Ruth Meller Murillo, hija de cosecheros con tierras en la plantación caribeña de Arvicacao, importa, elabora y vende en todo el mundo el fruto con el que hace chocolate en el obrador y chocobar Ocumare
08 mar 2024 . Actualizado a las 12:21 h.Es difícil de imaginar que bajo los soportales de la marinera plaza de O Berbés se asiente una pequeña gran empresa dedicada a la producción, transformación y venta de cacao que tiene su origen en Venezuela con una prolongación viguesa desde la que su mercancía se expande por Europa y medio mundo. La caraqueña Ruth Meller Murillo es la responsable de Arvicacao, un proyecto que adopta las múltiples formas del chocolate y que ni ella misma había soñado. «Al contrario, no quería saber nada del asunto», cuenta desde el obrador del chocobar café Ocumare (plaza Ribeira do Berbés, 33), que abrió hace un año junto a su pareja, el vigués Agustín Alonso, extendiendo a orillas del Atlántico la empresa que los padres de ella crearon entre Maracay y la población a orillas del Caribe que da nombre a su local donde se pueden degustar sus productos, que también venden en su web.
Los inicios no fueron instantáneos, ya que ella llegó hace casi 20 años a Vigo como inmigrante, con una hija de corta edad, dejando atrás esa ligazón con el sector del cacao que se empezaba a gestar en su familia. «Ellos llevaban ya todo ese tiempo vendiendo cacao desde Venezuela a grandes almacenes de Europa, donde lo reciben y luego despachan a empresas que fabrican chocolate», cuenta. Aprovechando su estancia aquí, ella y su pareja, el vasco afincado en Vigo Agustín Alonso, decidieron saltarse intermediarios y llegar directamente al cliente final. «Mi familia al principio compraba a otros productores, pero cuando decidimos meternos en el negocio, nos hicimos con nuestra finca para tener producción propia, aunque a su vez, seguimos comprándoles a otros porque un terreno pequeño de tres hectáreas no da para abastecer la demanda», cuenta Ruth en el local de Vigo mientras una máquina da vueltas al chocolate. «Nosotros, para guardarlo, lo molemos y de aquí vamos sacando para el tueste y el refinado, y se hacen lotes para tabletas de varios kilos».
Arvicacao despacha su producción en grano o como pasta de cacao, como prefieran los clientes, y el importador principal es Italia, seguida por Alemania y Suiza. «Antes de la pandemia solo nos dedicábamos a comprar y vender, íbamos mucho a ferias y eventos profesionales, sobre todo a Holanda, que es la meca de este mercado, pero se empezaron a suspender y teniendo la materia prima, decidimos hacer nuestro propio chocolate artesano, dando valor al sabor de un cacao, el de Venezuela, donde las plantaciones son minifundios, como las fincas gallegas», explica Agustín, que era bancario y fue director de sucursal en el Santander, y a lado de Ruth ha pasado de ser un lego en la materia, a un auténtico experto.
Ruth, por su parte, se formó como maestra de educación especial pero cuando llegó a Galicia trabajó de lo que pudo: «De interna en una casa y en servicio doméstico. Más tarde pude homologar el título y empecé a trabajar con personas mayores, donde Agustín iba a visitar a una persona. Allí nos conocimos y cuando nos volvimos a encontrar, tomamos un café y la cosa se enredó», resume sobre su relación.
Diez años después de regularizar su situación, «y de pasarlo mal, buscarme la vida y cuidar de mi hija, que vino con dos años, conseguí un contrato en una empresa y mis primeras vacaciones en una década», recuerda emocionada. Gracias a eso pudo volver de visita a Venezuela y comprobar cómo la empresa familiar ya se había convertido en algo serio.
Aun así, le costó. «Pensaba en calor infernal, mosquitos y culebras», reconoce. Su madre, «la típica madre venezolana chancleta en mano», dice sin saber que se parece mucho al tópico materno español, insistió en que la acompañara a la escuela de chocolatería, un organismo municipal de emprendedores para impulsar la economía de una zona que vive del cacao. «Yo le dije que ni loca, pero me amenazó con la chancla y cuando vi cómo funcionaba la cooperativa, me enamoré», afirma añadiendo que «el cacao es cultura, es la tierra, vas a mi finca y viajas al año 1.800. Están igual que hace dos siglos, como los dejó Colón», bromea sobre el carácter terco de los nativos, que son reacios a innovaciones. En Vigo empezaron sin idea, vendiendo el producto tan barato que les encargaban toneladas que solo les daban para cubrir costes. En León y Salvaterra tuvieron sus primeros clientes.
Cacao criollo
El cacao de la finca de Arvicacao (A de Agustín, R de Ruth y Vi de Vigo) crece a bajo sombras de plátanos y enredaderas en pequeños terrenos, no como en las grandes extensiones africanas. «El venezolano más apreciado por su calidad es el que llaman cacao criollo, con aromas y sabores a frutas tropicales, pero también hay el forastero y el trinitario, que son tipos más resistentes a las plagas, tienen un sabor plano, pero es el que más se planta», cuenta añadiendo que en el acriollado persisten distintos sabores y no le tienen que agregar tanto azúcar como al africano, que lleva el doble para quitarle el sabor amargo.