El Salvador está escribiendo uno de los capítulos más sorprendentes de la historia económica del siglo. La primera página tiene como escenario un lugar que hasta ahora solo conocían los surferos: El Zonte, una localidad salvadoreña de tres mil habitantes. Rebautizada 'playa Bitcoin', hoy es la capital del mayor experimento mundial en criptomonedas. El laboratorio donde se está probando si el bitcoin funciona en las transacciones de la vida cotidiana antes de implantarlo a nivel nacional, o incluso exportarlo a otros países...
No hay una sola sucursal bancaria en El Zonte, ¿pero quién las necesita? Los camareros de los chiringuitos cobran sus salarios en bitcoins. Y en bitcoins compran los turistas sus pupusas (tortas) en el restaurante de Mamá Rosa, o pagan por hacerse la manicura en el salón Lily, dos de los treinta comercios locales que ya aceptan bitcoins. La 'B' mayúscula de color naranja, símbolo de la criptodivisa, se ve por todas partes.
El Zonte es el faro que ilumina la agenda del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, cuya decisión sorprendió a políticos, economistas y, probablemente, al mismísimo padre de la criatura, Satoshi Nakamoto, el misterioso hacker que inventó el bitcoin en 2009.
Muchos salvadoreños creen que el bitcoin es «la moneda del diablo» y que más que a inversores atraerá a evasores que busquen blanquear dinero
Los analistas están divididos. Para el corresponsal de la BBC Will Grant, «probablemente se refuerce la imagen del bitcoin como la moneda del futuro y la posición del presidente Bukele como un innovador». Ricardo Castaneda, del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales, es escéptico: «Hacer política económica no es jugar al Monopoly. Cada decisión puede afectar a millones de personas». Y John Hawkins, profesor de Macroeconomía de la Universidad de Canberra, recuerda que El Salvador carecía de moneda propia, pues se deshizo del colón en 2001 para adoptar el dólar. «Por eso no ha habido controversia sobre la pérdida de soberanía monetaria. Pero estamos ante un gran experimento. Esperemos, por el bien de los salvadoreños, que salga bien».
El acuerdo entre Bukele y el fundador de Twitter
De momento, va regular. Porque los que se han pasado al bitcoin han perdido dinero, hasta un tercio o más de sus ingresos, por culpa de la volatilidad de la criptomoneda, que sube como la espuma, sí; pero cuando cae, cae a plomo. Y es que, últimamente, el valor del bitcoin depende del humor con el que se levante Elon Musk, que un día la acepta para pagar por un Tesla y al otro no. Y sobre todo de la postura de China, que ha prohibido la minería de la criptomoneda. Total, que la cotización ha caído de 52.000 a 30.000 euros desde abril. Pero los incondicionales del bitcoin confían en que repuntará. Fe no les falta. Y es que hay mucho de mesiánico en el asunto. Empezando por el presidente salvadoreño y los 'apóstoles' que lo han animado a lanzarse a la piscina, entre los que destaca Jack Dorsey, presidente de Twitter.
Bukele, de 39 años, lleva en el cargo desde 2019. Llegó con la promesa de atraer inversores y turistas. Tiene fama de impaciente. Cuando el Parlamento rechazó una partida presupuestaria para equipar mejor a la Policía (El Salvador tiene la segunda mayor tasa de homicidios del mundo), envió a las tropas a intimidar a los diputados. Su determinación le valió una victoria aplastante de su partido, Nuevas Ideas, en las legislativas. Populista con un pie en Twitter y otro en TikTok, The Washington Post lo califica como «el primer autócrata de la generación millennial». Celebró la destitución de todos los jueces del Tribunal Constitucional con memes sarcásticos. Prefiere dar entrevistas a influencers de YouTube. Y su foto de perfil en las redes sociales lo muestra con sendos rayos láser disparados por sus ojos, el símbolo de los fans del bitcoin.
Bukele afirma que la criptomoneda «generará empleo y contribuirá a la inclusión financiera de los miles que están fuera de la economía formal». Las remesas de los emigrantes, que envían unos seis mil millones de dólares al año a sus familiares, suman el 23 por ciento del PIB de El Salvador. Y el protocolo Bitcoin, sin intermediarios, permite que estos envíos sean más baratos. Sus detractores dudan de su implantación en un país donde solo un tercio de su población tiene acceso a Internet. Y sospechan que se trata de una gran operación de imagen. Que Wall Street esté pendiente de una pequeña nación con 6,5 millones de habitantes, pobre por más señas, y cuya economía apenas supone el 0,05 por ciento del PIB mundial tiene su mérito.
Pero lo que de verdad importa es si el modelo es exportable. Dependerá en buena medida de cómo salga la aventura. Ya hay países interesados en seguir los pasos de El Salvador, pero pertenecen a la Segunda B de la economía, como Panamá o Tonga... Se habla también del Líbano y Venezuela, donde el colapso de sus divisas nacionales despojó a la gente de sus ahorros. Los analistas se preguntan si pueden sentir tentaciones de implementar algo parecido Argentina o Brasil, gigantes con pies de barro.
