La gallega que a los 10 años decidió ser percusionista: «En bachiller salía de casa a las 7.00, volvía a las 21.00 y me ponía a estudiar hasta las 4 de la mañana»

Candela Montero Río
Candela Montero Río REDACCIÓN / LA VOZ

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La betanceira Sara Méndez estudió en el Centro Superior de Música del País Vasco y ahora continúa su carrera en Holanda.
La betanceira Sara Méndez estudió en el Centro Superior de Música del País Vasco y ahora continúa su carrera en Holanda.

Sara empezó en la música siendo niña y ahora, con 25 años, estudia un máster en Ámsterdam persiguiendo su sueño de tocar en una orquesta sinfónica

23 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Quince años, tres ciudades y jornadas que llegan a superar las 12 horas es el camino que ha recorrido y por el que todavía transita Sara Méndez (Betanzos, 1998) para dedicarse profesionalmente a la música. En concreto, su pasado, su presente y, espera que su futuro, suenan al ritmo de la percusión: «Para ser exactos, sinfónica, es decir, cualquier instrumento dentro del marco de la orquesta sinfónica. Por ejemplo caja, xilófono, timbales, triángulo, pandereta,...», matiza ella.

Empezó en la música siendo una niña y siempre supo que lo suyo sería la percusión: «Nunca me llamaron instrumentos como el violín o el piano. Sin embargo, cuando iba a los conciertos de la banda municipal y veía los platos o los timbales me parecían más atípicos y me llamaban mucho más la atención», recuerda. Y cuando en el conservatorio llegó la hora de elegir, se hizo, a sus 10 años, la pregunta clave que lo cambiaría todo: «¿Qué es un villancico sin cascabeles? ¡Le dan el toque, son la guinda del pastel!», bromea Sara.

Empezaba así una larga carrera cargada de luces y de sombras, que la llevaría a conocer personas y lugares, a reír muchas veces y a llorar otras tantas. El camino para dedicarse profesionalmente a la música lo explica ella misma: «Se empieza con los cuatro años del grado elemental, al que siguen los seis del profesional. A continuación, se cursa un grado superior, que dura también cuatro años, y un máster, de uno o dos años», relata. Unos estudios para los que, añade, «siempre es necesario pasar una prueba de acceso, compuesta por varios exámenes teóricos y prácticos».

Sara compaginó sus estudios en el conservatorio con el bachillerato musical en A Coruña. Reconoce que esos dos años fueron, sin duda, la etapa más difícil. «Fueron mortales por las horas inhumanas que le dedicaba a la música y a los estudios entre las clases, los exámenes, los ensayos, los trabajos, los conciertos y el tiempo de trabajo autónomo», cuenta. Y escucharla narrar cómo era uno de sus días en aquella época deja a cualquiera sin aliento solo de escucharlo. «Me levantaba a las 6.30 para coger el bus de las 7.00 y llegar al instituto a las 8.20. Me pasaba allí toda la mañana, comía allí y luego estaba toda la tarde en las clases del conservatorio. Al terminar cogía el autobús de vuelta, llegaba a casa a las 21.00, cenaba y todavía me ponía a estudiar las cosas del instituto», recuerda.

¿Cómo le quedaban fuerzas después de más de 14 horas fuera de casa? «A veces me chutaba café, estudiaba hasta las cuatro de la mañana y dormía dos o tres horas. Otras veces también hacía al revés, me acostaba antes y me levantaba a las cinco de la mañana», confiesa. Esa fue la primera vez que se replanteó su futuro: «Ahí lo pasé realmente mal y me pregunté si de verdad valía la pena todo eso», reconoce. Pero también fue la primera vez que se dio cuenta de lo fuerte que podía llegar a ser: «Lloré mucho en esa etapa, por la que no me gustaría volver a pasar, pero fui una valiente y lo conseguí», alega.

Efectivamente, lo logró y, como siempre, después de la tempestad llegó la calma. «Cuando terminé el bachillerato estuve dos años centrándome, sobre todo, en el conservatorio. Quería preparar muy bien las pruebas para el grado superior», relata. El esfuerzo tuvo su recompensa, entró en el Centro Superior de Música del País Vasco y se mudó a San Sebastián.

Terminó el grado superior el curso pasado. Un año del que guarda, asegura, los mejores recuerdos: «Me veía fuerte en todos los aspectos. Llegó un punto en el que me conocía bastante bien y tenía un grupo de amigos genial, un círculo de apoyo, una zona de confort», explica. Y es que eso es lo que encuentra Sara en la música: su «zona de confort». Hasta tres veces repite estas palabras durante la entrevista y esa idea fue la que la hizo dedicarse a ello.

