Leira, que mi padre había nacido en Combarro, barajábamos con Amanda la idea de que hubiera un pariente, quizá dos, pero no pensamos encontrar a tantos familiares. Y Galicia es hermosa... Desde cualquier rincón se ve el mar, y tiene esas montañas... Cada pueblo tiene su encanto. De todo esto yo me quedo con la experiencia del descubrimiento; todo esto te ayuda a pensar.
-¿Qué lo trajo a Galicia nueve años después de ese primer encuentro?
-Con Amanda, con unos de mis hijos e incluso con un nieto he estado viajando a lo largo de estos años a Pontevedra, para visitar a mi familia y para poner en marcha el Monumento para la Memoria de los Pueblos. Aunque en este viaje hemos tratado diferentes temas en A Coruña, Pontevedra y Cangas, el principal motivo profesional de nuestro viaje era estudiar el progreso del proyecto e ir concretando una posible fecha de inauguración.
-El camino que usted ha seguido a lo largo de su vida no ha sido fácil, no todos los que deciden emprender este viaje en busca de la paz logran alcanzar sus objetivos. ¿Qué siente cuando echa la mirada atrás?
-Hay que tener memoria, no para quedarse en el pasado, sino para iluminar el presente y generar el futuro. Hemos avanzado en algunas cosas y debemos continuar. La experiencia es necesaria y debemos trasnmitirla a las nuevas generaciones.
-¿Qué mensaje le transmitiría a los jóvenes?
-Que nunca pierdan la esperanza; muchas veces es necesario enfrentar los temporales, pero no hay que perder el rumbo de la nave para llevarla a buen puerto. También les diría que nunca bajen los brazos; el que los baja es porque está vencido.