Las remesas de los emigrantes suman el 23 por ciento del PIB de El Salvador y el protocolo Bitcoin, sin intermediarios, abarata estos envíos
La mano derecha del presidente en este asunto es el estadounidense Jack Mallers, fundador de una app de transferencias de dinero llamada Strike, que viene a ser una especie de Bizum para bitcoin. Mallers está convencido de que las criptomonedas han llegado para acabar con la injusticia financiera en los países en desarrollo. «Si puedes arreglar el dinero, puedes arreglar el mundo», proclama. A pesar de su retórica, la empresa de Mallers está respaldada por Visa y financiada con rondas de inversión millonarias en las que han entrado fondos como Green Oaks Capital y Morgan Creek Digital.
«¿Qué hay detrás de todo esto?»
No es el único 'predicador' con acceso al presidente... Ahí está Michael Peterson, surfista californiano y misionero evangélico. Y creador de un monedero digital específico para El Salvador, llamado Bitcoin Beach, financiado por un donante anónimo. Peterson impulsa también pequeños proyectos filantrópicos y trabaja con las iglesias locales. Desde que empezó la pandemia, ayuda a unas 500 familias con donativos de 35 dólares mensuales en bitcoins. Y la gente ha ido perdiendo el miedo a la novedad. Las descargas de Strike y Bitcoin Beach ya están en el top 3 de aplicaciones para iPhone en El Salvador, y el número de transacciones con bitcoins se ha multiplicado por diez hasta llegar a las ocho mil diarias. Otros, sin embargo, no lo ven claro. La propietaria de un bar de El Zonte afirma: «Esa es la moneda del diablo... Yo no creo que va a venir alguien a regalar su dinero sin esperar nada a cambio. ¿Qué hay detrás? ¿Y si solo estamos enriqueciendo a los dueños de esto?».
Desde luego, es una apuesta arriesgada. Bukele anunció su decisión a principios de junio. Dos días después de que El Salvador aprobara el proyecto de ley, el Fondo Monetario Internacional advirtió de que «los criptoactivos pueden plantear riesgos significativos». Y el Banco Mundial negó asistencia técnica a El Salvador para adoptar la criptomoneda, alegando falta de transparencia y preocupaciones ambientales. La minería de bitcoins requiere la realización de cálculos para los que son necesarios potentes ordenadores y un gasto de electricidad tan masivo que equivale al de un país como Argentina. Ante las críticas, Bukele anunció que utilizaría los volcanes como fuente renovable de energía geotermal.
Como el bitcoin no está regulado, la sospecha de que se utilice para el blanqueo de dinero es legítima. ¿Y si en vez de inversores lo que atrae son evasores?
Claro que las cosas hubieran sido más sencillas si El Salvador hubiera adoptado una criptomoneda estable, como el tether, cuyo cambio con el dólar es fijo. Pero no hubiera tenido tanta repercusión mediática. Y tampoco hubiera sido tan interesante para Bukele, que pretende aumentar el PIB del país en un 25 por ciento. Una presunción muy criticada porque asume que El Salvador recibirá el 1 por ciento de las inversiones mundiales en bitcoins, sin tener en cuenta que los potenciales inversores son sobre todo especuladores que apuestan por la criptomoneda como el que invierte en un inmueble, confiando en su revalorización. Y no les interesa tanto apoyar a los países que la adopten, por mucho que Bukele trate de animar el mercado otorgando la nacionalidad salvadoreña a todo el que invierta tres bitcoins en El Salvador.
Un tomate en 'bitcoins'
A los habitantes de playa Bitcoin les preocupaba cómo sería su uso en las pequeñas transacciones del día a día. ¿Cómo pagar por un tomate que vale 0,000000001 de bitcoin? Pero el experimento ya está en marcha.
El secretario de Comercio, Jorge Miguel Kattán, intentó tranquilizar a la ciudadanía. «Si un tomate vale 20 centavos, eso es lo que recibirá el vendedor: 20 centavos de dólar en bitcoins, sea cual sea la cotización de la criptomoneda ese día. No cambiará el precio de los productos». Lo que cambia es lo que gana el comerciante si quiere convertir los bitcoins en otra divisa o negociar con ellos.
La 'bitcoinificación' entrará en vigor a partir de septiembre. Por el momento, hay muchas incógnitas. Por ejemplo, cuando el bitcoin se convierta en moneda de curso legal, todo el mundo estará obligado a aceptarla como medio de pago, al menos a priori. Pero el Gobierno dice ahora que su uso será optativo. Esto sería un chasco, porque los comercios ya son libres de aceptar o no criptomonedas en muchos países (Japón fue el pionero).
Los partidarios del bitcoin esperan que surjan oportunidades para un 70 por ciento de salvadoreños que ni siquiera tienen cuenta bancaria y que ahora tendrían incentivos para ahorrar. Por dos razones: una es que guardar el dinero en un monedero digital protegido por contraseña es más seguro que en casa. Y la otra es la creencia de que, a pesar de los altibajos, el bitcoin es una apuesta segura. Basan esta presunción en que esta tecnología está diseñada para que se 'acuñen' 21 millones de monedas. Actualmente hay en circulación unos 19 millones. Eso quiere decir que los afortunados que tengan bitcoins cuando sea imposible minar más verán cómo su valor alcanza cotas fabulosas. Al menos, eso esperan: forrarse como los afortunados que compraron antes de 2010, cuando un bitcoin valía menos de un dólar. Otros, sin embargo, piensan que estamos ante una revisión, adaptada a la era digital, del cuento de la lechera.
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