Rigoberta Bandini convierte el mundo en una teta en el Benidorm Fest

Carlos Crespo / M. P. BENIDORM / E. LA VOZ / REDACCIÓN

SOCIEDAD

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Vestida de novia y de riguroso blanco, la cantante de «Ay mamá» conquistó al público

28 ene 2022 . Actualizado a las 10:44 h.

Los eurofans, como cualquier secta, perdón, borra secta, como cualquier tribu tienen también sus gurús. Muchos. Poseedores de hechiceras alquimias que al resto de los humanos se nos escapan. Por desconocimiento o por pereza. El caso es que esos gurús hablaron y dictaron premonitoria sentencia. El Benidorm Fest ya tiene ganadora. Y es, por supuesto, Rigoberta Bandini.

Apenas ha habido que esperar unos minutos tras su actuación para dar fe del veredicto. «Acabamos de ver a la ganadora del festival» era el comentario recurrente que corría de boca en boca por la grada del palacio de los deportes L'Illa de Benidorm que acoge a la prensa, blogueros e influencers. Un variopinto sanedrín, vaya.

Dilucidada de un modo raudo y concluyente la cuestión de quien representará a España en Eurovisión, mucho antes de que jurado y público digan lo que tengan que decir, se abrió de inmediato otro debate. ¡Que sería de esa grada sin nada que debatir! Una existencia sin sentido. La cuestión a vaticinar ahora es si Rigoberta o sus coristas enseñarán las tetas o no en la final. España vuelve a estar dividida. Aunque en este ocasión no se alcanzó la unanimidad, la sensación que se imponía era que sí, que habrá más tetas a la vista que el inmenso globo terráqueo que formó parte de su escenografía.

Vayamos a ella, por cierto. Poco más se sabía de los planes escenográficos de Rigoberta Bandini para este festival que aquel anuncio que realizó hace unos días de que sacaría una ma-ma-ma-ma-ma inmensa. «Será tan grande que tendremos que salir nosotras del escenario», dijo entonces. No fue para tanto. No obstante, la actuación arrancó sin ella.

Cuando las primeras notas de Ay mamá sonaron en el recinto festivalero, sobre la plataforma hexagonal que hace las veces de escenario solo estaba Rigoberta. Vestida de novia, de riguroso blanco, con velo, descalza y gafas de sol. A medida que el cuerpo de baile, también de blanco inmaculado, se fue incorporando, ella se iba desprendiendo de parte del atrezo. La coreografía, sin ahondar en innecesarias sofisticaciones, enfatiza con incuestionable efectividad el pegadizo ritmo de la canción.

A estas alturas el L'Illa de Benidorm ya no es un festival, es un fiestón, un inmenso karaoke que vibra al unísono con cada ma-ma-ma-ma-ma. Rigoberta se tiende en el suelo y las bailarinas la despojan de las últimas piezas del vestido nupcial. Y es entonces cuando se alcanza el clímax, cuando se impone el éxtasis. Un inmenso globo terráqueo con forma de teta asoma desde el fondo del escenario para ocupar el centro del mismo. Rigoberta y sus danzantes corean «no sé porque dan tanto miedo nuestras tetas». Ellas se levantan la camiseta y se cubren la cara con ella. Pero, ¡oh!, al menos en la semifinal y para decepción de no pocos, debajo de la camiseta lucían un top.

Al margen de la anécdota de si será con destape o sin él, Rigoberta Bandini consiguió que el mensaje que traslada su canción impregnase entre los asistentes y, seguro también, entre la audiencia. No le hicieron falta alharacas escénicas ni derroches audiovisuales. Lo suyo es más de cartón piedra. Le sobró desparpajo y desenfado, ribeteado con esa pátina hortera que ella tanto y tan bien reivindica. «En la horterada hay mucha poesía» me decía hace unos meses en una entrevista en Fugas. A ver si ahora va a resultar que en Eurovisión también.