La cervecería de Santiago que ya es un símbolo de solidaridad con Valencia se convierte en casa de Papá Noel: «Pudimos ayudar a los mayores y ahora tocan los niños»
VIVIR SANTIAGO
Todavía sin inaugurar de cara al público, La Jarra vuelve a operar como punto de donación para los afectados por la dana. Esta vez, Adrián Pérez busca juguetes que él mismo irá a entregar disfrazado de Rey Mago
15 dic 2024 . Actualizado a las 10:32 h.La solidaridad no tiene barreras en las fiestas y, cuando se trata de los más pequeños, menos aún. Que todos pudieran tener sus regalos el día de Reyes fue lo que motivó a Adrián Pérez a organizar una recogida benéfica en Santiago aprovechando el espacio de la cervecería que todavía tiene sin inaugurar, La Jarra. «A mi me gusta mucho la Navidad. Es un momento especial y no quería pensar en que los niños se quedaran sin disfrutarla, que le llegaran a coger hasta tirria», cuenta este joven ribeirense de 26 años que ya está familiarizado con las causas solidarias. Meses atrás abrió el local como punto de recogida para los afectados por la dana, encargándose de llevar él mismo hasta Valencia todo lo recolectado, que, como explicaba por aquel entonces, terminó siendo más de lo previsto. Ahora, busca repetir la acción. Él mismo se encargará de que los niños valencianos se despierten la mañana del día 6 con unos juguete que les hagan mantener la ilusión.
«Hablando con ellos, me comentaron que nadie les había trasladado la idea de hacer algo similar», cuenta Adrián, que sigue manteniendo el contacto con algunas personas de las zonas más afectadas. «Solo llevamos dos días, pero está viniendo bastante gente», continúa el impulsor de la iniciativa. No obstante, señala que la participación no llega a los niveles de la primera recolecta, que fue «una locura». «Todavía tenemos que difundirlo más», reflexiona Adrián. Mantendrán abierto el punto de recogida hasta después de Año Nuevo y, como ya hicieron la última vez, conducirán ellos mismos los furgones hasta la Comunidad Valenciana. Eso sí, los que ya han coincidido con ellos no los van a reconocer. Cada uno irá disfrazado de un rey mago y serán los propios Melchor, Gaspar y Baltasar los que se los entreguen en persona. «Pudimos ayudar a los mayores y queremos hacerlo también con los niños», continúa Adrián.
Todavía están ultimando los detalles para la inauguración del local y, aunque es «muy lioso», se entregan a las causas benéficas. A mayores de la recogida para Valencia, abrirán la cervecería el domingo 22 para que los compostelanos puedan hablar y darles su cartas a Papá Noel. Él mismo se pondrá el traje rojo y la barba blanca para atender a todos los pequeños que se quieran acercar al bar, situado en la calle Santiago de Chile. A Adrián lo acompañarán los elfos de Santa Claus, que también estarán pendientes de sacarles una sonrisa a los pequeños de la casa. Por el momento, el exterior ya está decorado conforme a la ocasión. Aprovecharon la apariencia de la fachada, recubierta con unas tablas de madera que le dan cierto aire de pub irlandés, para crear la cabaña de Papá Noel. Los adornos rojos y brillantes adelantan lo que se encontrará los niños allí dentro, una representación fiel del espíritu de la Navidad que Adrián no quiere dejar morir.
La Jarra ha conseguido convertirse en un símbolo de solidaridad antes de su apertura. «Cuando nos ven, nos dicen que somos muy jóvenes. Luego, se sorprenden de que hayamos mandado ya cuatro furgonetas y de que vayan a salir desde aquí siete más», explicaba Adrián a La Voz. Cuando ocurrió la catástrofe de Valencia, no dudó ni un solo momento en abrir el local como punto de recogida puntual. Lo anunció en las redes sociales y, como muestra en el vídeo incrustado sobre este párrafo, la realidad superó cualquier expectativa. Los productos recolectados, que fue sobre todo comida y útiles para la limpieza, desbordaban el interior de la cervecería.
«Yo, sinceramente, tenía muchas ganas de ayudar», decía el joven. Junto a otros compañeros cargó el material en unas furgonetas que les prestaron y emprendieron el viaje a Valencia para entregar ellos mismos lo recolectado y poder ayudar a limpiar durante unos días, una experiencia que todavía recuerda ahora. «La sensación era muy mala, la gente no paraba de venir y de llorar con nosotros», explica. Por eso, lejos de quedarse en un acto puntual, enfatiza en que, meses después, la ayuda sigue haciendo falta.