¿Esto es una ferretería o un bodegón? Casas Chico fascina en Compostela proyectando la historia del antiguo establecimiento que ocupaba el local
SANTIAGO CIUDAD
El negocio que antes vendía tuercas y clavos, hoy levanta admiración entre propios y extraños como restaurante
28 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.En el número 23 de Casas Reais, un rótulo de hierro sobresale de su fachada empedrada. «Ferretería Casas Chico», dice en letras blancas teñidas de óxido sobre un fondo rojo. Justo debajo, cuelga en la misma banderola la palabra «bodegón» y una fecha, «desde 1858», el año en que fue fundado el antiguo negocio del casco histórico de Santiago que surtió de alicates, tornillos y hasta piedras de afilar a los compostelanos durante 160 años. Aunque en el 2019 fue reconvertido en un establecimiento hostelero, este restaurante ha sabido mantener viva la historia del local y proyectarla tanto en el exterior como en el interior. «¿Pero esto es una ferretería o un bodegón?», preguntan muchos al traspasar sus puertas, desconcertados con un trampantojo que fascina a propios y extraños, ya sean vecinos de la ciudad que no conocían el giro que ha dado Casas Chico o turistas sorprendidos por la peculiar puesta en escena.
Algunos entran solo para sacar fotos, constata el dueño del bodegón, Alfonso Moldes (quien dirige también A Fuego Lento en la rúa do Vilar), y asegura que es habitual que lleguen personas en busca de material de ferretería. Él tenía claro, desde el principio, que quería mantener la estructura del viejo comercio, desde las gavetas de madera en las que se almacenaban cientos de referencias hasta el robusto y viejo mostrador de madera de castaño, reconvertido ahora en una barra de bar rematada en mármol blanco para elevarla y ennoblecerla.
«Queríamos darle la vuelta para que se viesen todos los cajones internos, pero fue imposible... Aún así, muchos clientes pasen dentro para verlo, y nosotros encantados de enseñárselo», indica este hostelero procedente de la zona de Vigo que lleva ya 40 años en el sector. «Incluso hemos respetado las pequeñas roturas de las estanterías, porque le daba carácter, aunque sabemos es algo que vamos a tener que cambiar con el tiempo», añade.
Siendo el pulpo de la ría —junto a la carne ao caldeiro— una de las estrellas de su carta (de hecho, hay un puesto de pulpeiro instalado en la misma entrada), construyeron una mesa corrida imitando las de las pulperías, aunque en este caso la superficie es de cristal y se sostiene sobre una vía de tren del siglo XIX que consiguió en Avilés el equipo de arquitectura que diseñó el proyecto (con Rafa Novio a la cabeza).
La antigua oficina del patrón es hoy un reservado con mucho encanto que conserva la caja fuerte original. Las neveras, motores y otro equipo pesado de restauración fueron hechos a medida y están plenamente integrados en el espacio. Y, como atrezzo, hay barriles de vino en un lugar que apuesta por recuperar el ambiente de las tazas y las palomitas, así como la cocina gallega popular, en esta señorial calle santiaguesa. Confiesa Alfonso que antes incluso de abrir recibió «críticas brutales» por querer dinamitar una parte de la historia local para montar un negocio hostelero, pero está claro que este no es un restaurante más. Casi tres años más tarde, asegura, lo siguen felicitando por el respeto que mostró hacia el pasado del local y cómo hizo que se convirtiera en un atractivo más para su negocio.
«Hacemos comida de pobres, adaptada a un restaurante. La premisa es centrarnos en el plato gallego, en un marco muy interesante. También ofrecemos distintas carnes, tanto gallegas como ibéricas y algo de marisco, lo que nosotros llamamos moluscada, con mejillón, navaja y otros productos de concha de la ría, todo a la brasa», destaca el dueño del bodegón Casas Chico, un hombre que habla en prural de su negocio porque siente que «sin el equipo yo no soy nadie». Cuenta que le costó conseguir un proveedor constante de pulpo de la ría pero, «curiosamente, en contra de lo que se piensa, no sale más caro que el pulpo africano».
Las escaleras que suben al almacén, indica, solo son transitadas por el personal porque, «por normativa, no se puede utilizar este espacio para el público, aunque sería un sitio interesante para hacer una sala aparte». Entre muchas otras curiosidades, en el baño para mujeres el colgador es un rastrillo y el mueble, típico de los años 70, es una propiedad familiar que Alfonso rescató de casa de sus padres. «Reciclamos muchos elementos que encajaban con el ambiente, como el labavo exterior, hecho con un bidón de gasoil en el que encajamos una pileta para enjuagar las manos».
Cuando se inaguró el bodegón, allá por noviembre del 2019, no se imaginaba que se avecinaban tiempos tan duros para la hostelería ni que tendría que cerrar las puertas del restaurante solo cinco meses después por el estado de alarma. «Ya empezábamos entonces a tener un pequeño flujo de turistas, que se iban enterando por el boca a boca. Desde los hoteles de la ciudad nos mandan a muchos de sus huéspedes, y es bonito que te apoyen así. Sobrevivimos, tras el confinamiento, gracias al público local gallego y son los que siguen llenando el local en meses como febrero y abril. Para nosotros, los sábados son uno de los mejores días, por ese movimiento que genera la Praza de Abastos en su entorno, y es un orgullo que nos visiten tanto los santiagueses como los extranjeros».
Reconoce Alfonso que «no le pongo mucho interés» a la promoción a través de las redes sociales, y deja más bien que sean sus clientes los que recomiendan Casas Chico, aunque sí ha aparecido en alguna publicación dirigida a vijaeros, como en una de las líneas aéreas de Portugal.