El patrón del Villa de Pitanxo ya sobrevivió en el Sáhara a otro naufragio con solo 16 años
SOMOS MAR
Coincidió con la primera marea de Juan Enrique Padín, en 1983, tras colisionar con un barco marroquí y ser rescatados por un buque-hospital que navegaba cerca
16 feb 2022 . Actualizado a las 20:30 h.Juan Enrique Padín miró de frente a la muerte por segunda vez en aguas de San Juan de Terranova. La primera, en 1983, ocurrió frente a las costas del Sáhara. Tenía 16 años y coincidió con su estreno en una marea. Trabajaba a bordo del pesquero Massó 35 y una colisión, con el barco marroquí Leila, provocó una grieta que hundió aquel casco de 39 metros en una hora. «Él, entonces, era engrasador —ayudante del jefe de máquinas— y estaba en la cubierta cuando sufrieron la colisión», explicaba este miércoles un hermano suyo, aún sacudiéndose el susto de saber que su consanguíneo sobrevivió de milagro.
Juan Enrique presenció su primer naufragio en circunstancias muy diferentes a la angustia vivida este martes a bordo del arrastrero que patroneaba, el Villa de Pitanxo. 39 años transcurridos entre su bautismo profesional, y primer naufragio, y el último, a 250 millas de Terranova. «Aquello nunca se supo cómo pudo ocurrir, fue un despropósito», añade el hermano en referencia a la embestida sufrida por el Massó 35.
La tragedia se mascó a las 6.45 horas del 25 de septiembre. El patrón, Argimiro González, que se encontraba de guardia en la cubierta, declaró entones que sobre las 5.30 horas advirtió la presencia de un buque que navegaba por el costado de estribor del Massó 35, en dirección contraria, de forma que debía haberles pasado por la popa. La realidad fue que el barco viró y colisionó con su proa contra el puente del pesquero gallego, propiedad de la Armadora Madeiras, de Cangas, el ayuntamiento natal de Juan Carlos Padín y tres tripulantes más —los otros eran dos de Vigo, tres de Boiro, uno de Ribeira, siete de Bueu, uno de Las Palmas, uno de Loira y dos de Marruecos—.
Como consecuencia del abordaje, al Massó 35 se le abrió una vía de agua de tres metros de ancho que lo llevó a pique con un cargamento de pulpo valorado en 20 millones de pesetas (120.000 euros). Los tripulantes fueron recogidos, en primera instancia, por el propio Leila. Luego se trasladaron al buque-hospital Esperanza del Mar, que se encontraba cerca gracias a un guiño del destino: unas horas antes había recogido a un tripulante del Massó 35 que estaba enfermo. Tan solo tuvo que regresar para hacerse cargo de los otros 20 tripulantes y trasladarlos a Las Palmas para, posteriormente, volar todos en avión hasta Vigo y reencontrarse con sus familias.
Sin miedo
«Juan Enrique no le cogió miedo, al contrario. Aquello, gracias a la colaboración del barco que colisionó y del otro buque-hospital, no fue traumático. Desde entonces, por suerte, no se vio implicado en más naufragios», añade el mismo familiar cercano. La realidad es que Padín siguió formándose en la escuela náutica de Vigo hasta aprobar la titulación de patrón. Luego vinieron incontables mareas bajo las órdenes de la Armadora Pereira, en el barco Puente Sabarís, y en Pesquerías Nores. Repitió en las inmediaciones de las Islas Canarias y en latitudes mucho más lejanas: conoció Las Malvinas y Terranova, una parte del mundo a la que, a buen seguro, Padín no querrá regresar, al menos por trabajo.
Nació hace 55 años en Donón, en la parroquia de Hío, Cangas; a donde regresó desde los 16 años después de cada travesía profesional. Tiene un hijo y una hija, ninguno se dedica la pesca, y destinó sus ahorros a la compra de terrenos y a la construcción de una casa rural en una zona emblemática en la costa de O Morrazo: O Facho, muy próxima al mirador que supone un balcón de éxito a las islas Cíes. Ayer, en el único restaurante ubicado en el núcleo de esta aldea, se sentía la alegría por la buena suerte de Juan Enrique y de su sobrino, Eduardo Rial Padín, también de Donón.
La familia, por ahora, guarda silencio tras las declaraciones realizadas el primer día. La tragedia, más allá de que ambos Padín sigan vivos y regresen a casa en cuestión de tiempo, sigue en el ambiente. 21 personas desaparecidas o fallecidas suponen un dolor demasiado grande, aunque sea ajeno, para no respetarlo en forma de escrupuloso silencio luctuoso.