Isabel Moralejo: «Aún no creo que en menos de un año calce mis bailarinas una infanta»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO / LA VOZ

VIVIR SANTIAGO

Sandra Alonso

La diseñadora compostelana está detrás de Adeba, la firma de bailarinas artesanales que revoluciona el mercado del calzado plano. Estudió Farmacia, pero sus compañeros ya la recuerdan «dibujando zapatos en los márgenes de los apuntes»

17 sep 2023 . Actualizado a las 12:17 h.

El nombre y la sede de su empresa, Adeba Madrid, no desvela su origen gallego, pero Isabel Moralejo no duda siempre en reivindicarlo. «Aún estuve en Santiago este agosto», comparte la diseñadora compostelana, de 46 años, ilusionada también por un verano en el que su firma de bailarinas artesanales ganó eco al viralizarse una imagen de la infanta Sofía en el Palacio de la Zarzuela con uno de sus modelos. «Aún no me lo creo, sobre todo porque fue hace menos de un año cuando abrí la firma y me lancé con lo que soñé desde pequeña», resalta.

«Con ocho años, aún en Santiago, mi felicidad era ir con mi madre a la zapatería de una amiga suya en O Hórreo», enfatiza sobre una pasión que desconoce dónde surgió, pero que en su juventud —«compraba todas las revistas»— se afianzó. «Aún así, no me atreví a plantearlo. Estudié y me licencié aquí en Farmacia, y feliz», remarca, aunque admitiendo que en quinto curso sabía que lo suyo eran los bocetos y no las fórmulas magistrales. «Mis compañeros de facultad me recuerdan siempre dibujando zapatos en los márgenes de los apuntes», añade risueña. «Hablé con mis padres sobre dar el salto y, desde el primer momento, todo fue apoyo», rememora.

«Clientes me dicen que al ver los adornos o el colorido de unas bailarinas saben que son mías», señala Isabel Moralejo desde Santiago, adonde vuelve en vacaciones. «Yo soy neutra a la hora de vestirme. Mi única licencia está en los zapatos», precisa
«Clientes me dicen que al ver los adornos o el colorido de unas bailarinas saben que son mías», señala Isabel Moralejo desde Santiago, adonde vuelve en vacaciones. «Yo soy neutra a la hora de vestirme. Mi única licencia está en los zapatos», precisa Sandra Alonso

Ya en Madrid estudia Diseño de Moda mientras se forma como estilista en revistas del ámbito. «Para una de ellas fui a una feria de calzado y en un estand me presentaron a Andrés Sirvent, un gran conocedor del sector. Creo que le sorprendió ver a una joven que no paraba de hablarle de zapatos», comenta riendo. «Tras coincidir con él de nuevo, me propuso enseñarle dibujos míos y ya me ofreció montar una marca juntos. Me dio la oportunidad de mi vida», acentúa. «En el 2004 creamos Otto et moi e hicimos diez colecciones, de las que yo me ocupaba del diseño», aclara, reconociendo su éxito internacional. «Imagínate mi sorpresa al ir a Londres y ver zapatos míos en Oxford Street», desliza entusiasmada.

«Eso lo seguí compaginando con mi trabajo como estilista en publicaciones, una dedicación que, ya como directora de moda, me exigía más. En el 2010, por falta de tiempo, tuve que elegir. Cerramos Otto et moi y seguí en el mundo editorial, aunque siempre con ganas de volver», explica. «Hace dos años un ERE me dio el empujón definitivo. Mi marido me animaba a montar algo sola y, Andrés, al que volví a pedir consejo, me decidió. Me dijo: "A cualquiera le diría que es una locura, pero a ti no. Adelante. Vas a hacer un producto distinto"», evoca agradecida. «Me puso en contacto con Eugenio Feliu, un experto en calzado, que me lo enseñó todo y me mostró una fábrica y talleres exclusivos, como uno donde un artesano trabaja para firmas como Jimmy Choo. Es increíble la dedicación. Si se viesen las manos que hay detrás de una bailarina, se entenderían precios como 180 euros», reflexiona mientras aclara por qué se centró de inicio en ese calzado. «Tengo facilidad para diseñar bailarinas y yo, al ser alta, soy muy de plano», señala.

«Para el nombre de la firma, que abrí en el 2022, barajé incluso algo en griego, por mi padre», subraya emocionada al aludir al fallecido Juan José Moralejo, catedrático de la materia en la USC. «Al final elegí Adeba porque Deva es un río de Ourense donde él pescaba y Deba es un pueblo del País Vasco donde veraneábamos. Muchos de mis diseños se inspiran en las flores, tejidos o universo kitsch de mi infancia», destaca sobre el sello de identidad de sus bailarinas. «Creo que de ellas se valora su diseño diferente, que sean llamativas, coloristas, con estampados o adornos que llaman la atención; con el punto justo de fantasía y elegancia», detalla. «Algunos me dicen que, con mis bailarinas, se empiezan a vestir por los pies», afirma divertida y sin descanso. «Este mes voy a la feria de París. Para la nueva temporada innovo con un minitacón. También diseño mocasines y, para el próximo verano, sandalias», precisa con vértigo. «Pasé de pequeñas producciones a duplicar pedidos. Vendo online y, con cita previa, en una pequeña tienda de Madrid, donde vivo», menciona, razonando lo logrado. «Ilusiona, en menos de un año, tener pedidos de EE.UU. o Francia o ver las ventas en febrero, un mes frío para las bailarinas», asegura.

«Me costó dar el salto, pero ahora estoy feliz», concluye.