Disfrutaba de un permiso cuando su barco, el Lasarte, se hundió y fallecieron todos los tripulantes
05 mar 2022 . Actualizado a las 04:47 h.La reciente tragedia del Villa de Pitanxo provocó en la cabeza de Segundo Fernández (Ourense, 1949) una invasión de recuerdos. Con la mente viajó a la época en la que faenó en Terranova, donde estuvo tres largos años, y se vio en la cubierta, tambaleándose con cada embestida del mar. Aunque hizo la última gran travesía hace casi tres décadas y tuvo que ser evacuado en las costas de Portugal tras sufrir un derrame cerebral, las lágrimas le asaltan al recordar algunos de los sucesos más trágicos que vivió durante su etapa como marinero. Como tantos otros lobos de mar, esquivó la muerte en más de una ocasión y, pese a ello, siente una atracción fatal hacia el gigante azul.
Y eso que Segundo Fernández es un hombre de interior. Nació en Ourense y recaló en Porto do Son, un puerto de mar por excelencia, con el propósito de ganarse la vida en el mundo de la construcción. Pero pronto cambió de opinión: «Todos dicían que no mar se gañaba máis diñeiro e quixen probar». Tras una floja experiencia en un mercante que transportaba atún desde África hasta la ría de Arousa, travesías que no le dejaron buen sabor de boca porque se dedicaba al mantenimiento del barco y no a pescar, que era su ambición, embarcó rumbo a Terranova. «A primeira marea foi de sete meses, nun barco totalmente aberto, no que entraba o mar e nos levaba o peixe», recuerda.
Había días nos que empezabamos a picar o xeo na proa e cando chegabamos á popa xa tiñamos que volver ao punto de partida»
Su rostro se endurece al referirse al invierno: «Había días nos que empezabamos a picar o xeo na proa e cando chegabamos á popa xa tiñamos que volver ao punto de partida. Era a única forma de alixeirar a carga». Llegó a temerse lo peor un día, en medio de un temporal, cuando un golpe de mar destrozó una docena de cuadernas del pesquero: «Entrounos unha vía de auga na adega». Reconoce que sintió miedo, pero supo reaccionar: «Como sabía algo de carpintería, fun axudar a apuntalar mentres outros achicaban a auga». Consiguieron entrar en el puerto de San Juan, el mismo que recibió a los cadáveres y a los supervivientes del Villa de Pitanxo: «Cando vin as imaxes na televisión véuseme á cabeza todo o meu pasado en Terranova».
La cara más amarga
También en esas aguas embravecidas, fue testigo de la muerte de un compañero, un vecino de A Pobra: «Estabamos virando e había moito mar, golpeouno un cable e alí quedou. Eses momentos son terribles, non se esquecen nunca». Este tipo de tragedias, sumadas a las largas temporadas que se pasan lejos de los seres queridos, constituyen para él la parte negativa del trabajo en el mar: «Perderse momentos importantes da vida dos fillos é quizais o máis triste».
La de Terranova fue una etapa especialmente dura: «Eran barcos cativos de todo para estar naquel mar. Mirabas cara os outros e ás veces só lle vías a quilla. O traballo no mar non hai cartos que o paguen». Para escapar de lo que califica «un inferno no inverno», Segundo Fernández cambió de compañía y de destino, pero los sustos continuaron e incluso fueron a más: «Terranova é duro, pero o Gran Sol é o peor que hai, porque hai mal tempo sempre, verán e inverno». Allí estuvo entre la vida y la muerte: «Un golpe de mar botoume fóra do barco e outro tróuxome de novo para dentro».
Esa no fue la única vez que este sonense de adopción esquivó la muerte. Estando en casa disfrutando de un permiso, el buque en el trabajaba, el Lasarte, se hundió cuando estaba regresando a casa. Aún hoy, más de cuatro décadas después de aquel terrible suceso, no puede evitar las lágrimas: «Penso nos fillos e nas familias daqueles homes». Todos los tripulantes fallecieron.
En busca de tranquilidad
Y Segundo Fernández no quiso saber nada más del Gran Sol, pero no renunció a su profesión de marinero: «Nunca pensei en abandonar, porque tampouco considerei a posibilidade de que eu puidera morrer no mar. Tíñalle respecto e sabía que había que andar con moito coidado, pero aquel era o meu mundo e gustábame».
Lo siguió siendo aún después de sufrir un derrame cerebral estando embarcado, que derivó en una incapacidad permanente. «Gozaba moito pescando, sei que é un traballo duro e que non hai cartos que o paguen, pero a min tirábame moito», explica, antes de añadir que todavía hoy echa en falta las largas travesías: «Miro como saen os barcos e tamén como traballan sempre que teño ocasión».
Cuando puede, se echa al mar en la lancha que tiene amarrada en el puerto sonense, pues hace ya tiempo que Segundo Fernández convirtió el que fue su trabajo en su gran afición: «Por min botaría as 24 horas pescando e se o día tivera 26, pois 26. Gústame estar no medio da auga coa cana, aínda que non colla nada». Sargos, maragotas, pintos, fanecas... «O que haxa sempre vén ben, collo un pouco de todo e non se me dá mal de todo», comenta. De hecho, tiene algún trofeo conseguido en campeonatos de pesca.
Pero no es eso lo que busca cuando suelta las amarras de su lancha. Solo surca las aguas con la única esperanza de seguir disfrutando del mar.
Segundo Fernández está convencido de que su destino era ser marinero, por eso recaló en Porto do Son. Le está agradecido por el camino que le tenía preparado: «Se volvera atrás no tempo, elixiría de novo o mar como medio de vida»