La diferencia y la desigualdad sexual no son lo mismo, aunque algunos las confunden. La desigualdad sexual hay que combatirla, la diferencia sexual no. Además es imposible. La auténtica diferencia entre los sexos se deriva del modo de gozar: niños y niñas, hombres y mujeres, no gozan de la misma manera. Los varones gozan más con sus objetos y en el gregarismo indiferenciado. Por eso, para un chico, hacer la mayor de las tonterías puede resultar irresistible si es en grupo. Por su parte, las chicas gozan más de la palabra, de la conversación, del intercambio y también de la intriga. Los varones se manejan mejor en el para todos lo mismo, mientras que la particularidad es un rasgo más femenino. Por eso los chicos se adhieren mejor al club de adoradores de la virilidad balompédica, mientras que las chicas pueden diversificar más sus intereses.
Pretender normativizar y armonizar el modo en que cada uno obtiene su satisfacción es una tarea inútil, porque el modo en que disfrutamos no se deja dominar por una propuesta normativa. Se pueden regular las materias y los contenidos de los programas de estudio, pero no el modo de divertirse. Con todo esto, no dejo de reconocer que el plan de la Dirección de Innovación Educativa del Gobierno vasco para limitar la práctica del fútbol en los recreos de los colegios puede tener elementos positivos. La diversificación de los juegos y de las actividades lúdicas puede ser enriquecedora y permitir una mayor integración de aquellos alumnos y alumnas a los que no les gusta este deporte. Otra cosa es pretender con esto igualar a los sexos. La igualdad debe ser un objetivo irrenunciable en el ámbito de los derechos civiles, pero esto no debe hacernos olvidar, en la época de la reivindicación del derecho a la diferencia, que la diferencia fundamental es la diferencia sexual.