Los tesoros de la actriz viguesa que actualmente protagoniza en TVE la serie «Pelotas» son sus libros y su perro, Teo
05 abr 2009 . Actualizado a las 02:00 h.Hace años que Celia Freijeiro (Vigo, 1983) se despojó del acento gallego para dar ductilidad sonora a los personajes que quería ser en la ficción. La actriz viguesa ha conseguido hacerse un hueco bien amueblado en el atestado panorama interpretativo de la capital, a donde llegan tantos talentos en busca de su oportunidad que destacar es una ardua tarea. Celia se fue a estudiar a Estados Unidos a los 17 años y ya no ha vuelto a vivir en Vigo. Tras su experiencia de un año en la América profunda (en De Witt, Arkansas), dirigió sus pasos hacia Madrid para iniciar una formación académica como actriz, algo que tenía claro desde la adolescencia, aunque en su casa, al principio, no se lo tomaran muy en serio, pero teniendo un padre artista (Rafael Freijeiro), quedó descartada la autoridad moral para decirle a la niña que estudiase económicas o magisterio, a pesar de que aún así, asegura sintió «la presión social de sentir que para el resto del mundo no estás haciendo lo correcto, mientras tus compañeros de estudios deciden qué carrera seguir y tú estás ahí ganseando con tu sueño absurdo. Por suerte, mi familia es un gran apoyo», afirma. Tras aterrizar de su inmersión en el profundo su americano, Celia buscó una escuela que la convenciese y tras muchos intentos y desencantos, se topó con Adam Black, en cuya escuela de actores hizo pandilla con el clan de los gallegos «exiliados» en la capital, como Silvia Superstar, Antela Cid, Marta Larralde y un montón de amigos y amigas de origen galaico con los que comparte más sonrisas que lágrimas en reuniones, casi siempre ante la mesa, «en las que acabamos cantando canciones gallegas de toda la vida», confiesa. La actriz viguesa continuó formándose después con la argentina Marta Álvarez, con la que montó «con mucha inconsciencia y poco dinero», El color de agosto , su primera obra de teatro como actriz y productora junto a la también viguesa Marta Larralde. El riesgo tuvo su premio y Celia fue nominada como mejor actriz a los Premios Mayte y a los Valle Inclán. Después vinieron pequeños papeles en series como El comisario y películas como Los aires difíciles , y poco a poco logró acercarse a papeles con más enjundia en filmes como Días azules y en series como Amistades peligrosas o en un atrevido experimento que se emitía solo a través de Internet, Chica busca chica . Después protagonizó en Telemadrid la serie histórica Dos de mayo y ahora triunfa en la primera con Pelotas , que marcha con el share a su favor. «Estoy contentísima porque nos acaban de confirmar que habrá segunda temporada», cuenta. Productora Ahora que ha encauzado su carrera, la intérprete ha iniciado una nueva aventura al montar su propia productora, Pocapena, como el personaje de Divinas Palabras . Con ella, y el respaldo de la Fundación Feima, montó un texto de Marguerite Durás, La música . Sobre su faceta de empresaria, la actriz cuenta que «soy productora porque no me queda otro remedio, pero es que a veces no te queda otra para hacer cosas que te interesan. Este año no me he metido en ningún montaje porque no podía compaginarlo con los trabajos en televisión, pero ahora estoy muy ilusionada porque voy a colaborar con la producción de una obra de Juan Mayorga, Palabra de perro , que por cierto ganó este año el Premio Valle Inclán», cuenta. Al abandonar el hogar de su infancia dejó también buena parte de sus apegos materiales. «Antes guardaba de todo, tenía cajones llenos de papelitos y recuerdos, flores entre los libros..., pero cuando me fui, cada vez que volvía tiraba algo, fui aligerando la mochila y lo único que conservo son los libros. Siempre llevo uno conmigo, de teatro, o de poesía, me cuesta más leer novela», afirma, mientras saca de su bolso una obra de su admirada Sarah Bernhardt, El arte del teatro . Celia no siente especial adoración por ninguna clase de objeto, pero sí por los animales. Desde niña tuvo gatos, tortugas, pájaros, hámsteres... «Mi abuelo -recuerda-, criaba canarios. Teníamos un ejemplar que era un portento. Se llamaba Pichí y cada año lo cruzábamos con una hembra que buscábamos de tienda en tienda y de criadero en criadero. Y después criamos hámster, pero sin querer. Fue idea mía. Tenía un hámster, Daisy, que me llevaba a todas partes en el bolsillo. Era gigante y gris. En el colegio, la profesora nos dejó tener una mascota, un hámster pequeñito, Gusi, que cada fin de semana se lo llevaba un compañero a casa. Cuando me tocó a mí los junté 'a ver qué pasa', y pasó. Mi madre se llevó un susto tremendo. Fue una camada accidental, pero ahí quedó la cosa», recuerda. Ahora, instalada en Madrid, desde hace dos años, la acompaña Teo, su perro castizo que la acompaña a todas partes y que «además de darme alegrías y tranquilidad, me conecta con la naturaleza porque me obliga a salir a buscar un poco de verde entre tanto asfalto».