Irene es cajera de día y pintora de noche: «Cuando tenía 'la vida perfecta', lo dejé todo. No escogí un camino de rosas, pero soy feliz»

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Irene Parga Todoroff, artista que expone en A Coruña y Arteixo, y que trabaja de cajera.
Irene Parga Todoroff, artista que expone en A Coruña y Arteixo, y que trabaja de cajera. MARCOS MÍGUEZ

Irene Parga Todoroff acaba de sacarse el título de carnicera. Graduada en Bellas Artes, fue bailarina, es hoy cajera en Eroski y, últimamente, en vez de dormir, pinta. «Tener otros trabajos no le resta valor a mi trayectoria, al revés», asegura esta creativa sin límites que expone en Arteixo y A Coruña

25 dic 2024 . Actualizado a las 16:32 h.

El arte lo lleva en los genes, en esa caldeirada de culturas de las que viene la coruñesa Irene Parga Todoroff. Su madre es uruguaya de raíces búlgaras, su padre, gallego, y tiene primos argentinos y venezolanos, además de familia en Italia. «Yo me considero del mundo, y me encanta», asegura esta soñadora valiente que con poco más de 2 años sufrió un atropello al que sobrevivió tras «volar por los aires» cruzando la calle con su prima hacia casa de su abuela. En recuerdo del incidente superado le quedó una cicatriz que le da el encanto de no ser perfecta. Siempre hay alguna grieta en la belleza. Desde los 18 años, Irene estudió y trabajó lo que pudo y más por pintar la vida a su manera. ¿Altas capacidades? «Lo que tengo son grandes inquietudes», sonríe quien es hoy cajera durante el día en Eroski, por la tarde carnicera (acaba de sacarse el título, oírla hablar de ello es arte) y pintora en el tiempo que le deja libre su jornada y su metamorfosis sin tregua. Es decir, al caer la noche y a veces, si la exposición o el trabajo de artista por encargo lo requieren, la noche entera. 

Compaginando los pinceles con el empleo en el súper, Irene expone hasta el día 5 en la Feira de Arte Galega, en el Hesperia de A Coruña, tras haber visto cómo el pasado noviembre su estand en el hotel Finisterre de A Coruña traía cola y elogios entre el público.

El arte vive en ella desde que era niña. A sus 34, no olvida muchos de los recuerdos que colorean sus primeros años, como ese día que su madre les dijo a ella y a su hermana: «Subid al trastero, ¡mirad qué hizo papá!». Subieron y vieron el mural de unos surfistas en la playa. ¡Precioso! Lo había hecho mi padre ¡y mi madre estaba orgullosa de que mi padre pintase la pared!», recuerda quien tuvo una infancia vanguardista, con grandes maestros. Ya con 10 años, Irene se miraba al espejo... ¡para hacerse autorretratos!

Tras una adolescencia entregada al estudio y al baloncesto, decidió hacer el bachillerato de Matemáticas y albergó el fugaz deseo de alistarse en el Ejército. Pero la necesidad de pintar se interpuso, nunca la dejó tranquila ese amor intangible. Le hizo caso al hormigueo creativo de la cabeza y decidió, finalmente, estudiar arte. Cuando comunicó la decisión en casa, la reacción de sus padres fue orientarla a algo «con salidas» y un horizonte de estabilidad. Pese a esas reticencias iniciales, los suyos no tardaron en convertirse en un «pilar» del sueño creativo de Irene, que se formó en la Escuela Pablo Picasso de A Coruña y en la facultad de Bellas Artes de Pontevedra y nunca se rinde en la pelea por defender el arte que le dio la vida.

Para matricularse en la universidad, Irene necesitaba trabajar. «Yo vengo de una familia riquiña, no rica, así que me tocó ponerme a trabajar en Cortefiel y ahorrar. Fue mi primer empleo y estuvo genial. Pensé que era tiempo perdido, pero mi primera matrícula de honor en la universidad fue por un trabajo que titulé Tiempo de moda, en el que convertí los relojes en ropa», detalla quien la experiencia laboral con que estrenó su mayoría de edad le sirvió de inspiración, y no le restó ganas de reinventarse y bailar al son de la verbena. Irene dejó las ventas en la firma Pedro del Hierro para participar en una orquesta. En las fiestas de Suevos se subió al escenario con la Alarma, la madre del cantante le echó el ojo y a su invierno de ventas le siguió un verano de orquesta, que acabó en septiembre con su ingreso en Bellas Artes de Pontevedra.

