La jubilación lo atrajo en el 2013 a su tierra, tras 39 años en Barcelona, para iniciar una vida fuera de los órganos de dirección de la Policía Nacional
25 may 2020 . Actualizado a las 00:53 h.Alfonso Mariño Rivas, de alguna manera, empezó y se jubiló en la comisaría de Pontevedra. En los primeros años setenta, siendo su padre comisario, «iba mucho por allí, me tiraba y fui a Madrid a preparar la oposición», recuerda. Estudió para acceder al Cuerpo General de Policía, «la única secreta que había». A mayores estaba la militar, conocida por el color gris de su informe. Barcelona fue su primer y único destino durante 39 años. Regresó en el 2013 a la Comisaría Provincial de Pontevedra, su tierra, ya con la vista puesta en la jubilación a medio plazo. El adiós se hizo real este mes en pleno confinamiento, aplazando sine díe la despedida de sus compañeros. Mariño entregó el uniforme, placa y arma para iniciar una vida cuanto menos diferente.
De aquel Cuerpo General de Policía a este Cuerpo Nacional de Policía no hay color. Él mejor que nadie para evidenciarlo: «Ya solo por los medios... cuántas veces llevamos detenidos a la brigada en autobús o andando, incluso en nuestros vehículos particulares porque el parque móvil estaba limitado. Las instalaciones, bueno... eran lo que eran pero tenían encanto. Se fumaba, las máquinas de coser Olivetti, el papel de calco para realizar el atestado. Los DNI y pasaportes se hacían a mano. Recuerdo, a principios de los años ochenta, que un compañero fue a Israel a una reunión internacional sobre delincuencia juvenil. ¡Vino alucinado! Hablaba de algo muy raro con un teclado y una pantalla. Vamos, lo que viene siendo un ordenador».
Su primer cargo, ya en Pontevedra, lo situó coordinando la Unidad de Drogas y Crimen Organizado (UDYCO). Luego llegó la jefatura de la brigada de Policía Judicial y, ya en los últimos años, ejerció de jefe provincial de operaciones y segundo al mando de la comisaría a las órdenes de Estíbaliz Palma: «Dejo Pontevedra en buenas manos y sus vecinos pueden estar orgullosos de contar con una profesional de grandes cualidades policiales y humanas al frente de un equipo tan impresionante. A todos ellos les deseo éxitos y lo mejor en la vida». La coordinación de la provincia le dio igualmente una perspectiva del escenario general en sus 62 ayuntamientos, al mismo tiempo que reconoce llevarse una espina clavada. De las que escuecen.
«Le pasará igual a los que me precedieron en el cargo y es no poder, hasta el momento, esclarecer la desaparición de Sonia Iglesias. No obstante, la investigación está en buenas manos y no dudo que más tarde o más temprano llegará a solucionarse». Lo único seguro es que Alfonso Mariño ha dicho adiós al cuerpo y, desde Poio, con vistas a la ría y al coso de San Roque, se prepara, de entrada, para recibir el verano. Pero la memoria, como las cabezas, no paran. Y los recuerdos de su otra vida, la privada en Barcelona, se amontonan. Puede decirse que cayó en la Ciudad Condal en el momento propicio, 1975. Tiempos de cambio. «Aquella Barcelona sí la hecho de menos, aquella, no la que dejé. Llegué a Barcelona con dos plazas de toros funcionando y me fui con los toros prohibidos», reconoce este aficionado a los ruedos al que, año tras año sin fallar uno, puede vérsele sentado discretamente tras el presidente en el palco en cada faena de la Feria de la Peregrina.
La Barcelona alegre
Mariño conoció Barcelona con apenas 20 años. «Aquella ciudad no dormía. Había de todo, recuerdo innumerables salas de fiestas, discotecas, cabarets... para toda clase de público. Y cómo no, locales de buen flamenco ubicados en el barrio Chino y el Paralelo. Me sorprendían las tabernas inmundas de flamenco con toda aquella gente de Pedralbes vestida con sus visones. Allí estaba todo el mundo, se podía, no había los problemas de ahora. Pero todo aquello se fue limando hasta convertirse en una ciudad muy bonita pero sin... A lo mejor es que me hago mayor y lo veo diferente». Las paredes de su casa repletas de fotografías son la mejor prueba. Brillan con luz propia retratos de complicidad con el cómico Eugenio y otros artistas y toreros. «Con todos tuve buena amistad. En general dejé buenos amigos ajenos a la profesión y por supuesto a compañeros a los que visito cada vez que puedo».
Pero no todo era de color de rosa. Mariño recuerda el olor mugriento del barrio chino: «Drogas, prostíbulos, buenos restaurantes y locales de espectáculo. Había de todo para todos». Integró durante buena parte de esos 39 años los órganos de dirección de la Brigada Judicial de Estupefacientes y Crimen Organizado, de Defensa del Patrimonio Histórico Artístico, en el aeropuerto del Prat y una comisaría zonal. Atrás quedan los compañeros asesinados por ETA y delincuentes internacionales a los que metió entre rejas, como Erik el Belga, el más famoso ladrón de obras de arte caído en España. Auténticos malabaristas del butrón y la lanza térmica.
Recuerdos y más recuerdos de dos vidas paralelas: la del inspector jefe Mariño y la de Alfonso Mariño, el ciudadano, que la prosigue ahora donde la dejó hace 46 años. En Pontevedra.