«Buscamos hoteles para ir con nuestras yeguas»: la odisea de la familia sevillana que peregrina a lomos de Valme y Bulería
PONTEVEDRA
Miguel Ángel, Susana y la pequeña Alba están haciendo el Camino Portugués y se hartaron de llamar en busca de posada para sus equinos. Aún no saben qué harán la última noche
31 ago 2022 . Actualizado a las 20:39 h.Sobre las once de la mañana, con agosto aún despidiéndose y el sol haciendo amagos de salir, el Camino Portugués escupe peregrinos en el municipio pontevedrés de Barro a una velocidad vertiginosa. Pasan grupos y grupos de caminantes. En menos de cinco minutos, el parloteo en español de algunos de los peregrinos se trufa con conversaciones en inglés o alemán, dando buena cuenta de que los extranjeros están de vuelta en la ruta jacobea tras la pesadilla de la pandemia. De repente, un buen resoplido anuncia la llegada de dos peregrinos de cuatro patas: son las yeguas Valme y Bulería. A sus lomos llegan Miguel Ángel, Susana y su hija Alba, que hacen el camino a caballo; una odisea que bien merece ser contada.
El acento enseguida les delata como sevillanos que son. Religiosos y amantes de los caballos a partes iguales, tenían muchas ganas de hacer el Camino de Santiago en familia, ya que Miguel Ángel había completado la ruta jacobea francesa en solitario y le había gustado. «Nos gusta conocer sitios nuevos y, además, tenemos mucha fe y nos llamaba lo del Camino», cuenta Susana. Cuando decidieron que peregrinarían a caballo no creían se se toparían con tantos problemas de alojamiento: «Estuve dos meses planificando la ruta, me harté de llamar a hoteles. Muchos de ellos me decían que nunca habían pensado lo de tener un terrenito para los caballos, y que se lo iban a plantear. Poco a poco me fui dando cuenta de que apenas había infraestructura y de que no iba a ser fácil hacer el Camino con ellos, pero al final nos decidimos a venir igual. Y no nos arrepentimos, aunque esto sea una odisea».
Cuentan que viajaron desde la capital andaluza hasta Tui con los caballos en remolques. Y que, una vez en la citada localidad del sur gallego, iniciaron su periplo a caballo hacia Santiago por el Camino Portugués. En Redondela habían llegado a un acuerdo con una escuela ecuestre en la que dejar a los animales. Pero en la siguiente etapa, en Pontevedra, lo tuvieron más difícil: «Nosotros buscamos hoteles para ir con nuestros yeguas, pero es difícil encontrarlos. En Pontevedra no topamos nada y al final nos desplazamos hasta Poio, donde en un hotel sí tenían una finca para que ellos pudiesen descansar. Tuvimos que dar un rodeo grande», cuentan.
Hoy les toca dormir en Caldas de Reis. Lo harán en el hotel Sena, donde sí les facilitaron que sus yeguas se puedan quedar en un terreno que tiene el alojamiento. ¿Y la comida de los animales? Susana se ríe al preguntarle. Y explica cómo se apañan: «Esto es una auténtica odisea. Tenemos nuestro coche con los remolques y toda la comida que los caballos necesitan. Así que cuando finalizamos la etapa y dejamos a los caballos descansando en un hotel o donde hayamos encontrado sitio cogemos un taxi hasta el lugar de nuestra anterior noche para que nos lleve hasta donde está el coche, lo acercamos al sitio donde están las yeguas y les damos de comer. Eso lo hacemos cada día». Reconoce ella que los caballos podrían dormir en los remolques. Pero prefiere no tener que recurrir a esa posibilidad: «Si no queda otro remedio lo haríamos, pero preferimos que no tengan que estar en los remolques», indica.
A partir de ahí, tocará seguir hacia Compostela. Avanzan a un ritmo de unos veinte kilómetros diarios o un poco más, coincidiendo en gran parte con las etapas del Camino Portugués. Dien que Valme y Bulería están en forma. Y que ellos aguantan bien la cabalgada. Alba, la hija, se turna entre la yegua de su padre y la de su madre, ora va con uno ora con el otro.
Esperan entrar en Compostela el día 3. Tienen que hacerlo antes de las nueve de la mañana. Y no saben muy bien cómo pasarán la última noche antes de desembarcar en el Obradoiro: «Encontramos un sitio, pero nos obliga a desviarnos bastante», dicen. Pese a que echan de menos más infraestructura, se quedan con todo lo bueno de la ruta. Sonríen al hablar del chaval que salió de casa corriendo a ofrecerles agua para Valme o Bulería. Y se emocionan cuando cuentan que Miguel Ángel rescata su flauta de las alforjas cada vez que llegan a una iglesia para tocar una Salve. «Somos muy rocieros, el camino del Rocío lo hacemos, y queríamos saber lo que era esto... y es una maravilla», dice con una sola voz esta familia sevillana.