Trasladará a Japón el método de trabajo que ha interiorizado en Compostela
24 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.Motonori Baba (Japón, 1981) es un compostelano de Nagasaki que vuelve a casa con morriña después de media vida dedicada a hacer de su pasión una profesión. El martes regresa a la ciudad en la que nació, y lo hace como director de formación del Santiago Futsal en Asia. En julio arrancará el primero de los campus de esta novedosa iniciativa en el país nipón.
-¿Cómo llegó a Compostela?
-A Santiago llegué desde A Coruña hace dos años y medio. Estaba colaborando como entrenador auxiliar en el Cinco Coruña y nuestra referencia siempre había sido el Santiago Futsal. Me decidí a venir aquí para perfeccionar conocimientos sobre este deporte. Tenía que dar el salto.
-¿Qué es lo que se encuentra aquí? ¿Lo que esperaba?
-Me encontré un club absolutamente profesional. Era mucho más de lo que pensaba, pero justo lo que quería.
-Vino a España por su pasión por el fútbol sala.
-Realmente lo que me gustaba era el fútbol. No creía en el fútbol sala. Llegué a Cataluña, a Gavá, hace nueve años. Allí había un equipo de Segunda B de fútbol sala. Ahí empezó todo, cambió todo. Después estuve diez meses entrenando a un equipo en Taiwan y volví, esta vez a A Coruña, porque quería seguir formándome. Y Galicia tenía mucha fama.
-¿Qué destaca el método del Santiago Futsal?
-Orden, disciplina, trabajo y planificación. Todo está previsto, todo se trabaja. Esta filosofía es totalmente transferible a Japón. El modelo táctico ya es otra cosa. Aquí los jugadores son más maduros y la liga es más competitiva. Los japoneses tienen características diferentes. Tengo que adaptarme también a ellos.
-El seleccionador de Japón, Miguel Rodrigo, me comentaba en una de sus visitas a Santiago que lo más difícil era conseguir que el jugador nipón improvisase. El modelo del Santiago obliga a pensar, procesar y decidir.
-Sí, es así. Pero es un reto general en el fútbol. Tomar decisiones les cuesta. Hay el miedo a equivocarse. En España los jugadores piensan, se equivocan, se discute, luego revisan, hablan juntos, crecen. Esta dinámica allí no existe y no es fácil implantarla, pero lo intentaremos. Y por eso es importante empezar por la base.
-¿Es el reflejo de la sociedad?
-Correcto. La sociedad japonesa es muy estricta. Hay mucha jerarquía. Siempre se hace lo que se manda desde arriba. Los niños crecen de esta manera, no solo en deporte. Dejan de pensar. Piensan que piensa, pero en realidad no piensan. Están esperando alguna señal, alguna pauta. Yo también, inconscientemente lo hago. Ahora menos, porque son nueve años en España.
-Ya es casi más español.
-Socialmente sí. Como adulto llevo más tiempo aquí. Pero mi infancia es japonesa.
-¿Le costó adaptarse?
-Al principio sí.
-Lógicamente, por todo lo dicho, el cambio es enorme.
-Aquí es muy atrevido todo. Si uno se equivoca no pasa nada. También es una manera de hacer bastante activa. Se proponen muchas cosas, aunque no todas salgan adelante. Me gusta esta espontaneidad. En Japón, muchas veces la gente guarda ideas, hasta que está muy segura. Pasa lo mismo en el fútbol sala. Aquí los jugadores se equivocan, pero se atreven. Es una parte bonita del fútbol sala.
-¿Nagasaki es ya una segunda casa del Santiago Futsal?
-Allí es un equipo conocido, pero lo es en todo Japón. Estos años, cuando volvía, ya hacíamos jornadas técnicas con la federación.
-Una ciudad que sobrevivió a la bomba atómica parece buen sitio para el club de la lucha.
-Sí, sí, sí. La gente del sur de Japón es muy disciplinada y muy guerrillera. La parte de la disciplina ya está conseguida, por el carácter de la gente. El otro reto es conseguir que sean más creativos, que piensen, que entiendan el juego.
-Por ese lado encaja bien el modelo.
-Sí, porque se basa mucho en la agresividad defensiva y obliga al rival que tiene el balón a tomar decisiones. Provoca muchos errores en el adversario, mucha incertidumbre. Y hace crecer a tus jugadores. Es un modelo rápido, agresivo. Y me gusta transferirlo.
-¿El primer campus está ya completado?
-Sí. Vamos a hacer dos grupos de entre quince y veinte jugadores cada uno, cadetes y juveniles. Podrían ser más, pero no queremos que se resienta la calidad.