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«SI NO PUEDES CORRER, TROTA»

Si Galicia inspira el cuerpo de su obra y fue aquí donde aprendió a pintar, Barcelona a Irene le cambió la vida y la forma de ver el mundo. En el segundo año de carrera, le dieron beca para irse a estudiar fuera. Y entre los varios destinos que tenía a escoger eligió la Ciudad Condal. «En Barcelona crecí como persona. Fue lo máximo». Allí tuvo la suerte, valora, de vivir con Susana, «publicista y psicóloga de grandes empresarios». «Lo primero que vi al llegar a su casa fue una frase de Teresa de Calcuta que decía: ‘Si no puedes correr, trota; cuando no puedas trotar, camina; cuando no puedas caminar, usa bastón, pero nunca te detengas’. Aquella casa de Viladomat era terrible, pero la experiencia fue maravillosa», cuenta quien nunca ha sentido que tener otros trabajos reste valor a su carrera artística.

«Amo pintar, amo la sonrisa de la gente cuando les entrego un cuadro, amo mi propia sensación cuando los termino, es súper gratificante. Tengo historias tristes, que con el tiempo resultan graciosas...»

Irene se empapó del ambiente de Barna, empezó a leer El secreto, de Rhonda Byrne, y comprendió, entre otras cosas, que la gratitud tenía un efecto especial y que el «no» es algo «que no entiende el universo». Así que descolgó de la pared de su cuarto ese cartel que decía: «No voy a defraudar a mis padres»... y sonó la música. Todo era «sí». Empezó bailar salsa en una escuela que por las noches se convertía en discoteca y conoció a la campeona rusa de baile María Larionova. Irene se enamoró de la forma en que los chicos sacaban a bailar a las chicas y supo después que los taxis, además de coches, son esos profesionales del baile que te llevan lejos con un par de pasos y luego te sueltan como si nada. Los jefes de aquella discoteca la contrataron para pintar un mural «enorme» y le dieron campo para crecer como artista, pero el año barcelonés se acabó e Irene hubo de volver a Pontevedra.

Tras concluir en Galicia la carrera de su vida se le hizo muy difícil encontrar trabajo más allá de encargos puntuales. Surgió entonces una oportunidad laboral en El Corte Inglés. Y la aprovechó: «A primera vista, todo era perfecto. Tenía un trabajo estable, una buena posición laboral como asesora de ventas en Michael Kors y un sueldo que me permitía vivir cómodamente. Novio, amigas preciosas. Esa estabilidad me asustó. Me di cuenta de que me estaba convirtiendo en una persona más. Disfrutaba de mi trabajo, pero no era suficiente. No me llenaba», cuenta esta retratista camaleónica con el don de contar historias y contagiar su vitalidad a la gente con la pintura. «Al darme cuenta de que estaba atrapada en una vida normal, decidí dejarlo todo», concluye sobre aquel momento de lujo al que puso punto final en el 2019. Tras la dureza de perder esa «vida perfecta» —de la que conserva bolsos de alta gama, «¡todos con manchas de pintura!»—, cursó en Madrid el máster en Animación 3D. «Perdí a mi pareja (que no la acompañó). Mi Madrid fue triste, mis estudios muy difíciles. Tenía el corazón roto y no me sentía habilidosa. Fue el peor año de mi vida, y el mejor. Porque me hizo indestructible. Solo quedaba seguir adelante». Y aplicó la máxima de Teresa de Calcuta.

«Yo lo chillo a todos los vientos, hasta en el súper, nunca se sabe dónde esta la oportunidad: 'Yo soy la artista, ¡que el mundo se entere!’»

Fue madurando en ella el deseo de no rendirse, sabiendo que «el trabajo del artista es esclavo, pero muy gratificante». Cajera de día, carnicera por las tardes y durante la noche pintora ha sido estos últimos meses Irene, que cree que de la pareja de pasión y disciplina nacen lindos hijos, pese a los vaivenes y desalientos. «Pintar es lo mío. No es solo un título. Soy yo. Es una manera de ser. Y siento que la vida me empieza a agradecer. Igual la gente me conoce más, igual mi trabajo ahora habla por mí, no sé... Yo lo chillo a todos los vientos, hasta en el súper: ‘¡Nunca se sabe dónde esta la oportunidad, yo soy la artista, que el mundo se entere!’». Y así, haciendo cola en la caja, me enteré yo de que esta cajera era artista y estaba exponiendo.

Actualmente, podéis ver su arte en Indecente by Quinito, además de en el hotel Hesperia de A Coruña. Voluptuoso y familiar, como una madriguera en la que arde el universo.

«Hay gente que nace con estrella y gente que nace estrellada —concluye Irene—. Yo la estrella la llevo al cuello, es mi amuleto familiar. No me quejo, la vida me sonríe y encuentro siempre a personas maravillosas. Estoy haciendo lo que quiero y me siento feliz por mis decisiones. Sin altibajos sería más feliz, pero sé que no escogí un camino de rosas. A cambio, tendré muchas historias que contar a mis nietos». Con pinceles y palabras como estrellas, que saben iluminar incluso las circunstancias estrelladas.