Ellas viven solas: «No noto la soledad, soy feliz, no necesito a nadie a mi lado»
SOCIEDAD
El 72 % de los mayores de 65 años que viven solos son mujeres, frente a los tópicos, muchas reivindican su independencia
08 ene 2020 . Actualizado a las 11:04 h.«Hay muy poca gente que piense como tú». Eso le dijo la psicóloga el primer día que Cari pisó la ONCE. «Me quedé ciega en el 2007. Dos desprendimientos de retina. Pasé dos meses que no se los deseo a nadie, hasta que tuve una conversación conmigo misma. ‘Cari, esto es lo que hay. Tómatelo con calma que no hay otra cosa’. Y aquí estoy». María del Carmen López, de 71 años, se desenvuelve sola en su piso de A Coruña. Un tercero sin ascensor. «La comida me la trae el Ayuntamiento. Tengo el medallón de teleasistencia de la Cruz Roja para llamar si hay una emergencia y tres días a la semana viene una voluntaria del programa de dependencia. Un par de horas, para darme charleta y salir. Los viernes viene mi sobrina, para que pasee», explica.
En 48 % de los 117.852 hogares unipersonales de Galicia los conforman personas de más de 65 años. El 72 % son mujeres, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). «La percepción general es que ellas se adaptan mejor a la situación», dice Manuel Gandoy, director del máster en Xerontoloxía de la USC. La escultura de una señora cabizbaja, sentada en un banco de Bilbao, es la última llamada de atención sobre la soledad de los mayores.
Soledad querida
Pero, no hay que caer en el tópico. «Hay una soledad sobrevenida, pero también puede ser decidida, y hay que respetarla», añade Gandoy. «Como la casa de uno no hay nada. Aunque vayas a un palacio. Estoy feliz sola. No necesito a nadie a mi lado. Lo necesitaré cuando esté inútil. Hay quien vive rodeado de gente y está solo», reivindica Cari.
En la ONCE le advirtieron que tenía que ser muy ordenada. «Si me mueves algo, me descolocas», dice. «Me preguntaron que cómo planchaba. ¡Pues con cuidado! Lo que antes me llevaba media hora, ahora es una hora y media. El que hace lo que puede, no está obligado a hacer más». Nunca se planteó vivir con sus sobrinos. ¿Cómo son sus semanas? «De siete días», responde sonriendo. «Yo me entretengo mucho, no noto la soledad».
Carmen Vázquez Oubel también vive sola en su piso de Os Castros, A Coruña, desde que enviudó. En mayo cumple 90 años. «Soy independiente, y no quería tronchar la vida de mis hijas», dice. Tiene cuatro, dos en Madrid.
«Me deprimo si me aburro y la soledad, si no te espabilas, es muy triste. Me da mucha pena la gente que cae en una depresión. Hay que activar la mente y salir. Yo también tengo días bajos. Entonces salgo a la calle. Siempre encuentras a alguien, paseas, hablas, pasan dos horas y ya es la hora de ¡Boom!», guiña un ojo.
«¿Sabes a qué juego en el ordenador? Por este orden, al tute, al parchís, al chinchón, al ajedrez y al Shangai», enumera. Va tres días a la semana a clases de memoria, lee el periódico, tiene cuenta de Facebook, iba a pilates hasta que tuvo una lesión y los sábados y los domingos hace de comer para sus nietos, que la visitan. Las tardes del fin de semana las dedica a sus amigas. «Soy muy organizada», presume.
«Tenemos que garantizar la participación, la salud y la seguridad. Anticiparnos a algún problema, como una caída, pero favorecer que envejezcan de una forma tranquila, en su entorno, si tienen autonomía», destaca Loreto Somoza, del programas de mayores en la Cruz Roja. «Se lleva peor en la ciudad, donde puedes no conocer al que vive al lado, que en el rural», desliza. Desde Cruz Vermella dan soporte a más de 14.000 personas en Galicia con los serivicios de teleasistencia. En nuestra comunidad viven más de 672.000 personas de más de 65 años. Son casi el 25% de la población gallega.
Vigilancia y privacidad
«La gente mayor tiene más prevalencia de patologías físicas, pueden quedar desatendidos si les sucede algo. La desestructuración horaria, la malnutrición (si comen solos pierden las ganas de cocinar), y la mella que supone no hablar con nadie son los riesgos. Pero no tienen por qué pasar», comenta Manuel Gandoy.
Hay una delgada línea, admite, entre vigilar e invadir la privacidad. «Deberían protocolizarse controles cuando no participan en ninguna actividad o no tienen un servicio de teleasistencia. Como una llamada semanal», sugiere. «Que sepan que tienen un apoyo si lo necesitan», concluye.