Llevan años en las trincheras de la asistencia social. Cuatro voluntarios de distintas entidades pontevedresas cuentan su día a día con las víctimas de la crisis
16 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.Cada mañana, de lunes a viernes, a eso de las 9.30, Sara Otero cruza la puerta de la sede de Rexurdir Provincial. Ante el número 18 de la calle Cruz Roja esperan ya a veces algunas de las personas a las que un día decidió dedicar de forma voluntaria su tiempo y su cariño. «Sariña», como así le llaman, recibe cada jornada a una media de cincuenta usuarios, para los que este lugar es la única opción de tener un desayuno caliente sobre la mesa, y ella, la personificación del afecto familiar que han perdido. Hasta las doce, en que seguirá a pie de cañón, repartirá las cucharadas de cacao y café soluble, los dulces que antes ha ido a buscar a las pastelerías que los donan a esta oenegé, y se asegurará de que los usuarios laven bien su taza antes de apuntar en bolígrafo con sucesivas rayitas los que han estado con ella ese día.
Hay rostros e historias que se conoce al dedillo. No en vano, Sara lleva 27 años ofreciendo los desayunos en Rexurdir. Y lamentablemente muchos usuarios no han logrado salir del círculo que les llevó a esta entidad social. Para ella, este compromiso diario mantenido durante casi tres décadas es algo que hace «con gusto y satisfacción». Resta importancia al hecho de que además de las horas de la mañana, también pase otras cuatro por la tarde, ya sea arreglando ropa donada por los ciudadanos para entregar a las familias que atiende Rexurdir, como sirviendo las meriendas que también ofrece la oenegé. A veces, incluso se lleva ropa de los usuarios para lavársela en su propia casa.
«Lo que más me gusta de estar aquí es la gente, les doy mucho cariño pero ellos a mí también; algunos vienen desde hace muchos años y es como si fueran hijos», afirma Sara, que también sabe ponerse firme cuando hace falta -«porque hay cosas que no se pueden consentir»- y echar fuera a quien no se comporta adecuadamente. Reconoce que ha habido jóvenes que han venido como voluntarias para realizar su cometido, «pero no por mucho tiempo». «Dicen, si estás tú sí, pero si no, no...».
Rexurdir Provincial nació como asociación de ayuda a toxicómanos, pero a lo largo de los años ha ampliado su radio de acción hacia familias en situación vulnerable. Sara ha visto y conocido historias muy duras, y ahora mismo lo que más le duele es la situación que se están viendo obligados a vivir muchos niños. «Hay gente nueva que ahora pide alimentos, un montón. Frustra no poder ayudarles a encontrar una salida y también el que ahora recibimos menos alimentos ¿Cómo repartimos...?».
A las diez de la mañana es hora de recoger en el albergue de indigentes Calor y Café. Allí está todos los días Ana Rosa García, Chiru, para poner todo en orden y dejarlo listo para la noche, en que se volverán a servir cenas para cuarenta comensales, aunque de ellos solo se pueden quedar doce a dormir. Los lunes, miércoles y viernes, ella y sor Celia son quienes preparan los bocadillos o los macarrones o sirven las empanadas cedidas por panaderías que constituyen el menú nocturno de los usuarios de estas instalaciones. Chiru entró por primera vez en el albergue hace cuatro años, solo unos días después de jubilarse, para ofrecer ayuda. «Y ya me quedé», comenta. Con ella se vino también su marido. «Lo que más impresiona -dice- es ver gente que sabes que no son indigentes, sino que llegan por circunstancias, y para los que a veces es más importante charlar con ellos que un trozo de pan, del vacío que sienten. Y lo que procuramos entre todos es tratar de que esto sea como un hogar, que no sea un albergue, sino que esta es ahora su casa. Pero no es fácil».
Vocación de ayudar
«Esto mérito ninguno -añade- no hacemos nada que no se pueda hacer. Nuestra vocación siempre fue ayudar». Tanto Chiru, como Sara o Irene López, que también lleva 22 años en Cáritas (comenzó a los 23), así como Ramón López, que está en el Club de Leones desde hace doce, reconocen que un buen momento compensa todos los duros que ven en el día a día de las trincheras de la asistencia social a la que se alistaron.
Irene puso en marcha Cáritas en su parroquia, Santa María de Alba, junto a una amiga, y también colabora con la Interparroquial en la ciudad. El reparto de alimentos entre las 17 familias que atiende la entidad en su parroquia, como garantizar otras necesidades básicas, como la ropa (dos días a la semana colabora en el ropero de la entidad) son parte de un voluntariado que no ha sabido de horarios cuando se trata de ir al médico con algún usuario, ayudarle a iniciar la tramitación de una pensión o de visitarle en su domicilio a horas en las que ya no hay gente por las calles. Irene forma parte también de la Comisión Permanente de la Interparroquial, «donde se decide a qué familias se puede prestar ayuda; es algo muy difícil de valorar, pero intentamos ayudar hasta donde podemos», señala Irene.
En el Club de Leones la mayoría de los voluntarios son gente mayor de 60 años, como Ramón López. Cuando la Cruz Roja recibe los fondos Fega de alimentos, él es uno de los que van a recogerlos a Vigo, los coloca en el almacén y envía los 400 escritos para citar a las familias a las que asiste la oenegé para hacerles la entrega. A mayores, visita empresas y administraciones para compensar «el bajón enorme» que en los últimos tiempos han experimentado los citados fondos. «Antes, casi cada tres meses, nos mandaban 25 ó 30.000 kilos, y este año, en Navidades, fueron 8.000», señala, mientras cuenta que los propios socios han tenido que aportar dinero, «aunque también tenemos ahora un apoyo muy importante con Redeaxuda». Porque, como estos voluntarios, es la sociedad la que se ha volcado en ayudar y la que no está fallando en esta crisis.
«Lo que más me gusta de aquí es la gente, les doy cariño, pero ellos a mí también»
«A veces es más importante charlar con ellos que el trozo de pan»