
A pocos metros de su histórica ubicación, el bar de José Guimeráns se reinventó sin dejar de lado la tortilla, ni a sus clientes. Una sentencia le obligó en mayo del 2018 a cerrar el local de la plaza de San José
17 dic 2019 . Actualizado a las 19:24 h.José Guimeráns es el primero en llegar, son poco más de las siete de la mañana. A las once, cuando el bar se empieza a llenar con los cafés de media mañana, el propietario del Americano saluda a muchos de ellos por el nombre y en la mayoría de los casos, apenas tiene que preguntarle que toman. No es para menos. Lleva 38 años detrás de la barra en un negocio que el próximo año cumplirá los 93 años. ¿El secreto? Quizá la tortilla de patatas, hacen hasta diez en un día, y las empanadillas, que eran el otro santo y seña del Americano, pero ya no saben igual. María, la cocinera que las hacía se ha jubilado. Y con ella, las históricas empanadillas. «Tenía una mano especial», reconoce Guimeráns. Es el único sabor que se quedará para siempre en la antigua ubicación de esta leyenda de la hostelería local, que hasta el 2018 atendía a sus clientes en el pequeño local de la plaza de San José. Hoy sigue vacío, solo queda colgada la pegatina de "I love Real Madrid" que había detrás de la barra. El Americano hizo la mudanza en mayo del 2018 a un bajo próximo que triplica el espacio después de que una sentencia judicial le obligase a abandonar el número 1 de una ubicación que abrió su abuelo Eugenio Souto en 1927. Poco queda de aquel negocio, salvo el nombre. «Un señor que había estado emigrado en América lo abrió y unos meses después lo cogió mi abuelo, que también había estado en Argentina», explica Guimeráns. Así comenzó esta historia casi centenaria. Su abuelo murió de un infarto en el local y de madrugada. «Eran otros tiempos y recuerdo que él abría a las seis o siete de la tarde y era el último en cerrar, pasaba el sereno, alguna prostituta de la zona y agentes del turno de noche, estaba hasta casi el amanecer», explica este pontevedrés, que pese a ser maestro, siempre prefirió estar detrás de la barra.

En los ochenta su padre y él cogieron el relevo al negocio familiar de la plaza de San José. Desde que el padre de José falleció, él y la cocinera María daban buena cuenta de la clientela que se amontonaba a las puertas buscando una de las mejores tortillas y empanadillas de la ciudad. «Entre ella y yo podíamos de sobra con todo, ahora esto es un barco muy grande», reconoce su propietario, que necesita cinco personas para poder atender todos los días un negocio que no descansa. Encadena los desayunos, con los cafés de media mañana, aperitivos y cañas vespertinas. Y cuando hay fútbol, hasta la bandera. «Mi cabeza no descansa nunca y a a veces solo voy a casa una hora y media a comer, pero estoy muy contento con el cambio», explica su propietario, que solo en cerveza de barril sirve una media de 250 litros a la semana.
El Americano dejó en su anterior ubicación el encanto de lo antiguo, con suelo y barra con baldosas y azulejos que ya no se pueden encontrar, pocas mesas en su interior y apenas un par de ellas fuera cuando salía un poco el sol. Se llevó a Riestra las anécdotas. Se suceden infinidad de ellas en la cabeza de José Guimeráns. Tiene tantas que le cuesta destacar una por encima del resto. Eso sí, cuando habla del año que le tocó el gordo, sonríe al recordarlo. «Había tocado una lotería en el bar, pero no era el gordo, y empezó a venir gente diciendo que eran clientes de toda la vida y que no había podido coger el número porque estaba de viaje, ortos decían que se habían despistado, otros que por trabajo no habían podido ir», se ríe el propietario, que no conocía a la mayoría. Bromas aparte, José Guimeráns tiene muchos recuerdos y atendía con cierta frecuencia a Carlos Oroza y al pintor José Solla. Son los primeros nombres que le vienen a la cabeza cuando piensa en clientes de toda la vida. «Todavía viene gente que me dice que el anterior local tenía más encanto», explica Guimeráns. Pero ahora el Americano está en la calle Riestra, la plaza de San José es el pasado. Y si todo sigue su curso, «aquí se acabará el negocio». El día que José Guimeráns se jubile, se cerrará una vida dedicada a la hostelería en la que lo único que se mantiene desde que era un joven «son las ganas de hablar con los clientes».