Una decisión que, cuenta, «fue viniendo con el tiempo, pasito a pasito», pero cuyo detonante está claro: «Siempre me lo pasaba bien con la música y me di cuenta de lo que disfrutaba tocando con la gente», argumenta. «¡Es tan gratificante! Compartir todos los momentos, los de ensayos,…», añade. La meta, siempre es la misma: «¡Cuando haces el concierto es increíble! Ves que lo has conseguido y te das cuenta de todo el recorrido que has hecho», cuenta.

«En el grado superior tenía un círculo donde me sentía muy cómoda y conocí a gente que a día de hoy son amigos», así explica Sara cómo se dio cuenta de que la música podía aportarle «una riqueza personal impagable». «Lo mejor de este mundo es la cantidad inmensa de gente que conoces, todas las vivencias que tienes y todo lo que te aporta a nivel personal», añade.

A partir de ahí, lo tuvo claro: «¿Por qué voy a estudiar otra cosa si esto me produce tanta satisfacción?», se preguntaba. «Sabía que la música no la quería dejar y tampoco tenía otra opción muy clara», se respondía.

El lema del músico

El sueño de Sara es tocar en una orquesta sinfónica y, si es posible, en España —«aunque nunca se sabe, la música es muy incierta», matiza—. El de volver es su ideal, pero por el momento está terminando sus estudios en Ámsterdam. Allí cursa un máster para especializarse en percusión clásica en un centro que cuenta con profesores de la Royal Concertgebouw Orchestra, una de las orquestas más reconocidas del mundo.

Esta es la tercera ciudad en la que vive, pero sus días, aunque más tranquilos, siguen transcurriendo entre compases y acordes: «Aquí vivo lejos del conservatorio, así que me levanto temprano para coger la bici y pedalear 40 minutos para llegar. Suelo estudiar, tener clases, ensayos, algún concierto con alguna agrupación. Como allí para aprovechar más el día, y por la tarde más de lo mismo. Cuando termino, muchas veces voy a ver algún concierto por la ciudad», narra Sara.

El de estudiar en los Países Bajos fue otro de sus logros. Un reto que comenzó al terminar el grado superior en el País Vasco: «Allí acabamos con el recital de fin de grado: un examen-concierto en el que tienes que tocar sola durante una hora». Enfrentarse a esa prueba, recuerda, fue «todo un reto» y «conseguirlo, todo un éxito». El siguiente «logro personal» fue pasar las pruebas de acceso para el máster en Ámsterdam.

«Al final, gracias a la suerte y a todas las horas que le dediqué a esto fui consiguiendo las metas que me iba proponiendo», reflexiona Sara, que explica que en eso se basa, precisamente, el lema del músico: «Hoy soy mejor que ayer». Ese es su mantra. Donde se refugia en los días difíciles, cuando los compases no suenan como deberían pese a las horas de ensayo que, advierte, son muchas.

Es precisamente esa dedicación la cara b de la carrera de la música, la que no se ve tanto y luce menos: «El esfuerzo, la cantidad de horas de estudio… es inhumano», lamenta Sara, que compara la exigencia de esta profesión con la de un deporte de élite: «Cuando preparas una competición necesitas dedicarte a ello al 100 %, en cuerpo y alma. Pues esto es lo mismo. Tienes que prepararte al 100 % para cada prueba de acceso y cada concierto», defiende. «No sé si existe otra carrera que te implique tantas horas de estudio todos los días», reflexiona, antes de explicar los sacrificios que exige esta disciplina. «Ves a tus amigos que no son músicos haciendo planes y tú no puedes porque o tienes ensayos, o tienes que estudiar o estás muy cansada porque llevas todo el día en ello», añade.

La organización, defiende, es la clave del éxito en la música: «Tienes que ser muy constante, porque la rutina es clave», deja claro. A esto hay que sumar el factor psicológico, imprescindible para la supervivencia: «Hay que ser muy fuerte mentalmente, porque te llevas muchos palos», cuenta Sara.

«Es muy esclavo —continúa—. Siempre tienes que mantenerte porque nunca sabes cuándo te van a llamar para un concierto o para tocar con una orquesta». Es por eso por lo que esta es una carrera de fondo, sin meta final: «Con la música nunca terminas», sentencia. «Los estudios, teóricamente, se acaba en el máster, pero siempre tienes que estar en continuo aprendizaje. Si dejas de tocar un mes, luego te va a costar muchísimo, porque los músculos tienen que volver a recordar», concluye.