La nueva 'revolución cultural' de Pekín A la conquista de Occidente China quiere que la amemos
La cadena de ropa Shein, TikTok, el taichí, el pan ‘bao’... Poco a poco, la cultura china se va colando en Occidente. El gigante asiático sabe que, si quiere ser un imperio global, antes tiene que exportar su estilo de vida, una forma de conquista no militar que ya practicaron los romanos y los americanos y que tiene un nombre: soft power. Así funciona.
China aspira a que el mundo la quiera. Desde 2007 se ha gastado unos diez mil millones de dólares al año en soft power o 'poder blando'; esto es, en tratar de enamorar al planeta con su cultura y su visión del mundo. Fue una decisión que tomó el entonces presidente Hu Jintao. «Si China pretende ser un poder global, necesita exportar sus valores», dijo. Xi Jinping, su sucesor desde 2012, reforzó la apuesta. Y, una década más tarde, el poder blando o ruan shili ha sido uno de los grandes temas que ha sobrevolado el vigésimo congreso del Partido Comunista. ¿Pero se puede comprar el amor? China incluso ha organizado un par de Juegos Olímpicos y algo tan decadente, a ojos de un maoísta, como el concurso de Miss Universo.
Ningún país invierte tanto como China en «conquistar los corazones», como dice su propaganda. Ni siquiera Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, cuando llevó a cabo una ofensiva cultural sin precedentes. Europa ha comido hamburguesas, visto cine de Hollywood y escuchado rock & roll hasta hartarse, al tiempo que ha normalizado el liderazgo norteamericano. ¿Está consiguiendo China que practiquemos taichí, compremos en Shein o comamos bocatas de pan bao? ¿El soft power puede hacer que China imponga su cosmovisión: el tecnosocialismo frente al capitalismo, el Estado autoritario frente a la democracia?
China ha gastado desde 2007 unos diez mil millones de dólares al año en el 'soft power' o poder blando; esto es, en enamorar al planeta
Hay división de opiniones. Los que más saben de esto son los expertos del Centro de Investigaciones Pew. Y su veredicto es tajante: China está peor vista que nunca. The Economist está en la misma línea. Y argumenta que el despliegue de cientos de Institutos Confucio por todo el mundo (semejantes a nuestro Instituto Cervantes), que han pasado de cero a más de 500 en 15 años, se ha visto salpicado por todo tipo de escándalos; entre ellos, de espionaje y visión sesgada de asuntos espinosos, como la soberanía de Taiwán, el Tíbet, Hong Kong y los padecimientos de los uigures.
Objetivo: el Tercer Mundo
La otra pata del soft power chino es la Nueva Ruta de la Seda. Un vendaval de inversiones, sobre todo en África y América Latina. Muchas de ellas en lugares estratégicos, como yacimientos mineros, que sacian el apetito de materias primas de la industria del gigante asiático. Pero también está financiando carreteras, vías ferroviarias, centrales eléctricas y redes de telecomunicaciones, un maná para países en desarrollo. El PIB de África está creciendo sólidamente al 4 y el 5 por ciento anual en lo que va de siglo, en buena parte gracias al capital chino.
Y es posible que ahí esté la clave que no es fácil de ver desde el prisma occidental. «El poder blando que proyecta China no es tanto para convencer a Europa y Estados Unidos, sino para conseguir llevar a su órbita a países en desarrollo de regiones que cada vez tendrán más importancia geopolítica», sostiene Claudio Feijóo, experto en relaciones internacionales y codirector de un campus chino-español en la Universidad Tongji, de Shanghái.
Ningún ataque de artillería derribó el Muro de Berlín, fueron los martillos de la gente que había sido tocada por el 'soft power' occidental
Solo hay que mirar las proyecciones demográficas de África, que duplicará su población actual para alcanzar 2500 millones de habitantes en 2050, para percatarse de su creciente relevancia. Y el ejemplo más reciente de esta percepción diferente ha sido la pandemia. Para Occidente, China la lio parda. Sin embargo, para muchos países pobres o en vías de desarrollo, China repartió mascarillas y vacunas, mientras que americanos y europeos defendían a capa y espada las patentes de sus farmacéuticas.
Como la antigua Roma
Joseph Nye –el politólogo de Harvard y exsubsecretario de Defensa de Estados Unidos, que definió el término soft power en los años noventa– ponía el ejemplo de la antigua Roma, que basaba su poder en sus legiones, pero también en el derecho, la cultura, la ingeniería, el latín… Y se pregunta si el soft power sigue vigente en una época como la actual, en la que parece mandar el poder duro de las bombas. Y su respuesta es que sí. Porque el poder blando actúa muy lentamente. «Ningún ataque de artillería derribó el Muro de Berlín; fueron los martillos de la gente que había sido tocada por el soft power occidental». Además, enfatiza, en el caso de China y otros regímenes autoritarios, «mucho de este soft power procede de fuerzas que no dependen del Gobierno», como la sociedad civil o el sector privado.
Dos ejemplos. La plataforma china TikTok se la han descargado 1500 millones de personas y la generación Z la prefiere a Google como buscador. Y los libros de Liu Cixin, el célebre escritor de ciencia ficción, los devoran millones de jóvenes. Ambos están contribuyendo a que vaya calando una percepción positiva de China, más que cualquier propaganda oficial. Los taikonautas chinos están en los pósteres de las escuelas del Tercer Mundo, como la misión Apolo propició que todos los niños quisieran ser astronautas. La cuestión de fondo, según The New York Times, es que Washington teme que ya haya empezado la (Segunda) Guerra Fría, esta vez con China. Si es así, el soft power configurará los bloques de un mundo bipolar.
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